El crecimiento de los niños en sus primeros años de vida es tan acelerado, que una diferencia de seis meses los pone en puntos de desarrollo diferentes. Por esa razón, la estimulación debe atender a sus necesidades, para fortalecer las capacidades innatas.
La fonoaudióloga Mónica Hurtado, especializada en desarrollo y patología del lenguaje y además directora de Tim Kinder Garden, asegura que un niño estimulado y feliz tiene sus necesidades básicas satisfechas de protección, seguridad, poder, libertad y diversión. Aunque la idea de alegría parecer ser inherente a la infancia, la especialista recomienda a los padres capacitarse en el tipo de habilidades que tienen sus hijos. Por ejemplo, si es más hábil para armar rompecabezas o prefiere bailar.
Especialistas en el área del desarrollo infantil explican las etapas de evolución de los niños en esos primeros años, para orientar a los adultos a ejecutar una adecuada estimulación:
0 a 3 meses
La psicóloga especialista en primera infancia, María Carolina Sánchez, asegura que debido a que el mayor y más importante número de conexiones neuronales se da durante los primeros meses de vida, los pequeños deben contar con una relación afectiva y estable con sus padres y cuidadores.
“A veces, las mamás creen que el niño está muy chiquito y no se da cuenta de lo que ocurre a su alrededor, pero sí que se da cuenta. Por eso es preocupante cuando las parejas no tienen clara su decisión de ser padres o tienen una relación distante con el bebé, pues no saben cómo hacer felices a sus hijos”, dice la especialista.
Añade la experta que, por esa razón, los padres ansiosos tienen hijos que no paran de llorar, pues aunque los bebés no entienden el significado de las palabras, sí comprenden las actitudes y emociones con las que son dichas. “Si un niño llora demasiado, la madre podría hablarle con amor y explicarle: bebé, mamá está cansada y quiere dormir, ayúdame y quédate tranquilo. Pero si empieza a ordenarle que se calle y a desesperarse, el bebé seguirá llorando”.
Según estudios del psicoanalista Rene Spitz, uno de los principales estudiosos de la teoría del apego, la lactancia materna es una manera de estimular al niño, pues en este momento la boca es su medio de comunicación con el mundo. Allí se reúnen tres momentos sensoriales muy importantes: el hambre, la sensación de satisfacción al saciarla y el mundo externo representado por la piel de su mamá. “Es un mito cuando las madres dicen que se les acabó la leche; la única manera de que esto ocurra es por una enfermedad grave, un medicamento fuerte o estrés extremo”, dice la sicóloga María Carolina Sánchez.
3 a 6 meses
Los masajes se hacen desde el nacimiento. Un aspecto importante es que esta actividad debe ser exclusiva de las personas más cercanas al bebé, como los padres y si acaso los abuelos, pues uno de sus objetivos es unir los lazos afectivos. Los expertos aconsejan ponerlo con poca ropa sobre el pecho desnudo de los padres, para que además de la piel, sienta el latido del corazón. Lo importante más allá de masajearlo, es cómo hacerlo.Las caricias le brindan al bebé una sensación de tranquilidad, como la que tenía en el útero.
De acuerdo con la psicóloga María Carolina Sánchez, deben hacerse cuando está alerta y no en sus horas de sueño. “Los bebés de 3 meses responden neurológicamente a las reacciones faciales. Por eso la importancia de acariciar y hablar con afecto”, aconseja.
En esta etapa también se forma el pensamiento abstracto, es decir, se le debe enseñar que a pesar de que hay personas u objetos que no ven, existen. Ese proceso de pensamiento es uno de los más importantes en su desarrollo, para ello puedes estimular su formación, por ejemplo, a la hora de la comida, cuando el niño empiece a llorar por hambre, distraerlo con juegos. De esta manera él empezará a hacer procesos de pensamiento en los que eche de menos un alimento que no ve, pero sabe que existe.
En este mismo sentido, la presencia del papá significa ausencia de la mamá. Eso le da la posibilidad de saber que puede imaginar y pensar a su mamá ausente, pero al mismo tiempo recibe afecto e información del papá.
6 a 12 meses
Cuando el bebé está entre el 8 y 9 meses es esquivo con las personas diferentes a sus familiares y no se deja cargar. La especialista Aura Sofía Rico aconseja exponerlos desde temprana edad a espacios de socialización, como el parque, estar con los abuelos o recibir visitas en casa. Pero mientras lo supera, no hay que obligarlo a socializar.
Cuando empiezan a balbucear y las acciones previas a sus primeras palabras son la succión de los labios, lengua, el llanto, gritar o hacer ruidos y emitir sílabas, para estimularlo se deben reforzar estos sonidos, respondiendo a ellos como si se estuviera conversando, pues el bebé necesita escuchar a sus papás.
“Jugar escondidas detrás del hombro, cubrir la cara con pañal para aparecer y desaparecer; así empieza el concepto de permanencia de objetos”, aconseja Aura Sofía Rico.
1 año
Según la directora de ‘Creciendo Juntos’, Alicia Amador, a esta edad los niños duermen menos, empieza el descenso en el nivel de alimentación, lloran mucho, son muy apegados y demasiado activos; es decir, les cuesta quedarse quietos. Es tiempo de que los padres empiecen a organizarlos estableciendo pequeños límites. Por ejemplo, crear momentos de juego en los que esté sentado por un rato, especialmente con juguetes que sean de encajar, revolver, halar. “Las actividades deben ser de corta duración, porque se cansan con mucha facilidad. Pueden llevarlos al parque y estimular sus piernas y trabajar brazos”, aconseja.
Cuando llegan al año y medio, las actividades de estimulación en centros especializados buscan que los chiquitos socialicen, compartan, respeten turnos, resuelvan pequeños problemas. Se aprovecha el acondicionamiento para que los pequeños regulen sus instintos y adopten hábitos; por ejemplo, se canta la misma canción cada vez que se juega para que el niño guarde todo en el lugar indicado o a la hora de dormir.
En este momento empiezan a diferenciar una mano de la otra; así que si se les da un objeto para que jueguen, como un palito, lo toman con la derecha y posteriormente con la izquierda. Se les da para agarrar elementos gruesos y delgados, que fomenten su fuerza.
De acuerdo con Rosina Uriarte, especialista en estimulación infantil y directora del Centro Bilingüe de Estimulación Temprana, en Cantabria (España), el movimiento es el estímulo más importante para el desarrollo cerebral, principalmente en el primer año, porque las etapas motrices son necesarias para el correcto desarrollo posterior. La estimulación que se da a través del movimiento es la propioceptiva y vestibular; la primera hace referencia a la postura, movimientos finos, coordinación, presión, fuerza.
La segunda es el sentido que ayuda a guardar el equilibrio, influye en la posición del cuerpo y su movimiento con relación al espacio.
2 a 3 años
María Cristina Fuentes, fonoaudióloga del centro de desarrollo infantil Creciendo Juntos, asegura que cuando los niños llegan a los 2 años son muy activos, pues hasta ahora habían estado la mayor parte del tiempo alzados y ahora buscan la independencia; por eso ensayan movimientos, carreras, saltan, desarrollan más fuerza, disociando los segmentos musculares (brazos, piernas). Los papás empiezan a ver que se caen con más frecuencia. En esta etapa se les llama exploradores.
En cuanto al lenguaje están intentando comunicarse con palabras y dejan a un lado los gemidos o señalamientos. Habrá pequeños que usarán muchas más palabras que otros y esto es consecuencia de la genética, pero también de su entorno. Están en la etapa del ‘qué’ y el desarrollo del lenguaje consiste en nominar y descubrir la funcionalidad de los objetos; es decir, saber el nombre de una mesa, pero además empezarán a sentarse encima, acostarse, hasta que sepan para qué sirve.
“Todos los seres venimos con un potencial, pero podemos inhibirlo, aumentarlo o desarrollarlo en su totalidad. Un niño cuenta con todo el potencial del mundo, pero si está todo el día encerrado poco podrá desarrollar”, dice la fonoaudióloga. Eso quiere decir que, aunque el niño tenga sus necesidades básicas satisfechas y un adulto lo acompañe a diario para darle la comida, cambiarlo o acomodarlo para dormir, lo ideal es que sea un cuidador activo que le hable todo el tiempo, porque el pequeño necesita un modelo para su aprendizaje.
“Se aconseja seguir una actividad conocida como habla paralela, es decir, mientras el adulto realiza una actividad va hablando con el niño y explicándole qué hace”, agrega la experta. Si el pequeño señala un carro y lo nombra, el adulto puede ofrecerle más información como “mira ese carro es rojo y es grande”.
+ de 3 años
Luisa Fernanda Gutiérrez, terapeuta ocupacional del centro de desarrollo infantil Creciendo Juntos, asegura que en esta etapa los niños quieren hacerlo todo por sí mismos.
Buscan sentarse en una mesa, tienen mayor facilidad para moverse con equilibrio y el adulto pasa a un segundo plano, pues descubre que ellos son capaces. La experta asegura que en este momento los padres deben ofrecerles esa independencia y permitir que ellos empiecen a vestirse solos o a comer, pues si se lo hacen todo serán dependientes, inseguros, que estarán sujetos a un adulto para ejecutar sus actividades y esto se reflejará en su vida adulta.
Por eso deben proporcionales esa ‘libertad’ y abandonar un poco el temor, pues a todo lo que los niños hacen les dicen ‘cuidado’. Por ejemplo, en esta etapa el pequeño podrá pelar una fruta, poner el pitillo solo en la cajita del jugo o destapar un paquete. Si no se les dan estas posibilidades, el menor no avanza en su desarrollo, pues se le trata como a un bebé.
Es ideal que en esta edad se estimule la motricidad gruesa, para que interioricen las dimensiones de su cuerpo. Para esto pueden llevarlos al parque. “Jugar en el parque no quiere decir dejar que el niño suba 18 veces al rodadero. Llévelo a saltar, que juegue golosa, que salte tronquitos y alterne piernas, para darle sentido al movimiento. Láncele pelotas; también es aconsejable llevarlo a nadar o a gimnasios infantiles”.
Juliana Rojas Hernández
Redactora ABC del bebé