¿Has notado que, de un momento a otro, tu pequeño guiña un ojo, hace chasquidos, se toca una oreja, se rasca la nariz, hace muecas, mueve su cabeza ligeramente, produce ruidos o repite una palabra sin razón aparente?
Puede que tu hijo haya desarrollado un tic nervioso, es decir, un movimiento o sonido involuntario, imprevisible, rápido y repetitivo.
Según Azucena Díez Suárez, especialista en psiquiatría infantil de la Universidad de Navarra, los tics afectan un 25 por ciento de la población infantil y en la mayoría de los casos son imperceptibles para el mismo niño, a menos que un tercero le haga caer en cuenta de ello.
Así, si alguien insiste en hacerle ver el defecto y lo presiona a dejarlo, lo más seguro es que se genere el efecto contrario, el niño genere angustia frente al tema y el tic se intensifique.
Cuando esto pasa, explica la doctora, “el niño terminará haciendo grandes esfuerzos para tratar de controlarlo y puede acabar exhausto, lo que tiene implicaciones a nivel de atención, rendimiento académico y relaciones sociales”, afirma.
En ese sentido, Andrés Castro Munevar, psicólogo clínico, resalta que “ corregir al niño o presionarlo para que deje ese comportamiento es uno de los errores más comunes de los padres”, señala el experto.
¿A qué edad aparecen?
Los especialistas señalan que es muy importante que los padres y cuidadores comprendan que se trata de contracciones nerviosas involuntarias que los niños no hacen con intensión alguna y que no pueden controlar.
Al contrario, los tics pueden ser producidos por un sin número de factores como desórdenes genéticos y metabólicos o a situaciones de estrés y ansiedad que los pueden desencadenar como la muerte de un ser querido, un cambio de residencia o de colegio, la llegada de un hermanito, la separación de los padres o un hecho traumático que el pequeño haya presenciado.
De acuerdo con Suárez, los tics suelen aparecer entre los cinco y los siete años de edad y tienden a desaparecer durante la adolescencia, más o menos a partir de los 15 años.
En ello coincide Castro Munévar, quien señala que “en el 75 por ciento de los casos los tics desaparecen solos, sin necesidad de tratamiento o medicación”.
Cuándo prender alarmas
Edwin Forero, especialista en Neurología Pediátrica de la Fundacion Cardio Infantil, advierte que la presencia de movimientos que se hacen cada vez más frecuentes, repetitivos y que el niño no puede evitar o controlar sí pueden ser considerados como un signos de alarma.
“Aunque un tic no restringe o no impide continuar con las rutinas cotidianas, sí puede afectar el desarrollo emocional del niño causándole baja autoestima, inseguridad, pérdida de atención, entre otras consecuencias, cuando este se percata de que no lo puede controlar o cuando a su alrededor encuentra burlas o reprensiones”, explica Forero.
Según el médico, lo importante es identificar la naturaleza de estos movimientos, realizar un análisis de cada caso y consultar con un especialista para determinar la condición del menor y su respectivo tratamiento.
¿Cómo ayudarle a ‘vencer’ un tic?
Evita corregirlo, reprenderlo, culparlo y mucho menos castigarlo. Al contrario, presta atención a las situaciones que desencadenan el tic y trata de evitarlas.
• Evita prestarle demasiada atención y haz como si no lo vieras. Recibir mucha atención hará que tu hijo se sienta perturbado y que el problema empeore.
• No lo sobrecargues con actividades y obligaciones que puedan generarle tensión. En cambio, la actividad física y el ejercicio al aire libre pueden ser buenas actividades de relajación.
• Anima al niño a expresar sus sentimientos al respecto ¿hay algo que lo angustia, le produce ansiedad o le genera estrés?
• No trates de que modifique su conducta cuando tenga el tic. Tu niño podría ponerse más nervioso e, incluso, al intentar controlar este comportamiento puede tender a repetirlo con más frecuencia.
• Ten en cuenta que los tratamientos con fármacos solo deben considerarse en casos graves, y si el médico los considera totalmente necesarios.