Pawel Pawlikowski lo ha hecho de nuevo. Hace cuatro años el director polaco capturó la atención del público y la crítica con ‘Ida’, una joya estética sobre los rigores del socialismo en su país. Con unas virtudes formales excepcionales —rodada en glorioso blanco y negro y con un radical formato de 4:3— se llevó el Oscar como mejor película en lengua no inglesa en 2015, pero dejó a más de uno sorprendido por su frialdad emocional.
Ahora Pawlikowski regresa con ‘Guerra fría’, una cinta que replica los logros y las limitaciones de su antecesora. El filme transcurre en la Polonia de la segunda posguerra, donde una pareja se conoce por casualidad. Él es un pianista que evalúa candidatas a integrar una compañía de danza patrocinada por el régimen, y ella una joven que aspira a integrarla. A partir de ahí se desarrolla un romance que enfrenta múltiples obstáculos, moviéndose durante quince años entre la desolación de Europa del Este y la ebullición de París.
‘Guerra Fría’ tiene unos ingredientes irresistibles. La música y el baile son cautivantes, desde las estrictas coreografías de la compañía de danza hasta el estallido del jazz y el rocanrol. A ello se suma el irable manejo de la cámara y la fotografía, ya sea en los rigurosos encuadres que han hecho famoso a Pawlikowski o en unas secuencias con cámara al hombro que evocan la Nueva Ola sa.
En contraste, la historia de amor carece de fuerza y verosimilitud. El desequilibrio de la pareja es tan evidente, ella vital y él pusilánime, que el espectador queda con la duda de si ese petimetre merecía tanto amor, y si ese romance merecía tanta película.
Mauricio Reina
Crítico de cine