En 2009, a sus 15 años, Martina Trevisan parecía rozar el cielo con las manos. Haber sido finalista y semifinalista ese mismo año de las versiones juveniles de Wimbledon y Roland Garros, dos de los cuatro 'grand slam', la hacía ser considerada como la gran promesa del tenis italiano. Sin embargo, cuando se esperaba que diera el gran salto al profesionalismo, su mundo se derrumbó.
Primero se desató un intrincado divorcio entre sus padres. Luego, la presión del entorno le hizo perder el interés por divertirse en las canchas. En medio, su madre consiguió una nueva pareja y a su padre le diagnosticaron alzhéimer. Matteo, su hermano, ya profesional, tenía grandes dificultades para revalidar el hecho de haber sido el mejor tenista juvenil del mundo en 2007. Y Martina, una joven que por dar pasos de gigante no dejaba de ser una adolescente, no vio de otra que cargar con el peso de recomponer el camino de todos con su juego: “Tenía que ser la cura, no podía permitirme sentirme mal”.
Tenía que ser la cura, no podía permitirme sentirme mal
Al poner sobre sus hombros una responsabilidad que no le correspondía, la menor de los Trevisan empezó a sufrir. Con la sobreexigencia, el tenis le resultó insoportable y la raqueta fue a parar al armario. Entonces la vida social de las quinceañeras tradicionales tocó a su puerta. Y aunque en un comienzo se enamoró de salir sin la obligación de llegar temprano para los partidos dominicales, Martina no se sentía cómoda.
Su cuerpo, cada vez más musculoso, le resultaba ajeno. El hecho de verse más corpulenta que sus compañeras la empujó a usar ropa ancha. Y en esa tendencia, su figura empezó a distorsionarse ante sus ojos. A partir de ahí, el comienzo de una lucha contra sus impulsos inconscientes que un médico resumió en el diagnóstico de anorexia nerviosa. Un trasiego que hoy, cuando el ranquin de la WTA la certifica como la vigésimo novena mejor tenista del mundo, se “torna mucho más bello”, pues, como le dijo a EL TIEMPO, está alcanzando “la mejor versión” de sí misma.
Treinta gramos de cereal en la mañana y una fruta en la noche constituyeron la comida diaria de Martina Trevisan en los tiempos más duros de su enfermedad. La mala alimentación le produjo apatía, una pérdida de peso excesiva, deshidratación, disminución en el ritmo cardiaco y varias amenazas de desvanecimiento. En ese cuadro, lo único que la hizo tocar tierra fue ver a su madre, profesora de tenis, corriendo desesperada por el jardín recogiendo duraznos para animarla a comer.
“En la cabeza, como en una paradoja, tenía la impresión de que desapareciendo la gente podría interesarse realmente por mí”, apuntó en una carta personal.
Dispuesta a aceptar ayuda, Martina fue hospitalizada en una clínica de salud mental. Allí logró no solo replantear su relación consigo misma, sino descubrir que en su estado se escondía un gran rencor a su madre: “Estaba enojada con ella y no conocía otra arma para lastimarla que su amor por mí. Estaba luchando contra todo lo que representaba mi pasado como atleta, en el que todos habían puesto grandes esperanzas y ambiciones, olvidando a la persona que sufría detrás de ese atleta”.
Estaba enojada con ella y no conocía otra arma para lastimarla que su amor por mí
Tras varios meses de hospitalización, Martina regresó a su casa y empezó a rehacer su vida. Lo primero fue terminar el bachillerato. Después intentó estudiar en la universidad, pero no terminó por encantarse. De un momento a otro, debido al interés por ganar independencia económica, se aventuró a dar clases de tenis en el mismo lugar donde estaba acostumbrada a entrenarse. Allí, en medio de la pasión de niños y adultos, su corazón volvió a latir por el deporte que la había llevado a soñar desde los 4 años. Y entonces, el 25 de febrero de 2014, un mensaje en Facebook anunció su regreso a las pistas: “Es hora de empezar un nuevo comienzo”.
Hacia cosas mayores
El camino de vuelta al profesionalismo de Martina Trevisan no fue sencillo. Para llegar a competir en un grand slam tuvieron que pasar cuatro años. Aun así, su verdadero triunfo fue encontrar el equilibrio entre su vida personal y su vida deportiva. En este 2022, con el apoyo de Marco, su pareja, y el cariño de Emma, su sobrina, está viviendo su mejor temporada. El 21 de mayo, con rotundos 6-2 y 6-1 contra la estadounidense Claire Liu alcanzó su primer título WTA, el del torneo de Rabat. Luego, en Roland Garros, llegó hasta las semifinales y se convirtió en la octava italiana en la historia en hacerlo.
Esta semana, para su lamento, la suerte no fue la misma en Wimbledon, pues fue eliminada en primera ronda. Sin embargo, la derrota está lejos de afectarla, pues hace rato entendió que “perder un partido de tenis no es el fin del mundo”. Y si en algún momento las dudas la atacan como en el pasado, una simple mirada al tatuaje de su brazo derecho le recuerda su rumbo: 'ad maiora', hacia cosas mayores.
Ad maiora, en latín, el tatuaje que Trevisan se hizo luego de superar el duro momento de su vida. Foto:Instagram: @martitrevi
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