Los partidos populistas de derecha radical obtuvieron unos resultados excepcionales en las elecciones al Parlamento Europeo, quedando de primeros en Francia, Italia y otros tres países. Obtuvieron casi una cuarta parte de los escaños del Parlamento, justo por detrás de la centroderecha.
Con una Europa que se tambalea por la guerra en Ucrania, la amenaza de una segunda presidencia de Donald Trump en Estados Unidos, el estancamiento del nivel de vida, la tensión de los sistemas de bienestar y los fenómenos climáticos extremos, los nacionalistas suponen una grave amenaza. Estos partidos a menudo simpatizan con el presidente ruso, Vladimir Putin, y son francamente hostiles a las políticas verdes, los migrantes y las instituciones de la Unión Europea.
Ante este escenario, los principales partidos pro-europeos tienen tres grandes opciones para responder: la complacencia, la cooptación o el contraataque.
Empecemos por la opción de continuar como hasta ahora. Muchos europeos creen erróneamente que las elecciones europeas son intrascendentes. La participación es menor que en los comicios nacionales, y mucha gente vota en señal de protesta a menudo contra los partidos gobernantes.
Aun así, los partidos pro-europeos aseguraron la mayoría en el próximo Parlamento. El Partido Popular Europeo (PPE), de centro-derecha, dirigido por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ganó escaños (pasó de 182 a 184).
Hay que tener en cuenta que los partidos de la derecha radical están profundamente divididos entre dos grupos parlamentarios rivales que discrepan sobre la guerra en Ucrania, la política económica, los derechos LGBTI y, sobre todo, sobre si trabajar dentro del sistema de la UE o fuera y contra él. Inevitablemente, estas desavenencias diluyen su influencia.
En ese sentido, la complacencia es peligrosa. El centro se mantiene solo porque su definición es cada vez más amplia, abarcando no solo al PPE y a los Socialistas y Demócratas (S&D, que perdió 15 curules y se quedó con 139 escaños), sino también a los liberales y sociales de Renovar Europa (perdió 28 escaños en estas elecciones) y a los Verdes (pasarán de 74 a 52 curules).
Con estos partidos, Von der Leyen parece tener suficientes votos en el Parlamento para ser reelegida presidenta de la Comisión, pero con un margen muy pequeño. Eso sí, en una votación secreta puede pasar cualquier cosa. Y, en caso de su reelección, esto no sugiere un bloque de centro pro-europeo fuerte y estable, especialmente porque el PPE ganó terreno en parte haciendo campaña contra la agenda verde.
La líder del partido francés Rassemblement National (RN), Marine Le Pen (i), se dirige a los militantes. Foto:AFP
Y lo que es más preocupante, las elecciones reordenaron el panorama político en Estados clave. A pesar de sus tendencias neonazis y sus dudosos vínculos con Rusia y China, el partido extremista Alternative für Deutschland (AfD) quedó segundo en Alemania, por delante de los socialdemócratas (SPD) del canciller Olaf Scholz. En Francia, la Agrupación Nacional de Marine Le Pen obtuvo el 32 por ciento de los votos, más del doble que los aliados centristas del presidente Emmanuel Macron. Esta aplastante derrota llevó a Macron a convocar elecciones anticipadas.
En ese orden de las cosas, los dos líderes más poderosos de Europa quedaron gravemente debilitados, dejando al bloque potencialmente sin timón ante los inmensos desafíos económicos, climáticos y de seguridad.
Cooptación
La segunda opción, entonces, es acercar a la derecha radical. Muchos partidos de centroderecha adoptan el lenguaje y las políticas de la derecha radical, sobre todo en materia de inmigración. Incluso, en varios Estados gobiernan juntos.
En la Unión Europea, los pragmáticos sostienen que algunos partidos de la derecha radical pueden integrarse en la corriente conservadora. Por ejemplo, Von der Leyen ha cortejado a la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, que se ha presentado como una conservadora tradicional, a pesar de las raíces fascistas de su partido, Hermanos de Italia (FdI), y ha mejorado su perfil trabajando con las instituciones de la Unión Europea, en lugar de “contra ellas” (este es un viejo truco: después de un enfrentamiento con las autoridades de la Unión Europea que casi llevó a la expulsión de Grecia de la eurozona en 2015, el gobierno de izquierda dura de la coalición Syriza fue finalmente atraído al campo pro-europeo).
El riesgo es que la derecha radical coopte a la centroderecha, en lugar de la estrategia viceversa. Recordemos cómo el enfoque hacia los solicitantes de asilo ha pasado de la política de acogida de la entonces canciller alemana Angela Merkel en 2015 a una hostilidad casi universal en la actualidad.
Además, los partidos de derecha radical pueden ganar fuerza a medida que sus opiniones se normalizan, como demuestra la victoria del Partido por la Libertad (PVV) de Geert Wilders en las elecciones generales neerlandesas del año pasado (Wilders es tachado de islamófobo por parte de medios europeos y su partido, en campaña, prometió que adelantaría un referéndum para la permanencia o no del país en el Unión Europea).
Por encima de todo, abrazar a la derecha radical puede resultar contraproducente. Por ejemplo, el partido Fidesz del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, estuvo una vez en el PPE y ahora es un renegado pro-Putin que desprecia el Estado de Derecho y los derechos democráticos. Y aunque Meloni puede ser aceptable para algunos centristas, nadie parece dispuesto a trabajar con la Agrupación Nacional sa, y mucho menos con la AfD alemana.
Contraataque
El presidente de Francia, Emmanuel Macron. Foto:AFP
Entonces queda la tercera opción: darle cara a la derecha radical. Macron ha optado por seguir este camino convocando unas elecciones legislativas anticipadas. Se trata de una apuesta arriesgada, dada la impopularidad de Macron y la hostilidad del electorado. Francia podría elegir a un primer ministro de derecha radical en una segunda vuelta el mes que viene. En ese caso, Macron se convertiría en un pato cojo durante sus tres años restantes en el cargo.
En cualquier caso, su posición estaba (y está) muy debilitada y su coalición de gobierno, que carece de mayoría parlamentaria, también corría el riesgo de perder una moción de censura. Al disolver la Asamblea Nacional, Macron ha recuperado la iniciativa, creando dos posibles vías para derrotar a la derecha radical representada en el partido de Le Pen.
Por un lado, la estrategia puede centrar la atención de los votantes en la amenaza de la derecha radical, lo que podría ayudar a Macron a reunir una mayoría parlamentaria compuesta por partidos de izquierda y derecha unidos en su deseo de mantener a raya a la Agrupación Nacional. Eso parece poco probable, dada la impopularidad de Macron.
Lo más plausible es que la estrategia de Macron logre hacer fracasar a la derecha radical. Los populistas tienden a funcionar mejor cuando son outsiders que desafían a los partidos establecidos, no cuando ejercen la responsabilidad. Recordemos también cómo los conservadores del Reino Unido, tras haber cumplido su promesa del Brexit, se han visto afectados por la realidad, y también, tras unos meses en el Gobierno, la popularidad del PVV de Wilders ha caído en Países Bajos.
Si la Agrupación Nacional obtiene la mayoría, o acaba liderando una coalición de derechas más amplia, es probable que tenga que lidiar con las duras responsabilidades de gobernar, como las difíciles decisiones fiscales, y si cooperar con las instituciones de la Unión Europea y cómo hacerlo. Moderar sus políticas de línea dura podría erosionar su carácter antisistema; promulgarlas podría sumir al país en una crisis. En cualquier caso, esto podría minar la popularidad de su líder, Marine Le Pen, de cara a su probable candidatura presidencial. Mejor un primer ministro de derecha radical en 2024 que un presidente de derecha radical en 2027.
(*) Ex asesor económico del presidente de la Comisión Europea, Visiting Senior Fellow del Instituto Europeo de la London School of Economics y autor de 'Them and Us: How Immigrants and Locals Can Thrive Together' (Oneworld, 2020).
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