Yo diría que los dos principales problemas ambientales de Colombia son la destrucción de los páramos y de los bosques tropicales. Al primero lo llamo la primera prioridad prioritaria (sic en mi texto) porque en los páramos y bosques de cordillera nace el agua que consumimos casi todos los colombianos. Y la conservación de los bosques tropicales representa nuestra responsabilidad no solo ante Colombia, sino ante el planeta.
Aporto una idea que puede ayudar a la salvación de nuestros páramos. La veo factible, pero necesita voluntad política. Y aquí viene la pregunta: ¿se puede pedir voluntad política y amor al país a la clase política colombiana, para la cual la única voluntad reside en sus bolsillos?
Se trata de facilitar en las mejores condiciones económicas a los campesinos que viven en los páramos bombonas de gas para su uso doméstico. Mejores condiciones significa a muy bajos precios. Los campesinos bajan periódicamente a los pueblos a comprar la remesa y la llevan en chivas que los dejan en ‘las partidas’, donde los esperan las bestias que llevan los bultos a sus casas.
¿Qué espera el Gobierno para aplicar mano dura, con Ejército, Policía, Fuerza Aérea y jueces implacables que encaren el problema?
Esto evita que acaben con la vegetación de los páramos buscando leña para los hogares, trabajo que realizan en condiciones climáticas duras. Nuestro campesino sabe que con su acción deforestadora se secan las fuentes que los abastecen a ellos y a las ciudades de abajo. Agradecerían infinitamente al Gobierno esta ayuda, y nosotros les agradeceríamos a ellos por cuidar nuestra ‘agüita’. ¿Que no hay dinero? ¿Y de dónde sale el que se roban descaradamente todos los días tantos concejales, alcaldes, gobernadores, senadores, representantes y demás de la fauna política?
Con esta ayuda, representada en las bombonas de gas, ‘mataríamos dos pájaros de un tiro’. Primero, salvaríamos en parte los páramos (quedan la ganadería, la minería y la papicultura) y, en segundo lugar, salvaríamos la vida de miles de abnegadas campesinas que deben someterse horas enteras a la incomodidad de respirar humo en los fogones de leña y que indefectiblemente terminan con graves problemas respiratorios y con cánceres de pulmón.
Y hablando de las selvas tropicales… el 6 de noviembre titulé mi columna: ‘Que se acaban, se acaban’ refiriéndome a la destrucción imparable de nuestros bosques tropicales, idea que vengo diciendo y repitiendo hasta la saciedad desde hace 40 años, cuando entré a escribir en EL TIEMPO, y nadie ha podido refutarme. Me causa cierto escozor el oír a los grandes del medioambiente del país que en estos últimos meses parecen haber descubierto que los bosques se acaban. Muy tristes vimos por televisión la descarada tala de bosques en ese tesoro colombiano y mundial que es la serranía de Chiribiquete. ¿Qué espera el Gobierno para aplicar mano dura, con Ejército, Policía, Fuerza Aérea y jueces implacables que encaren el problema? Para los asesinos de la naturaleza y las mafias asesinas debe haber cárcel. Y… siempre lo he dicho: para el campesino raso y talador debe haber otro tipo de soluciones.
De no hacerlo así, dentro de unos meses nos volverán a mostrar más selvas destruidas, más páramos intervenidos, y el país volverá a conmoverse. Los ambientalistas de salón seguirán con sus conferencias y foros académicos (¿inútiles?) y luego volveremos a la normalidad. ¡Ah, y los noticieros de televisión que “siempre están del lado de la gente” tendrán tema para sus informes y para, tal vez, ganar premios nacionales de periodismo.
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Todo mi aprecio, solidaridad y respeto a la Policía Nacional y a los familiares de las víctimas de la tragedia.