007 no podría contra el virus

Con perdón de nuestro irado agente, creo que partió en buen momento. No puede ser de esta época.

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Sean Connery, respetado agente de su majestad del Reino Unido, con código 007, cumplió magistralmente sus misiones. Sus sucesivos reemplazos nunca lograron veracidad y le tocó regresar, a pesar de su convicción de que como autor ponía en peligro su identidad, por un exceso de identificación con un personaje. Sean Connery, el agente secreto con derecho para matar, o Marlon Brando, el Padrino, o Andrés Parra, Pablo Escobar, son los verdaderos. La ficción no es tan libre como se piensa, un actor se hace con un personaje y se van perdiendo sus límites.
007 dominó la escena policiaca de los 70 y los 80 con más de 20 filmes para desarticular conspiradores contra el reino, destruir bandas de traficantes de diamantes y capturar o liquidar infinidad de maleantes poderosos entre naciones. Pero no actuaba solo. Se hacía acompañar de las más despampanantes mujeres, como Ursula Andress o Daniela Bianchi, lo que hizo nacer el club con sello excelso: ‘chicas Bond’. Y junto a esas inigualables Bond se ufanaba de la tecnología y en todas sus cintas hizo gala de bolígrafos que eran pistolas, relojes grabadoras o sombreros saetas. En especial hubo un objeto que lo identificaba: los carros; dotados de la más inverosímil tecnología de la época; Ford Mustang con sensores a toda velocidad por las calles de Roma o un Jaguar que casi volaba y, entonces, también se formó el ‘club de los autos Bond’. Mujeres bellas, carros supersónicos y un atractivo e intrépido agente que derrotaba a todos como muerto de la risa; el coctel estaba servido. Los ciudadanos iban a aplaudirlo en cada película festejando al héroe de pantalla.
Pero hay un filme formidable donde Connery se libera de su condición de agente en una aventura paralela. Su papel de Guillermo de Baskerville, en El nombre de la rosa, sobre la novela de Eco. Gran capacidad detectivesca para descubrir el asesino detrás de quienes morían al leer un libro, lo puso en otra escena un tanto más intelectual, haciéndose responsable de la imagen de una disciplina: la semiótica como agencia de detectives.
Me atrevo a decir que 007 no puede ser de la época del coronavirus, cuando nuevos sentimientos sociales contra los lujos, hombres más femeninos, transporte amigable o medioambiente dominan. Con perdón de nuestro irado agente, creo que partió en buen momento. Cuando el Santísimo le pregunte su verdadero nombre, tocará decirle la verdad: “Me llaman Bond”.
Armando Silva
ciudadesimaginadas@gmail.com

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