Opinión

'Nosferatu' y las vueltas de un vampiro

Del 'Drácula de Bram Stoker' a los clásicos sublimes de Murnau y Herzog.

Periodista cultural y crítico de cineActualizado:
Nosferatu (2024), escrita para la pantalla y dirigida por el estadounidense Robert Eggers (La bruja-El faro), puede clasificarse como un drama psicosexual de terror gótico y trasfondo romántico, que hace más de treinta años Francis F. Coppola reivindicó en su película Drácula de Bram Stoker. Excelente transcripción de época, hacia finales del siglo XIX en los comienzos mismos del cine. Sus filtros monocromáticos simulan estampas finamente reproducidas para ambientar el rústico pueblo alemán donde vive un agente inmobiliario y su joven esposa, acechada por recurrentes pesadillas eróticas que se enlazan con el vampiresco conde Orlok, habitante solitario de un lúgubre castillo medieval en Transilvania. ¡Tú me despertaste! “Es que tú no eres para el mundo de los vivos, ni de los humanos”.
En medio de alucinaciones permanentes, Ellen –personificada sin alma por la jovencita Lily-Rose Depp– se aproxima al ideal del romanticismo inglés de su autor original para trazar la fatídica dualidad de vida y muerte que la llevará en el subconsciente a convertirse en la posesión deseada del vampiro por excelencia llamado inicialmente Orlok, quien en esta reaparición luce putrefacto y en estado máximo de persuasión. Son tantos los signos u objetos que pululan a su alrededor: sombras opresivas, mordiscos en el pecho y no en el cuello, cruces protectoras, bestias nocturnas alteradas, supersticiones gitanas, sangre insaciable, proliferación de ratas y criptas barrocas de ataúdes utilizados solamente en el día. Así que podemos hablar de visiones neoexpresionistas.
Si Willem Dafoe hace las veces del sicoterapeuta observador de los delirios sobrenaturales, que sufren las víctimas sometidas a telepáticas ansiedades de forma esquemática o caricaturesca, Bill Skarsgaard sufre una impresionante transformación física que pone a prueba las habilidades de maquilladores, artistas prostéticos y expertos en afecciones cutáneas. Es, entonces, cuando Nosferatu es una palabra presuntamente de origen rumano que se traduce como vampiro e inmortal, o quizás ‘muerto en vida’.
Nosferatu (Una sinfonía del horror, Friedrich W. Murnau, Alemania, 1922). Siendo una de las joyas más preciadas del expresionismo cinematográfico de su época, y el título que preside la filmografía mundial de los clásicos fantásticos, Murnau recreó con inolvidable solemnidad el itinerario maldito de un vampiro demoníaco que se ve arrastrado a poseer física y espiritualmente a sus víctimas. Basada en la novela original Drácula del irlandés Bram Stoker, su guion original fue adaptado por Henrik Galeen. Algunos nombres y lugares originales fueron modificados al no autorizarse su adaptación por la viuda del legendario escritor inglés. Filmada en los Cárpatos y Transilvania (“en el país de los fantasmas”), con Max Schreck (el conde Orlok) y Greta Schroeder (Ellen), transmite en palabras del teórico Bela Balazs “Las corrientes gélidas provenientes del más allá”.
Excelente transcripción de época, hacia finales del siglo XIX en los comienzos mismos del cine, sus filtros monocromáticos simulan estampas finamente reproducidas para ambientar el rústico pueblo alemán.
F. W. Murnau (1888-1931): expresionista sublime, el “cineasta de la luz” y el más romántico de sus cineastas clásicos. Del diseño pictórico de luces e imágenes visuales como elementos creadores, con expresiones frías y atormentadas o desasosegadas de sus legendarios e inquietantes personajes. Atmósferas brumosas, dominadas por siluetas y sombras que realzan el claroscuro y el relieve espectral de los objetos; historias alucinantes y casi irreales en personalidades alienadas u oscuras, moldeadas por las inagotables posibilidades expresivas de la luz. “Almas melancólicas que habitan en las penumbras”, con evocaciones fúnebres que dan rienda suelta a pesadillas…
Se afirma, en La sombra del vampiro (Elias Merhige, 2000), protagonizada por John Malkovich), que la mítica Nosferatu es una reproducción maravillosamente realista en donde los escenarios auténticos producían vértigo y las circunstancias demenciales del intérprete principal (Max Schreck-Dafoe) eran bastante inquietantes. Para lograr demostrar tales hipótesis, se procede a imaginar lo que habría sucedido durante el rodaje con la tan anunciada sorpresa del perfil atribuido al actor natural, quien no soportaba la luz y devoraba toda clase de alimañas. Quien nunca antes se había perfilado con semejante gravedad el itinerario de un vampiro, pocas veces después lograría superarse con una escena más estremecedora que aquella caravana de ataúdes recorriendo callejuelas azotadas por la peste.
Nosferatu, el vampiro (Werner Herzog, Alemania, 1978). Fiel versión de las inclinaciones románticas del clásico por excelencia de F. W. Murnau. Quien renovó el espectáculo del mito demoníaco, rindió un homenaje significativo al más clásico de los productos fantásticos. El histriónico, pero sorprendente Klaus Kinski y la dulce presencia de una sa bastante vulnerable (Isabelle Adjani). Kinski, quien interpretó al conde Drácula de orejas puntiagudas, colmillos afilados y dedos o garras que rematan en largas uñas, penetró en los campos insondables del pánico o del absurdo. Si expresar los mecanismos aturdidores del silencio no es cosa fácil, Herzog logró captarlos en imágenes: vuelo en cámara lenta de un murciélago que enmudece al auditorio e imprime una sensación gélida de verdad –uñas afiladas, colmillos de lobo, orejas de murciélago y expresión traslúcida sedienta de sangre–.
Pero lo más aterrador fue un documental introductorio con murciélagos y las momias preservadas de Guanajuato.
maulaurens@yahoo.es

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