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LLORAR ES PARA MACHOS

Por qué será que el 70 por ciento de los suicidas, el 75 por ciento de los drogadictos, el 80 por ciento de los alcohólicos y el 85 por ciento de los criminales pertenecen al sexo masculino?

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Podría creerse que la madre naturaleza dotó a los hombres de una mayor capacidad destructiva que a las mujeres. Pero no es así. No es que la constitución o los impulsos innatos del hombre lo hagan más propenso a la violencia o a la autodestrucción.
Es una regla básica del comportamiento humano que todo acto violento está antecedido por un sentimiento negativo, sea ira, intenso dolor, frustración, miedo. Lo que ocurre es que las emociones negativas no expresadas producen un estado de opresión interna, que aumenta a medida que se reprimen los sentimientos, y llevan al individuo a explotar descontroladamente con actos destructivos, llegando a extremos como el de herir mortalmente, sea con palabras o acciones, a otros o aun a sí mismo.
Pero las emociones y sentimientos negativos pierden su poder destructivo si se procesan y para ello es necesario aceptarlos, validarlos y expresarlos. Y es ahí precisamente donde está el gran problema para el sexo masculino.
La expectativa social de que los hombres no lloran impuesta desde la niñez, va en contra de la naturaleza misma. Los hombres, al igual que las mujeres, están dotados de los órganos y la capacidad para derramar lágrimas.
Llorar no es otra cosa que la respuesta física a un profundo sentimiento de dolor, de frustración y hasta de alegría, que se invalida en los hombres en aras de que el ideal masculino es macho y valiente y, por lo tanto, no se expresa con llanto. De tal manera que la mayoría de los hombres pasan su vida negando todos sus sentimientos de tristeza, compasión o aflicción, y pretendiendo que nada les afecta para evitar que se les salgan las lágrimas. Así, llegan a un punto en el que no solo son incapaces de expresarlos sino que ni siquiera pueden identificarlos.
Debido a que los sentimientos de dolor y tristeza son emociones humanas, todos los seres humanos necesariamente los experimentamos. Las experiencias que vivimos alimentan nuestra mente y nuestro corazón en la misma forma en que los alimentos que consumimos nutren nuestro cuerpo. Así como los alimentos son procesados por el sistema digestivo, seleccionando los que el cuerpo necesita para nutrirse y eliminando aquellos que ya no cumplen ninguna finalidad, cuando sentimos alguna aflicción, se puede decir que las lágrimas son la forma de eliminar la presión emocional que nos produce un determinado evento doloroso.
En la misma forma en que la incapacidad de eliminar los desechos de los alimentos nos puede enfermar físicamente, la incapacidad para llorar nos puede alterar o enfermar mentalmente.
Los expertos en la conducta humana aseguran que en la mayor parte de los trastornos mentales está presente un estado de confusión del individuo, provocado, entre otros, por su incapacidad para validar y procesar profundas emociones que le afectan.
Esta necesidad de convencerse de que siente algo distinto a lo que de verdad lo aflige lo lleva a establecer y vivir como reales una serie de creencias sobre sí mismo y los demás que no corresponden a la realidad y pueden provocar su desequilibrio síquico o mental.
La alternativa para no expresar sus sentimientos de tristeza, sobre todo cuando son intensos, lleva a muchos hombres a racionalizar los eventos penosos tratando de convencerse de que no tienen importancia o a tomar trago para ahogar sus penas .
Pero los sentimientos no se pueden desconectar súbita y voluntariamente, de manera que, cuando están abatidos por una pena, suelen expresar rabia, una de las pocas emociones negativas que sí le está permitida al sexo masculino.
Adicionalmente, al bloquear y obligarse a negar su sufrimiento, los hombres quedan inhabilitados para aceptar, procesar y expresar otros sentimientos poco viriles como la ternura o la compasión, y por eso mismo parecen fríos y distantes aun con sus seres queridos.
De esta manera se alimenta esa actitud apática que caracteriza al hombre- máquina propio de la era de la tecnología, donde lo que vale es lo práctico, lo tangible, lo productivo, es decir el hombre deshumanizado.
En resumen, al negarse y reprimirse los sentimientos de dolor o tristeza, los hombres quedan confundidos y pueden optar por conductas autodestructivas o reaccionar violentamente con comportamientos irremediablemente lesivos.
Vale la pena redefinir qué quiere decir macho, para entenderlo no como un hombre incapaz de conmoverse ante el dolor, sino como aquel que tiene la valentía de expresar lo que siente, diga lo que diga la sociedad.
Son los sentimientos de caridad, compasión, piedad y conmiseración los que mueven a los seres humanos a luchar por la justicia, a procurar el bienestar de los que sufren y a trabajar por amainar la miseria de algunos de sus congéneres. Y es esta la clase de hombres machos los que precisamos.

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