Han pasado nueve meses desde que Mariela Rueda Díaz, de 66 años, se enteró de que su hija había muerto. Todos los días se queda con la mirada fija en una foto, como si ella le fuera a decir qué fue lo que le pasó realmente.
Mariela vive en Pamplona, Norte de Santander, junto con su hijo, de 21 años y en condición de discapacidad cognitiva. El joven tiene siete diagnósticos diferentes. Ante la impotencia decidió contar su historia porque no ha parado de llorar. Está anclada en un lugar lejano, en medio de una pandemia, sin poder averiguar nada.
Amaba a su hija Adriana Marcela Mendoza Rueda desde el día que nació, un 7 de junio de 1979, a las seis de la mañana. Lo recuerda con lucidez, pero la vida terminó por alejarlas cuando después de muchos destinos terminó en Bogotá.
En su tierra, la joven estudió en la Normal de Señoritas de Pamplona, se graduó del Instituto Superior de Educación Rural (Iser) y alcanzó a estudiar algo de psicología familiar, pero nunca terminó.
Encontró una oportunidad laboral en el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec) y por eso viajó y vivió en varias regiones del país: Valledupar, Tunja, entre otras, y, finalmente, Bogotá, donde se radicó en el 2004. “Ella estaba feliz en ese trabajo porque siempre le gustó servirle a la gente. Aquí, en Pamplona, trabajó un tiempo en el hospital”, contó Mariela. Adriana era una dragoneante del Inpec. Ellos prestan servicios de seguridad penitenciaria y carcelaria. Hace unos 16 años le anunció a su familia que se casaría con otro dragoneante, llamado Gilberto Marín Mejía. “Ella era la mejor hija del mundo, muy bella persona por dentro y por fuera. También era la madrina de mi hijo especial y pues siempre que tuvo la oportunidad me ayudó con él”.
Mariela dijo que cuando la llamaba o las pocas veces que la pudo visitar desde que se casó nunca le mencionó su deseo de hacerse una cirugía. “Yo siempre la vi tan linda, tan perfecta, era un poquito subidita de peso, como todos mis hijos, pero nada tan grave. Tenía un rostro y un alma hermosos”.
A pesar de su distanciamiento inexplicable, Mariela siempre la buscaba, y por eso fue que el 31 de enero del 2020, cuando su yerno la llamó a decirle que su hija había muerto, ella, simplemente, quedó sin palabras, pálida, sin aire. “Me pasó la idea de que habría muerto en un accidente de tránsito, pero nunca en medio de una cirugía estética porque jamás me habló de su intención de practicarse una”, contó Mariela.
Como pudo, y en medio de carencias económicas, esta mujer viajó a Bogotá en compañía de sus dos hijos William y Juan Sebastián. Fue el viaje más doloroso de su vida porque tuvieron que esperar días para que les entregaran el cuerpo de la mujer.
En Medicina Legal lo único que logró esta angustiada madre fue ver el rostro de su hija durante segundos. Quedó aterrada cuando lo encontró lleno de heridas. “Mi hijita estaba desfigurada. Fue aterrador, doloroso, no puedo explicar ese sentimiento”.
Mariela tiene un sentimiento que no la deja vivir, no comprende por qué no le permitieron estar más con el cuerpo de su hija. “Incluso muerta, yo soy su mamá, y necesitaba saber qué había pasado con ella. Eso para mí es y fue muy traumático”. Toda la familia quedó en shock.
Sin a información
Otro dolor que ha tenido que soportar esta familia es la lejanía con el esposo de Adriana, pues él no les ha explicado los detalles de lo que ocurrió desde el comienzo. “Solo nos dijo que se había mandado a hacer una cirugía y que fue por eso que se murió. Nunca hemos tenido una conversación con más detalle de lo sucedido”, dijo Mariela.
“Me dijo que cuando yo se la entregué en matrimonio dejé de tener que ver con ella. Es muy injusto, yo la parí y sigo siendo su mamá, así esté muerta, necesito que alguien me aclare qué le pasó a mi hija, eso me genera una impotencia muy dolorosa, me siento vacía”.
Fue por otros medios que la familia se enteró de que Adriana se había operado con el médico Ricardo Urazán y que la cirugía se había llevado a cabo en la clínica La Castellana en Barrios Unidos, también supo que luego de la crisis habría sido llevada a una prestigiosa clínica de Bogotá. Una fuente de confianza le dijo a EL TIEMPO que cuando llegó ya no había nada que hacer por su vida. Una de las dudas de Mariela es por qué la mujer tenía tantas heridas en su rostro y qué tipo de operación se realizó en el lugar.
Esta madre tampoco tuvo a los resultados de los exámenes del Instituto Nacional de Medicina Legal. “Yo he pedido siempre una copia de la epicrisis, de los resultados de la necropsia, pero nadie me la ha facilitado. Yo tengo derecho a saber qué le pasó a mi hija, pero no sé cómo se hacen esos trámites”. La última vez que Mariela habló con su hija fue en noviembre del 2019. “Ella vino a visitarnos de un día para otro, nos sorprendió porque venía de un tiempo en donde estuvo muy alejada de nosotros”.
Recuerda que la vio demacrada, pálida, decaída. Mariela y sus hijos no soportan un día más sin explicación alguna. Para seguir viviendo necesitan certezas de lo que le pasó a Adriana, porque además ya vivieron otra pérdida, de la que tampoco se han podido recuperar. “Otra de mis hijas, Jenny Maritza Mendoza Rueda, desapareció en 1997, cuando salía para su colegio. Toda su vida sufrió de matoneo porque tenía retardo mental, miopía y problemas en sus pies. Yo siento que ella está viva. No quiero volver a sentir que otra hija se me fue sin saber por qué. La verdad es un derecho mínimo”.
Esta familia pide justicia porque, además, han encontrado informes de prensa en los que el médico Ricardo Urazán aparece reseñado por procedimientos problemáticos. “Yo no puedo resucitar a mi chinita, pero sí le pido a la justicia que investigue qué pasó en esa intervención y a los médicos que la llevaron a cabo, para que no se sigan burlando del pueblo y paguen por todo lo que han hecho”.
Médico ya es investigado por otros casos
EL TIEMPO pudo establecer que por el caso de Adriana Marcela Mendoza Rueda la Fiscalía abrió oficiosamente una investigación en contra de la clínica de Cirugía Plástica La Castellana por los hechos ocurridos el 31 de enero de este año 2020.
En la fiscalía 11 de la Unidad de Vida se investiga si, en efecto, existió una mala práctica médica que llevara a la paciente a la muerte tras realizarse la intervención quirúrgica y si esta fue llevada a cabo solo por el médico Ricardo Urazán o por más personas. Por ahora se adelanta una indagación previa. Después de esta se determinará si hubo o no responsabilidad por parte del galeno.
También se pudo establecer que este mismo profesional está siendo investigado en un total de ocho casos en los que se determina si tuvo o no responsabilidad en tres casos de homicidio culposo y en otros por lesiones culposas. Este medio consultó con el encargado de prensa del doctor Ricardo Urazán para que este tuviera la posibilidad de dar su versión de los hechos, pero al cierre de esta edición no se obtuvo. En cambio, sí enviaron unos chats de conversaciones con la familia de la víctima en las que ellos lo instan a responder por lo sucedido con palabras ofensivas. La familia aceptó escribir dichos mensajes, argumentando estar desesperados ante la imposibilidad de que alguien les dé una explicación de lo sucedido y la negativa del médico de tratarlos con humanidad. “Es apenas lógico con este dolor que sentimos”, dijo un hermano de la víctima.
Un asesor de comunicaciones de Urazán confirmó que, según Medicina Legal, se demostró que la paciente murió por motivos externos y no de procedimiento, y que si bien no ha salido ese dictamen al público, ya se conoce. Pero según una fuente de confianza consultada por El TIEMPO, si esto fuera cierto, el caso estaría cerrado. “Esa afirmación debería verse con beneficio de inventario”, añadió. Este resultado hace parte de la investigación y está en reserva. EL TIEMPO consultó con la Universidad Nacional, que corroboró que este hombre cuenta con el título de médico del 21 de julio de 1995, pero no con el de cirujano plástico, aunque en algunos videos publicados por él mismo, en redes sociales, ha asegurado que cursó estos estudios en Brasil, pero no explicó en qué universidad.
CAROL MALAVER