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La historia de la pareja que vive en su Renault con seis perros

Sus tres hijas viven hacinadas en una casa. Piden ayuda al Distrito para encontrar un lugar digno. 

José Gregorio García y María Antonia Hernández, con sus perros en su Renault.

José Gregorio García y María Antonia Hernández, con sus perros en su Renault. Foto: Héctor Fabio Zamora.

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Desde hace cinco meses José Gregorio García, de 76 años, y María Antonia Hernández Vera, de 51, pasan sus días y noches con sus seis perros en un Renault modelo 75. Allí viven con Dume, Helena, Kia, Campanita, Ángel y Yuki, sus mascotas adoradas.
Muy cerca de donde está parqueado el clásico color vino tinto duermen hacinadas sus tres hijas, de 13, 15 y 16 años en casa de su abuela, quien vive con otros familiares con igual o peor situación económica.
Aunque nunca fueron una familia con dinero, extrañan su vida antes de la pandemia. José tenía un taller de reparación de radiadores y exhostos en Funza (Cundinamarca), sus hijas estudiaban en un colegio de Mosquera y cuando ya terminaba la jornada diaria salían rumbo a su apartamento en arriendo en el barrio Aguas Claras, en la localidad de San Cristóbal. “Sí, pobres, pero tranquilos. Teníamos lo básico”.
Todo comenzó a cambiar con la llegada de la pandemia de covid-19, y peor aún cuando comenzaron a decretar las cuarentenas. “Sin poder abrir nuestro negocio, quedamos en la ruina. Cuatro meses de cierre fueron fatales, quebramos. Tuve que venderlo todo para pagar lo que debía de arriendo del local y de la casa”.
Sin para dónde coger, decidieron irse a cuidar una finca en El Espinal, Tolima, con la esperanza de que cuando pasara la crisis de salud pudieran retornar a la ciudad. Allá criaron gallinas y cerdos, pero la dueña nunca les dijo que el predio estaba bordeado por una quebrada que en épocas de lluvia se desbordaba.
Y así pasó el 27 de abril de 2021, cuando las aguas arrasaron las pocas pertenencias de esta familia. “Mejor dicho, quedamos peor que como habíamos llegado y aguantando un calor terrible”.
Luego de la tragedia les dieron albergue en una bodega de la región. “Duramos tres meses, pero el dueño ya necesitaba que le comenzáramos a pagar algo y, pues, nosotros de dónde. Nos cortó la luz y nos tocó salir de ahí prácticamente a pedir limosna. La alcaldía de este municipio nos dijo que no tenía presupuesto para ayudas”. Lo único que les quedaba era su viejo Renault y viajar a Bogotá. “Salimos casi sin nada de gasolina y en el camino pedir para pagar peajes”.
Con mucho esfuerzo lograron llegar a Funza, pero ahí tampoco consiguieron ayuda de la istración del municipio. “Sin nada más que hacer, nos devolvimos para Bogotá, pero la situación no está nada fácil”.
José Gregorio García y María Antonia Hernández, con sus perros en su Renault. Se niegan a abandonar a sus mascotas.

José Gregorio García y María Antonia Hernández, con sus perros en su Renault. Se niegan a abandonar a sus mascotas. Foto:HÉCTOR FABIO ZAMORA

Ya completan cinco meses durmiendo dentro de su carro. Él y su esposa ya no pueden más del dolor de espalda y riñones, a veces se les hinchan las piernas, pero tampoco se atreven a sacar a sus animalitos. “Yo intenté dar uno en adopción, pero les daba pena moral y no comían ni dormían, entonces me tocaba volverlos a rescatar. No los voy a dejar en una fundación en donde no me los dejen ver. Nosotros somos muy animalistas”.
Sus hijas están cansadas de vivir con tantas personas porque saben que incomodan. “Son unas niñas, no está bien que no tengan su espacio, que duerman en un colchón en el piso”.
Para comer, José sale todos los días a reciclar, pero la competencia en las calles dificulta la situación. “Me gustaría que el Distrito me diera el carné porque los que trabajan en el oficio me la montan y no me dejan trabajar bien. La luz en la casa de mi suegra llegó por 200.000, no sé cuánto me vayan a pedir”.
José Gregorio García y María Antonia Hernández, aman a sus perros.

José Gregorio García y María Antonia Hernández, aman a sus perros. Foto:HÉCTOR FABIO ZAMORA

Y cuando no hay nada de ganancias, esta familia se ve obligada a pedir limosna en las iglesias o ayudas para comer. “Integración Social nos ha dado algunos mercados, pero todo se acaba. El día a día es duro. A veces solo desayunamos, a veces nos toca compartir almuerzo, un caldo de huevo de 3.000 o una fritanguita barata, y dormirnos con el estómago vacío”.
Le da pavor perder su carrito; al fin y al cabo, lo único que le queda. “El motor está fregando y se me dañó una puntera. Eso es muy grave porque era muy útil para reciclar”. Cuando llueve, además de soportar el frío de páramo de la localidad, se les entra el agua por cualquier rendija.
Los vecinos se conmueven, les ayudan cuando pueden, les dan comida a los perros, pero esta familia sabe que todo llega a su límite. “Aparte, mis hijas necesitan ropa, su uniforme y útiles completos. Uno no quiere ver a sus hijos así”.
Don José y su familia piden ayuda. Necesitan una casa, una vivienda en donde sus hijas, esposa y hasta sus mascotas tengan espacio para vivir. “Yo podría montar mi negocio, y que la vida fuera como antes”.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ

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