En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información
aquí
Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí. Iniciar sesión
¡Hola! Parece que has alcanzado tu límite diario de 3 búsquedas en nuestro chat bot como registrado.
¿Quieres seguir disfrutando de este y otros beneficios exclusivos?
Adquiere el plan de suscripción que se adapte a tus preferencias y accede a ¡contenido ilimitado! No te
pierdas la oportunidad de disfrutar todas las funcionalidades que ofrecemos. 🌟
¡Hola! Haz excedido el máximo de peticiones mensuales.
Para más información continua navegando en eltiempo.com
Error 505
Estamos resolviendo el problema, inténtalo nuevamente más tarde.
Procesando tu pregunta... ¡Un momento, por favor!
¿Sabías que registrándote en nuestro portal podrás acceder al chatbot de El Tiempo y obtener información
precisa en tus búsquedas?
Con el envío de tus consultas, aceptas los Términos y Condiciones del Chat disponibles en la parte superior. Recuerda que las respuestas generadas pueden presentar inexactitudes o bloqueos, de acuerdo con las políticas de filtros de contenido o el estado del modelo. Este Chat tiene finalidades únicamente informativas.
De acuerdo con las políticas de la IA que usa EL TIEMPO, no es posible responder a las preguntas relacionadas con los siguientes temas: odio, sexual, violencia y autolesiones
Explicativo
Exclusivo suscriptores
La trágica historia de la familia que vive de vender veneno para ratas en calles de San Victorino
Los Cárdenas Idárraga llevan más de 20 años ofreciendo los sobres letales para el exterminio de roedores y de otras plagas
*Los Cárdenas, familia emergente del comercio ambulante de San Victorino, llevan más de 20 años vendiendo sobres en polvo de raticidas. Es lo que les da para medio vivir. Foto: Ricardo Rondón Chamorro
Espanta la estampa de los sobres de veneno Racumín, donde aparece una rata negra, bigotuda, inflada su panza, ojillos de insecto, pelos erizados, patas delanteras amenazantes, cola sinuosa y larga, en las manos oferentes de los hermanos Cárdenas Idárraga.
En el vademécun de productos para exterminar roedores y otras plagas, también conocidos como rodenticidas o desrartizadores, el Racumín figura como uno de los venenos más antiguos y populares: data de 1956, bajo licencia de Bayer, y contiene como ingrediente activo el Coumetetralyl, químico letal que, entre 3 y 7 días de haber sido consumido, provoca la muerte por severa hemorragia interna. En términos gráficos, deslíe los intestinos.
San Victorino, bazar persa bogotano, tiene de todo, como en botica. A precios populares, la gente se provee de muchos productos, como el veneno para exterminar ratas y otras alimañas. Foto:Ricardo Rondón Chamorro
Entre los años 70 y finales de los 90, mucho antes de que 'La Mariposa' del maestro Edgar Negret desplegara sus alas de acero en la Plaza de San Victorino, existió en esta glorieta el populoso comercio de Galerías Nariño, llamado irónicamente "Unicentro de los Pobres": un complejo rudimentario de casetas de zinc y madera, algunas de container, empotradas sobre una superficie de rústicas tablas. Era el “toma y dame” de montonera, del "agáchese y escoja” y “pregunte por lo que no vea", y de la mercancía de bajar con vara de clavo.
Alrededor de Galerías Nariño, los almacenes formales que mandaban la parada eran ‘El Totazo’, ‘El Gangazo’, ‘El Puntazo’, ‘El Temblor’ y ‘El Bombazo’, el consorcio de depósitos de farmacias, y en la plazuela, como en la actualidad, el rebusque ambulante de multitudes a voz en cuello y con megáfono de pajareras, ropa y calzado de cargazón, mecato emergente y fritanga.
En los tiempos de Galerías Nariño y la Plaza de Mercado, la proliferación de roedores por exceso de basuras y desperdicios, ponía a los venteros y a la ciudadanía contra la pared. Foto:Ricardo Rondón Chamorro
Complementaban el indescifrable y estridente mercado persa, organilleros de periquito, culebreros, adivinas de baraja española, malabaristas de loza; cambalacheros de casetes y pastas musicales; tarjeteros de cantinas y burdeles de mala muerte, y puntuales, los avivatos que, sobre una caja de cartón como "mesa" y con tres tapas de gaseosa y una bolita de caucho, 'pelaban' incautos al por mayor hasta que irrumpía la policía.
Entre La babélica vocinglería, imperaba la promoción de 'Racumín', 'Campeón', 'Guayaquil', 'Sicario' y 'Mata siete', exterminios de roedores que se multiplicaban en temporada invernal, cuando de los tablados de Galerías Nariño y de los corredores de la desaparecida Plaza de Mercado Santa Inés (donde hoy está ubicado el 'Gran San'), salían como en maratón guarniciones de ratas encharcadas y robustas de crías a salvar el pellejo del garrote o del plomazo de carabina.
'La Mari'
La travesti 'La Mari', émulo del bajo mundo de María Schneider (protagonista de 'Último tango en París', con Marlon Brando), que se rebuscaba la pensión y el alimento diarios con el amor a escondidas en los hoteluchos de 'El Bronx', satirizó la epidemia roedora bogotana elaborando una rata rosada con espuma de colchoneta, a la que puso por ojos diminutos botones negros, bigotes que hizo de sus propias greñas y la cola hecha del cable de un teléfono de disco.
La familia Cárdenas llegó a la capital a principios de los años 90, huyendo de la violencia, y con la esperanza de una mejor calidad de vida. Foto:Ricardo Rondón Chamorro
Envalentonada y engreída, ‘La Mari’ colgaba su 'pinkrat' con un gancho en la gruesa trenza, negra como su suerte, "mi mascota", decía, con la que desfilaba como vedette en ombliguera, pantaloncitos calientes y chanclas, los domingos por la Séptima.
Hubo un momento en que la invasión de roedores puso contra la pared, no solo a la población sino a la istración distrital. Los radioperiódicos abrían sus noticieros matinales con el descontrol y la emergencia, incluso sanitaria, desencadenada por estos animales, a partir de la acumulación de montañas de basuras.
El "machete", como han llamado los venteros a la bonanza comercial, era agotar las existencias de sobres en polvo de raticida, mientras que en los pasajes Rivas y Colonial no daban abasto a satisfacer la fuerte demanda de trampas de resorte (las más comunes), y las de pegamento, que hoy condenarían las defensorías animalistas.
Hablaban de ratas descomunales de desagües y alcantarillas que tenían en vela y atemorizada a la población. Un político, por tramar de chistoso, insinuó en una alocución que, "para ratas gigantes, gatos gigantes", gracejo que mucho después se le oyó, tal cual, a Robert De Niro, en el rol de Murray Franklin, el show man de televisión, en 'Joker (Guasón), protagonizada por el oscarizado Joaquín Phoenix, como Arthur Fleck (2020).
A principios de los 90, empezó a llegar, graneadita, la familia Cárdenas Idárraga, proveniente de Villa María, Caldas, huyendo de la violencia, y en busca de un mejor porvenir. El primero en llegar a Bogotá fue Hugo, quien de joven no logró concretar su ilusión de campeón de ciclismo, y en su pueblo fue bombero y conductor de ambulancia. Hugo llegó a la capital en pleno furor de la venta de fruta importada de Chile:manzana, durazno y ciruela, que venía en cajas de pino refinado.
El negocio de la fruta garantizaba prosperidad, y así fueron llegando Ovidio, Jorge, Gustavo, Marina, Andrés, el menor, y sus padres, Don Tiberio y doña Elvira. Lo que no estaba en el libreto es que, en su primera alcaldía, Enrique Peñalosa, contundente con la recuperación del espacio público, barrió con puestos y carretillas de venta ambulante en San Victorino, ante la mirada pesarosa de los Cárdenas, que no cayeron en la cuenta de guardar para épocas de vacas flacas, y coincidieron en el rebusque con raticidas, veneno para pulgas, chinches, cucarachas, ácaros, garrapatas, y bolitas de naftalina para espantar la polilla.
Los hermanos no han salido de la calle 11 con carrera 11, donde fijaron, hace más de dos décadas, el comercio de los raticidas, en plena vía pública. Foto:Ricardo Rondón Chamorro
Llevan más de 20 años en el populoso comercio de la calle 11 con carrera 11, al sol y al agua, con una sola comida diaria, ofreciendo a dos manos, como si se tratara de billetes de lotería, sus racimos de sobres de Racumín, 'Mata siete', 'Campeón', 'Guayaquil', 'Cucarachín' y 'Sicario'.
Jorge dice que la venta de raticidas se pone buena a principio de año, pero que en esta temporada hay demanda por la proliferación de roedores, fenómeno que en la actualidad tiene crispada a la ciudadanía por las obras que la alcaldía viene adelantando en la construcción de las vías del Metro, otras de Transmilenio, y por el incremento y descontrol de basuras y desperdicios, en distintos puntos de la capital.
Empezaron a vender sobres a 500 pesos. Hoy, entre 4.000 y 5.000. Los Cárdenas Idárraga se acostumbraron a dormir en pagadiarios de 15.000 pesos en el barrio Las Cruces. Desde que resuelvan para el corrientazo de medio día, la dormida y la 'canequita' de Old John para disipar la gurbia, el frío y el tedio, "coronan la jornada".
Confirma Jorge que ya han perdido dos hermanos: Hugo, por un infarto fulminante en 2022. Ovidio, por una irremediable complicación de hígado y riñones, en 2023. A don Tiberio, el padre, lo mató una buseta hace años en la avenida 19 con carrera 13. Doña Elvira, de 83 años, está al cuidado de sus hijas, profesoras pensionadas en Manizales.
Le pregunto a Jorge que si la venta de raticidas es de todos los días: "Sí señor, no puedo parar. El día que no salga no hago para el bitute y la dormida". También le indago sobre el hombre que en la acera del desaparecido café de billares Río Sena (donde trabajó como garitero en los años 80 Gonzalo Rodríguez Gacha, 'El Mexicano'), exhibía ratas disecadas en una vitrina para promocionar sus venenos. "Uy, yo creo que ese man está chupando gladiolo hace rato", sentencia.
-Marina, ¿le puedo tomar una foto?
-¡No, que foto ni que ocho cuartos! Tómele a las trampas.