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María, la periodista trans en el Distrito: ‘Me decían que estaba confinada a prostituirme’
Llegó como adolescente a Bogotá, navegó por los caudales de discriminación, pero, al final, demostró que podía ser una profesional.
María Catalina Arias Martínez, de 31 años, trabaja la Casa LGBTI Diana Navarro en el barrio Santa Fe de la localidad de los Mártires. Foto: Cesar Melgarejo/ EL TIEMPO
Sobria, de uñas suaves y delicadas, María Catalina Arias Martínez, de 31 años, bajaba por las escaleras de la Casa LGBTI Diana Navarro en el barrio Santa Fe de la localidad de Los Mártires. En la esquina susurraban varias mujeres trans, sentadas todas en un banco. Vestían diminutas prendas a pesar del frío, algunas fumaban y otras miraban con un tanto de desconfianza a las cámaras que irrumpían en una de las zonas de tolerancia más conocidas de Bogotá. Entrando al lugar subían dos indígenas, sus rasgos étnicos eran visibles. Estaban maquilladas, pero no como las de su pueblo, diferente.
Ella, de las pocas periodistas trans que trabaja para la Alcaldía de Bogotá, las saluda, nos saluda, y se relaja el ambiente, será porque comprende cuáles son los pesares y los ataques que padece esta población en un país en donde fueron asesinadas 26 trans en el 2023.
Se siente rara por estar al otro lado de la cámara y así comienza a narrar su historia. Nació en el municipio de Nátaga (Huila) y desde los cinco años sabía que era una niña. No fue fácil porque su padre, Raúl Martínez, era un policía; su mamá, Niyarert Arias, un ama de casa más bien chapada a la antigua y su hermano mayor, un joven a quien le costaba comprender lo que para él eran ‘extraños comportamientos’.
María Catalina Martínez en los brazos de su padre. Foto:Archivo particular
Aunque no se salvó de las reprimendas de su padre por solo querer jugar con niñas, tener manías femeninas o divertirse con muñecas y no con el fútbol dijo que él fue quien la formó para ser fuerte y decidida. Pero murió. Fue asesinado en Algeciras, Huila en una toma guerrillera en 1998. “Ese día lo recuerdo como si fuera ayer. Todo comenzó a las 8 de la noche. Se tomaron la iglesia y luego atacaron a los policías. Con mi familia nos metimos debajo de la cama. A mi mamá le tocó arrastrarse por la cocina para cerrar las puertas”. Mientras eso pasaba la oscuridad se tomó la zona. El frente Teófilo Forero cortó la luz. A las dos de la mañana cuando llegó el avión fantasma ya sabían que Raúl estaba gravemente herido. “Fue el momento más fuerte y largo de mi infancia. Perdí a mi padre. Solo tenía ocho años”.
Yo me ponía los tacones y la ropa de mi mamá a escondidas. Ella siempre me amó, pero nunca tocó el tema de mi forma de actuar, de mi identidad de género, y eso fue un vacío en mi vida
Luego de eso creció con primos y primas, pero siempre con la convicción de lo que quería ser. “Yo me ponía los tacones y la ropa de mi mamá a escondidas. Ella siempre me amó, pero nunca tocó el tema de mi forma de actuar, de mi identidad de género, y eso fue un vacío en mi vida. Todo lo que supe fue por internet. Mi proceso de transformación lo hice sola”.
Mientras su hermano veía Dragon Ball, ella Sailor Moon. “Siempre peleaba con él porque en esa época no me entendía. Luego mi mamá se casó con otro hombre, tuvo más hijos a los que amo y así trascurrió mi infancia. Todos me veían, pero nadie decía nada”. Recuerda con alegría cuando le regalaron unos patines. Los asociaba con los tacones de mujer porque le daban altura. Encima de ellos se sentía libre, empoderada.
María Catalina con sus patines, el mejor regalo de su niñez. Foto:Archivo particular
A los 13 años entró al colegio de la policía San Miguel Arcángel. “Allá igual tenía conductas femeninas. Me decían muñequita y a mí me gustaba. Hubiera sido peor que me dijeran macho o algo así”. Eso sí, entrar al baño de los niños era extraño, se sentía intimidada. Y así ocurrió con muchas más cosas. En los festivales quería ponerse la falda del bambuco y no el traje masculino y aun así en su colegio nunca sufrió de discriminación. “Llegué a tener un grupo de amigas y un amigo gay con quien hablábamos de las novelas y sin tabúes de lo que sentíamos. Todo de manera muy ingenua”.
María Catalina estaba tan convencida de quién era que uno de los choques que recuerda fue cuando le contó a una psicóloga que sentía miedo de quedar embarazada algún día. “Ella me dijo que eso era imposible y por qué. Fue durísimo. Mentalmente, yo estaba construida de manera diferente”.
Bogotá
A los 14 años María Catalina sabía que quería ser comunicadora social y periodista, pero su familia no tenía dinero para pagarle sus estudios, entonces, muy joven, salió a Bogotá a buscar a un amigo gay que había conocido en redes.
Sabía que iba a llegar a un barrio llamado El Amparo, en Kennedy, pero lejos estaba de conocer que allí gobierna el hampa. “Mi mamá me mandaba algo para vivir de la pensión de mi papá y con eso pagaba la pieza. Igual trabajaba en bares para sobrevivir”.
Ahí empezó a maquillarse y a vestirse como mujer, pero las prendas que usaba eran motivo de burla. “Yo no tenía senos, entonces me ponía rellenos. En esa época iba a discotecas y me daba cuenta de muchas cosas. Ahí comenzó mi transformación”.
María Catalina Martínez, de 31 años, trabaja la Casa LGBTI Diana Navarro en el barrio Santa Fe de la localidad de los Mártires. Foto:César Melgarejo/ El Tiempo
Su vida transitó por muchos otros barrios como Chapinero y supo lo que era ser discriminada. “Me decían palabras obscenas, groserías. Todo eso me lastimaba mucho. Mi amigo chiqui fue mi apoyo. Su hermana me regalaba ropa y me hacía sentir mejor”.
Y sin pensarlo, a los 18 años ya estaba casada con un hombre 26 años mayor que ella. “Él fue muy bueno conmigo. Me ayudó con los primeros semestres de la universidad, a moverme por la ciudad y me explicó que tenía que conseguir un trabajo para terminar la carrera. Así pude entrar a Los Libertadores”. También le compró su primera computadora y mientras eso pasaba sus amigas la tentaban a prostituirse y su mamá le decía que por qué no se hacía estilista, pero ella siempre se negó. “Quería salirme de esos espacios en los que siempre encasillan a las mujeres trans”.
Quería salirme de esos espacios en los que siempre encasillan a las mujeres trans
Y así trabajó como archivista en el Ministerio de Hacienda y luego como vendedora de discos en el aeropuerto. “Ganaba poquito, pero fui muy feliz porque salía de trabajar y me iba a estudiar. Nunca vi a una mujer trans ahí, algunos universitarios se burlaban de mí, los profesores sí me entendían, pero yo igual tenía que seguir”. Muchas veces prefirió estar sola, pues estaba desplazada de los grupos de trabajo.
Llegó a tener amigas solo hasta quinto semestre, cuando se separó de su esposo y se puso sus primeras prótesis que pagó gracias a sus ahorros. “La gente no tiene ni idea todo lo que uno tiene que luchar. Lloré cuando me vi por primera vez”.
Después de los senos, María Catalina emprendió otra causa y en una época en donde no existían tantas ayudas del Distrito, tener una nueva cédula. “Nadie se imagina lo que es vestirse como mujer y que te llamen como hombre”. Así que buscó en internet, guardó una plata, se fue hasta su pueblo a buscar números de folio y cumplió su cometido: se puso el nombre que la identificaba. Mantuvo sus apellidos, pero primero puso el de su mamá, la mujer que nunca la abandonó. Todo eso ocurrió en el año 2015.
Nadie se imagina lo que es vestirse como mujer y que te llamen como hombre
La presión para que se hiciera operaciones era constante: ‘póngase unos senos más grandes’, ‘hágase una rinoplastia’, ‘sáquese una costilla’, ‘imagínese usted con una cola más grande’, pero ella tenía un norte claro, quería terminar su carrera. “Me decían que nada de lo que estudiara iba a servir, que a mí no me iban a dar trabajo, que terminaría en la prostitución. Pero, a pesar del miedo, le dejé las cosas a Dios. Preferí quedarme sola”.
Y así consiguió trabajo primero como coordinadora de comunicaciones en temas de salud sexual y reproductiva de la Red Somos y luego en la Plataforma por la paz, donde se abordaban temas de conflicto armado, paz y reconciliación LGBTI. “Todos los jefes que tuve me ayudaron y entendieron mucho. Me enseñaron a redactar y tuvieron mucha paciencia”.
Integración Social
María Catalina en una de las huertas comunitarias del barrio Santa Fe. Foto:Cesar Melgarejo
Ese camino recorrido, alejarse de ese mundo hostil a pesar de la discriminación, pensar en preparar su mente y no solo su cuerpo, dio frutos. Fue convocada para trabajar en la Secretaría de Integración Social en el año 2021. “Para mí esto es un logro enorme”.
Y aun así, aunque ella logró lo que muchas no han podido, entiende las dificultades por las que pasan las mujeres como ella. “No las juzgo. Viven las consecuencias del desplazamiento, el maltrato de sus familias, la violencia de las calles, el consumo de drogas y alcohol y la discriminación. No es fácil tener fuerza de voluntad con hambre y sin oportunidades, sin gente que te ayude o sin algo de suerte”.
Cuando llegó era la única mujer trans en la oficina de comunicaciones. Los nervios se apoderaban de ella. Y aunque prestó sus servicios en varias dependencias, como si el destino la llevara de vuelta a una zona que visitó una noche, la misma en la que decidió que esa no iba a ser su vida, empezó a trabajar en las ruidosas calles del barrio Santa Fe. “Ese día me acordaba la vez que, más joven, había visitado un bar con una amiga que me inducía a vender mi cuerpo. Recuerdo la energía de esa noche, lo que vi, el olor a trago y a cigarrillo. No quería eso, morir una noche y ya”.
Ese día me acordaba la vez que, más joven, había visitado un bar con una amiga que me inducía a vender mi cuerpo. Recuerdo la energía de esa noche, lo que vi, el olor a trago y a cigarrillo. No quería eso, morir una noche y ya.
Hoy es comunicadora social y periodista de la subdirección para asuntos LGBTI. Hace productos escritos y audiovisuales y maneja temas como el Chuchú de la cédula, las huertas comunitarias, las historias de la comunidad de la zona, entre muchos otros. “El trabajo es muy bonito, se ven los resultados. Se puede cambiar de a poquitos la vida de estas personas”.
En aquella casa entran y salen mujeres y hombres para leer, chatear, tomarse un tinto, trabajar en la huerta, terminar su bachillerato, leer un libro, entrar a internet o, simplemente, sentirse seguros. Es un lugar libre de discriminación, esto último, quizás, lo que más les duele en su cotidianeidad. “El año pasado me dio un mucocele en el ojo por una sinusitis no controlada. Tuve que internarme en una clínica para que me operaran. Me di cuenta de que el médico no me quería tratar por ser trans. Lo oí discutir con otra doctora que me defendía. Eso se siente mal. Así pasa con muchos profesionales de la salud”.
María Catalina el día de su grado. Foto:Archivo particular
Pero cada muro con el que se estrelló la fortaleció más, tanto, que sacó adelante una especialización en periodismo digital y allí conoció a quien hoy es su esposo. “Me cuestionaban por solo querer trabajar temas trans, pero yo les respondía, cuando vea en una universidad a varias como yo, le bajo un poco al tema y eso, hasta ahora, no ha pasado”.
Y ahora que ha demostrado de qué está hecha, quiere apostarle a su transformación física, una vaginoplastia, entre otros tratamientos que una mujer como ella necesita.
Sabe que su historia no es la de muchas otras. De hecho, relató su vida en una sala atiborrada de fotos de mujeres trans que murieron de forma violenta en el país y desde hace décadas. Es un ciclo que no termina. “Y hay muchas más, solo que como figuran con nombre de hombres no se sabe. Otras fallecen por enfermedades, por depresión o se quitan la vida”. Y otras tantas en la búsqueda de verse diferentes se operan con métodos artesanales que terminan por matarlas, como inyectarse aceite de cocina o silicona. Faltan más historias como la de María Catalina, falta hacer que eso sea posible.
Cifras de inclusión
Según estudios consultados por la Secretaría de Integración Social (SDIS), el 10 por ciento de los bogotanos hacen parte de la comunidad LGBTI, es decir, unas 800.000 personas y de estas, un 1 por ciento son mujeres y hombres transgéneros, es decir, unas 80.000. Esta es una aproximación, pues no existe un censo que arroje cifras más claras.
Transgénero es un término global que define a personas cuya identidad, expresión o conducta no se ajusta a aquella generalmente asociada con el sexo que se les asignó al nacer.
La Subdirección de Asuntos LGBTI cuenta con un 20 por ciento de personas Trans en su equipo de trabajo, es decir 21 personas de 107. Es el equipo más grande en cualquier entidad del Estado en Colombia. Durante el 2021 se entregaron 113 cédulas con cambio de componente, nombre y/o sexo en el marco del ‘Chuchú’ de la cédula a personas trans, con un operador privado.
En 2024 se han entregado 100 cédulas, serán 150 en los primeros cien días de gobierno. Y actualmente hay más de 400 personas Trans y no binarias, pendientes de culminar el trámite que garantizará su identidad y ciudadanía, con un servicio operado por SDIS.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ
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