
Quedé parapléjica tras sufrir un accidente en moto: desde entonces tengo al miedo hablándome al oído
Jenny Andrea Corrales era una motera apasionada e incluso fundó dos clubes de esta práctica. Un accidente le cambió la vida. Así se salvó de morir y salió adelante.
Quedé parapléjica tras sufrir un accidente en moto: desde entonces tengo al miedo hablándome al oído
Jenny Andrea Corrales era una motera apasionada e incluso fundó dos clubes de esta práctica. Un accidente le cambió la vida. Así se salvó de morir y salió adelante.
Vanessa Pérez Castellanos
Periodista
Existe un sentimiento que camina entre la nostalgia y la resignación, este se alimenta de injusticia y se asoma cada vez que me veo en fotos antiguas sin reconocerme. Los seres humanos tenemos conciencia de que cualquier cosa mala nos puede pasar; sin embargo, parecemos olvidar el milagro diario de estar vivos. Eso me pasó a mí, nunca imaginé que lo que empezó siendo un sueño terminó convirtiéndose en una pesadilla de la cual aún no me despierto.
Diciembre del 2018. Inicié mi día con normalidad, salí de casa en el sur de Bogotá en compañía de mi pareja y nos subimos en mi moto. Él conducía y el camino era como siempre, yo disfrutaba de la vista. De repente, escuché las llantas de un carro rechinar y, seguido de esto, el golpe abrupto en la parte trasera de la moto.
Todo pasó en cuestión de segundos, sentí mi cuerpo catapultarse por el aire y recorrer varios metros hasta impactar contra el suelo.

Jenny Henao, Víctima de accidente Foto:Redes sociales
Desperté 20 días después con dolor físico y emocional, intenté mover las piernas, pero fue imposible. Pensé que mi cuerpo seguía en shock y simplemente estaba cansada; aquel sentimiento me impedía entender que sufrí un daño irreparable: mis piernas no respondían y no volvería a caminar nunca más. En ese momento la tragedia tocó mi puerta. Me encontré frente a una nueva realidad. Comenzaba una lucha que tenía que vivir en silla de ruedas.
Desde ese día tengo un ‘hubiera’ atravesado en la garganta, un ‘ojalá’ en el pecho y el miedo hablándome al oído, pero Dios habla más fuerte, tan fuerte que me dio la oportunidad de seguir viendo a mis hijos crecer.
Trabajar por un mejor futuro
Nací el 23 de marzo en 1981, en Manizales, Caldas. Soy la tercera de siete hermanos y desde pequeña me enseñaron a realizar labores de campo, aprendí a sembrar, ordeñar, recoger frutos y secar café.
Cuando cumplí 15 años me casé con un hombre mayor que yo y dos años después, en 1998, tuve mi primera hija: Keiry Jailine; su vulnerabilidad y belleza me cautivaron y nació con ella el sentimiento de protegerla y trabajar por las dos para tener un mejor futuro.
Mi esposo trabajaba en otras ciudades por lo que no tuve su compañía y después de tres años me separé. No obstante, mi hija me llenó de fuerza y quise seguir estudiando, por ello cuando cumplí 20 años me mudé a Bogotá, donde me recibió mi hermana mayor.

Jenny Henao, Víctima de accidente Foto:Redes sociales
En la localidad de Tunjuelito, en el sur de Bogotá, validé el bachillerato y empecé a trabajar como auxiliar de veterinaria. Aprendí, con mucho esmero, todo sobre el cuidado de mascotas y con mis ganancias empecé a ahorrar para materializar mi sueño de comprar una moto.
Cuando cumplí 24 años, conocí al papá de mi segundo hijo, Nick Santiago, quien nació en 2006. Su llegada me llenó de felicidad. Mis dos hijos se convirtieron en mi motivación para seguir cumpliendo mis metas.
Me independicé con mi nuevo novio y durante 4 años vivimos como una familia normal, con días buenos y malos. En aquel entonces, me sentía feliz de la vida que llevaba, trabajar para un hogar te hacía sentir una mejor persona. Hasta que el amor de pareja se desvaneció hasta disolverse.
Sin embargo, conforme mis hijos crecían tuve más tiempo para empezar con otros proyectos individuales como lo fueron emprender y comprar mi anhelada moto.
El día esperado: no solo compré una moto, sino que adquirí una pasión por estas
En el año 2011 se hizo tangible mi primera moto. Recuerdo el día cuando la compré, la emoción me invadió el cuerpo. Era una Honda CB-110 de color blanco. El primer viaje con mi nueva compañera me despertó una pasión que me recorría el cuerpo. Mi amor por este tipo de vehículos se sumó al sueño de viajar por Colombia y así, poco a poco, conocí personas que compartían la misma pasión.
Viajaba al principio con dos o tres conocidos, después pasé a ‘rodar’ con más de 20 personas. Paulatinamente, vi en ellos una familia y fundé dos clubes de moteros ‘Ángeles y demonios’ y ‘Legión Riders Bogotá’, con ambos grupos teníamos objetivos colectivos y de servicio social. Ayudamos a fundaciones o a quienes lo necesitaran, llegamos a entregar mercados, pañales o medicamentos.

Jenny Henao, Víctima de accidente Foto:Redes sociales
Pero el amor tocó dos veces mi puerta: el primero hacia las motos y el segundo por un hombre que me amó junto con mis hijos. Para mí conocerlo significó encontrar un alma gemela, fue cómplice y compañero del amor por las motos. Con mi novio y los clubes de moteros viajamos, conocimos y disfrutamos de los incomparables paisajes de Colombia. En ese momento vivía la vida que siempre deseé.
Por otro lado, mis proyectos no se detenían y, cuando cumplí 35, emprendí con una tienda de ropa virtual. Poco a poco empecé a tener clientes y me sentí afortunada porque mi nuevo proyecto crecía. En este negocio me ayudaba mi esposo, otra meta que nos unía como pareja.
El día cuando mi vida cambió
Diciembre siempre fue un mes que recordé y viví con entusiasmo: la comida, el árbol de navidad y la unión familiar me llenaban, sin duda alguna, de un bienestar que compartía con mi esposo y mis hijos. Aquellas emociones las guardo en mi memoria como un tesoro que no pude disfrutar, uno que me arrebataron con tanta fuerza que casi pierdo la vida.
Ese domingo 16 de diciembre del 2018, vísperas de la navidad, recuerdo que salí con mi esposo en mi moto para surtir el negocio de ropa. En mi cabeza todavía resuena como rechinaban las llantas del carro que nos atropelló. Al caer, quedé incrustada entre un poste y una señal de tránsito con una distancia, entre sí, de apenas centímetros. Mi cuerpo se dobló en forma de ‘U’. Mi cabeza terminó tocando mis pies y quedé inconsciente

Jenny Henao, momento del accidente Foto:Redes sociales
La ambulancia llegó y al verme pensaron que estaba muerta. Mi esposo lloraba desconsolado y la gente se aglomeraba ante mi cuerpo tomando fotos y videos. Minutos después los bomberos llegaron al lugar y destruyeron la señal de tránsito para poder sacarme de allí.
Además, aseguran que también se han realizado campañas educativas, como “Cuidarte es el pedido más importante” y “Mi familia me espera”, para fomentar el autocuidado y la responsabilidad en la vía.
Inmediatamente, me llevaron al hospital y el 5 de enero del 2019, 20 días después del accidente, desperté. No entendía lo que sucedía, pero en medio del dolor y el miedo lo primero que hice fue preguntar por mi esposo, los médicos me dijeron que él no había sufrido ninguna herida de gravedad y el mismo día del accidente fue dado de alta.
Sentí alivio por la noticia, no obstante, mi suerte era distinta y mi diagnóstico amenazaba con que mi nueva compañía sería el dolor.
La batalla por mi salud
En el hospital, recuerdo sentirme viviendo una pesadilla, lloraba por el dolor y no podía dormir. Mis hijos me visitaban todos los días, me llenaban de abrazos y detalles, lo que me invadía de preocupación era preguntarme por qué mi esposo no venía a verme.
El día cuando me dieron de alta me advirtieron que el accidente me había dejado secuelas definitivas.
—Señora Jenny, lo sentimos mucho, usted no va a volver a caminar, el golpe le destrozó su médula ósea— me dijo el especialista con voz tenue.

Radiografías de Jenny Henao, Víctima de accidente Foto:Redes sociales
Mis ojos se inundaron de lágrimas e involuntariamente empecé a gritar, las manos me temblaban y en mi mente repetía: ahora que voy a hacer. Me inyectaron un calmante y salí del cuarto en silla de ruedas. Ese día no volví a pronunciar una sola palabra.
— No hay nada que podamos hacer por usted— me repitieron los médicos.
Era irreal saber que salí de mi hogar caminando y entré en silla de ruedas. En el camino a casa cualquier bache me producía dolor. Mis hijos me abrazaron y me llenaron de besos. Lloré a su lado sintiéndome protegida.
La vida después del accidente
La bienvenida por parte de mi esposo no fue del todo amorosa. Me saludó de manera distante. Lo excusé pensando en que quizá aún tenía dolor por sus heridas.
En casa todos parecían estar guardando un secreto que me destruiría más. Una semana después mis familiares me mostraron unas fotos de él con la mujer que me surtía el negocio de la tienda virtual. Mientras yo estaba hospitalizada, ellos se habían ido a viajar como pareja.
Las siguientes fotos eran de ella luciendo la ropa que yo había comprado para festejar mi diciembre. Mi esposo no negó nada, él le regaló mis pertenencias. Se fue de la casa llevándose la moto que yo compré y me dejó a menos de un mes del accidente.
Esos días tuve un duelo doble que me destruyó emocionalmente: mis piernas y la idea del amor incondicional. El accidente me quitó lo que no era mío, un esposo y un apoyo que nunca tuve, por eso quizá la vida no me quitó nada, me mostró realmente lo que tenía: a mi familia y a Dios.
Sin justicia no hay sanación
Mientras todo lo malo parecía pasarme, yo preguntaba quién nos chocó y la respuesta me dejó sin aliento y con aún menos fuerzas. La persona que nos embistió fue una mujer quien desempeñaba un cargo político. Ella le dijo a mi exesposo que se haría cargo de todo, pues contaba con un seguro todo riesgo y que ellos serían los encargados de responder.
El primer mes manteníamos o, sin embargo, días después dejó de contestar el celular y el tiempo siguió pasando sin tener una respuesta ante mi estado. Finalmente, me notificaron desde su seguro que, según su propia versión, ella no tenía la culpa del accidente y por ello podría no ser indemnizada.
Ante ello, contraté un abogado que se hizo cargo del caso. En los papeles probatorios estaba el registro del policía que llegó al lugar del accidente, en aquel papel explicaba que el carro fue el que, a alta velocidad, chocó con la moto. Además, las fotos de ambos vehículos demostrarían cómo sucedieron los hechos. Su carro tenía una abolladura en la parte delantera en el costado derecho y la moto el golpe en la parte trasera izquierda.
Ante el agente de tránsito, los golpes señalaban que ella, al intentar adelantarse, embistió la moto. Mientras el caso avanzaba, mi dolor también lo hacía. Despertaba y me iba a dormir con un dolor crónico en la espalda y la clavícula.
Durante unos meses conté con el apoyo de los grupos de motociclismo que yo había creado. Ellos me dotaron de pañales y algunos medicamentos, pero no era suficiente con todos los gastos que tenía que cubrir.
Los meses pasaban y no tenía respuestas. El seguro respondió que el caso iba a ser sometido a pruebas que reconstruyeran el accidente para determinar la culpabilidad de su cliente. Aunque mi corazón sabía que la verdad era la que me favorecía, no tenía mucha esperanza.
Del accidente nació para mí, un nuevo hijo, y le llamó así porque lo considero parte de mi familia. Durante mi proceso, mi hijo menor Nick Santiago me contó que tenía un amigo que pasaba los días sin tener un hogar, era un joven extranjero y la calle era su refugio.
Yo le pedí que lo trajera para conocerlo y le di un nuevo hogar, uno con el calor de abrazos sinceros y comida caliente. Él me llama ‘mamá’ y fue el regalo que me dio Dios para tener más manos en las cuales apoyarme. Mis hijos son mi propósito diario.
Asimismo, cuatro años después del accidente, en julio del 2022, el caso se cerró a mi favor. Las pruebas del accidente indicaron que en efecto la culpa fue de la camioneta que nos chocó y por ello fui indemnizada.
Ahora vivo en una nueva casa junto con mis hijos y mi hermana, quien siempre estuvo conmigo. Para mí es claro que ningún monto de dinero me puede devolver la movilidad en mis piernas o quitarme el dolor que sigo sintiendo a diario, pero fue un alivio financiero el resultado del caso.
Mis pasiones cambiaron de la moto a las manualidades y ahora crear y pintar me hace feliz. Actualmente, he aprendido a tener una nueva manera de afrontar la vida y he aceptado con fe mi nueva realidad.
Pese a que nunca imaginé que mi vida terminara en dos ruedas sigo levantándome con la misma fuerza de quien apoya fuertemente sus dos pies para correr hacia sus sueños.