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El día en el que unos actores fueron confundidos con delincuentes en Bogotá
Los protagonistas de esta historia cuentan cómo se resolvió el difícil momento que vivieron.
El Teatro Jorge Eliécer Gaitán no solo ha sido un escenario que ha visto nacer a destacados actores y memorables espectáculos teatrales, musicales y conciertos, también ha sido testigo de hechos que quedaron en la memoria de la ciudad y, sobre todo, de artistas y de quienes están detrás del telón.
Uno de esos hechos que sigue rondando los recuerdos y se transmite año a año como una anécdota que hoy produce risas, aunque en su momento fue causa de gran preocupación, es el relato sobre cómo un grupo de actores fueron confundidos con delincuentes que planeaban un ataque con bombas molotov en medio del tumulto que intentaba ingresar a una presentación del cantautor cubano Silvio Rodríguez.
El teatrero de calle Misael Torres. Foto:Archivo Particular
Los involucrados fueron el director y dramaturgo de teatro Juan Carlos Moyano, el juglar y teatrero de calle Misael Torres, el arquitecto y pintor Claudio Beltrán y el escultor Andrés Plata Rueda, ‘Cheto’, como lo conocen todos sus amigos. Son artistas de la “vieja guardia” que hoy siguen activos, movidos por la pasión por las tablas.
Ellos habían estado trabajando en el montaje de El circo invisible, un espectáculo circense pero sin carpa, y salieron a almorzar y se tomaron unos vinos en un restaurante cerca del Jorge Eliécer Gaitán.
Ahí fue cuando el Cheto se llevó dos botellas en su mochila arhuaca, pensando que las iba a utilizar en una escultura de vidrio en la que trabajaba. Ya en la calle, con algunas copas en la cabeza, surgió la idea de por qué no ver la presentación del artista cubano que los inspiraba. Decidieron, entonces, abrirse espacio deslizándose entre la gente, y a empujones fueron avanzando.
Pero fue tal la algarabía de quienes hacían fila que los policías se percataron de los colados y cuando los estuvieron cerca observaron las botellas. Sin mediar palabra descargaron sus bolillos y culatas en la humanidad de los cuatro jóvenes artistas.
La actitud de la policía era bastante represiva. Simplemente se equivocaron
Misael Torres, quien cuenta que aún tiene en una pierna las huellas de ese terrible incidente, dice que los policías pensaron que ellos iban a cometer algún acto violento. Muy rápido, toda la zona estaba llena de agentes de policía.
Era una época de jóvenes artistas idealistas y pacifistas, y también de estigmatización, dice Moyano. “La actitud de la policía era bastante represiva. Simplemente se equivocaron”, dice.
Escarbando en sus recuerdos y tras advertir que su memoria ya no es tan infalible, Misael coincide con Juan Carlos en que se trataba de una generación de artistas que “se cocinó a punta de resiliencia y de no bajar la guardia con sus convicciones”.
Fue el dramaturgo Moyano quien, al ver la agresividad contra ellos, reaccionó golpeando con un puño en la cara a un sargento de apellido Llaga. Ahí todo se volvió un caos. En medio de la trifulca, el escurridizo actor y acróbata salió por debajo de las piernas de los uniformados y se refugió en la Cinemateca Distrital, que quedaba en el Gaitán.
“No sé cuántos bolillazos me dieron, pero fueron bastantes. Y más porque, por mi espíritu rebeldoso, no me quería subir a la camioneta”, recuerda Misael.
En su huida, con la complicidad de la señora de los tintos, Moyano terminó en un patio y luego subió al segundo piso y entró a uno de los balcones del teatro. Ya Silvio Rodríguez había arrancado su presentación.
El director de teatro Juan Carlos Moyano. Foto:Mauricio Moreno / EL TIEMPO
Los policías hicieron suspender la proyección de la película en la Cinemateca y fila por fila buscaron a aquel muchacho, un poco descuidado en su vestir, que llevaba camisa azul y pantalón blanco, y tenía barba y pelo largo. Como no lo encontraron, ingresaron entonces al concierto y con sus linternas siguieron la búsqueda.
Nos llevó hasta el patio donde tenía a los otros muchachos, los habían golpeado y los bañaron con agua fría
Moyano no tuvo otra opción que pedirle prestada la gorra a un señor, una ruana a otro y abrazar a una joven artista amiga suya, haciéndose pasar como su novio.
Los registros llevaron a las autoridades hasta el barrio La Perseverancia, donde vivía Moyano. Pero ya los vecinos lo habían alertado y hasta el peluquero lo ayudó a dejarlo como, dice, “un muchacho decente”. Y le prestaron un vestido de paño y corbata.
Así vestido fue al día siguiente hasta la estación de policía de Las Aguas, la cual quedaba cerca de la Universidad de los Andes. Llegó acompañado por una joven abogada de una familia muy prestante de la ciudad y se hizo pasar por mánager de los artistas.
“Apareció el sargento con el ojo negro y dijo: ‘Esos h. p. me dieron’, y que era un abuso de confianza. Nos llevó hasta el patio donde tenía a los otros muchachos, los habían golpeado y los bañaron con agua fría”, cuenta Moyano, quien además narra que él, en su performance, los reprendió y les dio unas bofetadas.
A la hora de haber salido de la estación, los jóvenes artistas regresaron a la calle.
Casi 40 años después, el dramaturgo, emocionado, recuerda aquella época y reflexiona: “Lamento haber reaccionado de esa forma y que por mi culpa mis amigos leales hayan recibido una paliza”.
Sin embargo, considera que tuvo suerte de que no lo hayan atrapado, porque en esas épocas difíciles que vivía el país otra sería hoy la historia.