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Vecinos del relleno sanitario hallan fórmula para recuperar el suelo

En Mochuelo Bajo crearon una estrategia para aprovechar los desechos orgánicos que producen.

Siete mujeres y seis hombres integran el grupo de recicladores Sineambore, en Mochuelo Bajo. Algunos son operadores en la planta de tratamiento.

Siete mujeres y seis hombres integran el grupo de recicladores Sineambore, en Mochuelo Bajo. Algunos son operadores en la planta de tratamiento. Foto: Yuliana Narváez / EL TIEMPO

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Mochuelo Bajo es un barrio de Ciudad Bolívar que, además de albergar el relleno sanitario, es la cuna de gestores ambientales, quienes en vez de reprochar la ubicación del vertedero, buscaron una solución para reducir los desperdicios que ellos producían diariamente.
Son las 3 de la tarde. Siete mujeres y seis hombres se abren paso en un portón blanco que está ubicado en la carrera 18F con calle 92 Sur, en una loma que funciona como mirador de toda la ciudad. Desde allí se alcanza a distinguir a Doña Juana, con suelo gris y una fila de camiones esperando depositar la basura.
Los recicladores salen y se encaminan colina abajo, llevan contenedores medianos, coloridos, y un overol gris con el nombre que los identifica: Sineambore.
Ellos sostienen a sus familias gracias a esta labor. Todos los lunes, miércoles y viernes visitan 240 hogares de Paticos, Barranquitos, Lagunitas, La Vereda y La Esmeralda, barrios de Mochuelo Bajo. Allí recogen residuos sólidos y los trasladan a una planta de tratamiento para convertirlos en una especie de abono usado para recuperar y fertilizar los suelos que aún son rurales.
Los 13 recicladores se dividen en escuadrones de a dos, y cada uno cubre una ruta. Recorren trochas, saludan a los vecinos y conversan de vez en cuando.
Marleny Acuña golpea una puerta que tiene un sticker sobre ella, el cual la identifica como una de las casas beneficiadas. Su compañero espera paciente junto al contenedor, con un rostro pintado en la superficie.
“Buenas tardes, ya le traigo la caneca”, le dice una mujer. Luego sale con un balde lleno de cáscaras y sobras de las comidas.
Marleny la desocupa en el contenedor, se la entrega de nuevo a la propietaria, agradece y continúa su largo camino.
En algunos tramos se puede observar la ruralidad con gallinas y vacas, pues esta periferia de la ciudad se conformó sin regulación, producto de la desbordante expansión urbana.
“Hacer la ruta es muy bonito porque a veces los niños se emocionan y comienzan a acompañarnos. Se enorgullecen de nuestra labor”, dice Sonia Osorio, hija de la fundadora del proyecto.
Son las 5 de la tarde y el frío se asienta en las calles de Mochuelo Bajo. Los integrantes de Sineambore llegan uno a uno a la planta de tratamiento, ubicada a unas cuadras del lugar de partida. Es como un enorme invernadero fabricado con plásticos.
A penas llegan, depositan los desechos recolectados en el suelo. En el interior del espacio hay arrumes con desechos que han estado ahí durante varias semanas. Ya no tienen el color de las frutas sino el color de la tierra, porque fueron combinadas con un poco de base de papel, que es limpia, y equinaza (estiércol).
Cada montón tiene una bandera y un número que lo identifica. Dependiendo de la textura, los operarios pueden determinar si está lista para ser almacenada en otro lugar.
A las 3 p. m. comienza la jornada de recolección puerta a puerta. Termina a las 5 p. m.

A las 3 p. m. comienza la jornada de recolección puerta a puerta. Termina a las 5 p. m. Foto:Yuliana Narváez / EL TIEMPO

Para que se pueda utilizar esa composición es necesario “darle volteos periódicamente para que el material no quede en estado de putrefacción, que es lo que pasa con el relleno, donde se compacta y se daña. Aquí lo que se realiza es una fermentación: hacer una nivelación de carbono y nitrógeno ideal”, explica Leonardo Osorio, coordinador.
El material resultante se podría mezclar en los suelos degradados y así recuperarlos. Este tratamiento beneficiaría especialmente a los vecinos del relleno sanitario porque sus terrenos se han visto afectados por el vertedero y la minería.
Si el procedimiento tuviera más acogida, podría funcionar como una economía circular.
“Sería una buena opción para que los recicladores puedan reutilizar todos los desechos y producir un beneficio doble: generaría empleo y contribuiría a combatir el cambio climático, que nos está afectando a todos”, resalta Sonia.
Sineambore se constituyó como una empresa en 2014, está avalada por la Alcaldía y vigilada por la Unidad istrativa Especial de Servicios Públicos (Uaesp). Su fundadora es María Aguillón, oriunda de Mochuelo Bajo, quien vio en los desechos orgánicos una oportunidad, se preparó y se aventuró a concursar en convocatorias distritales, y ganó.
“Estos residuos componen el 70 por ciento de todos los que llegan al relleno, y tenemos que buscarles una salida”, explica.
A partir de ese momento, se propuso trabajar para y con la comunidad. Incluso, grandes generadores como Abastos también le entregan aproximadamente 12 toneladas semanales.
Ella, junto a sus hijos Sonia, Javier y Giselle, comenzaron con campañas puerta a puerta, explicándoles a los vecinos la importancia de reciclar los restos de la comida y resaltando su dignidad, porque “nosotros no somos pobrecitos, no vivimos llenos de mal olor. Sí, tenemos un problema, pero queremos mitigarlo porque somos los principales afectados debido a la cercanía con el relleno, y deseamos ser un ejemplo para toda la ciudad y el mundo”, dice con orgullo.
Más de 38 personas componen el grupo de recicladores que se expandió hasta Kennedy, Fontibón, Barrios Unidos y Suba, aunque en esas localidades solo trabajan con residuos inorgánicos como papel, cartón o vidrio.
Su mayor sueño y el de sus compañeros es encontrar apoyo de empresas, de ciudadanos y del Gobierno, para replicar el modelo de aprovechamiento en Bogotá.
También quieren que todos los ciudadanos “nos concienticemos y comprendamos que el problema no se queda solo en el botadero Doña Juana o en los barrios del sur. Lo que producimos y el consumo exagerado genera problemas ambientales irreversibles”, señala María del Carmen, haciendo alusión a los derrumbes que se produjeron en el vertedero en 1997 y 2015, los cuales afectaron el cauce del río Tunjuelo y contaminaron el afluente.
Por eso considera que debemos buscar una solución sostenible, dignificando el oficio del reciclador, quien ha estado presente en la ciudad y muchas veces ha sido denigrado por los ciudadanos.
YULIANA NARVÁEZ ÁNGEL
Especial para EL TIEMPO

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