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Es cierto que la explosión de candidatos al Congreso confunde a la gente.

En el puesto de votación de la Hemeroteca Nacional, en Bogotá, las mascotas también participan de la jornada.

En el puesto de votación de la Hemeroteca Nacional, en Bogotá, las mascotas también participan de la jornada. Foto: César Melgarejo

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Llegó el día. Una nueva cita con la democracia. Un nuevo momento para estar a solas frente al tarjetón y elegir a quien sintamos que mejor representa los intereses del país. Al contrario de lo que opinan muchos, no creo que uno deba elegir a quien mejor me representa, sino al que mejor entiende las urgencias que demanda nuestra nación. Porque quien entiende esto, también tiene claro cuál es el rumbo que debemos seguir.
Tampoco creo que sea cierto aquello de que no hay a quién elegir porque todos los candidatos y candidatas son malos. Ese es el lugar común de los derrotados a priori. Se equivocan de cabo a rabo. Aquí hay políticos reconocidos, y también representantes de las comunidades afro, indígenas, cristianos, campesinos, académicos, víctimas... Pero también hay que ser realistas: no hay y nunca habrá un candidato que se las sepa todas, ni un mesías salvador, ni un bienaventurado que nos arregle los entuertos que tenemos, desde la guerra en nuestros campos hasta los trancones de la 7.ª. Que algunos quieran presentarse como escogidos por los dioses hace parte del populismo roba-conciencias, del que se aprovecha de la ignorancia y la necesidad de los desvalidos para pintar realidades alternas con tal de ganar votos. De esos hay que alejarse o si no, miren cómo tienen a sus naciones en varios lugares del mundo.
En cambio hay candidatos y candidatas que han hecho gala de algo que hoy resulta difícil de encontrar: sensatez. Y eso significa madurez política, cero demagogia, altura en los debates, experiencia y honestidad con los electores. Hay que escuchar sus propuestas, tomarse el trabajo de leerlas, poner al cerebro en su estado reflexivo para entender lo que sugieren, no quedarse en el efectismo de las frases que suenan bien, pero que suelen estar cargadas de mentiras o exageraciones.
Que hoy sea esa primera vez en que votamos no necesariamente por el que me gusta a mí y mucho menos por el que me da a cambio algún tipo de dádiva, sino por el que vemos que es capaz de entendernos o interpretarnos a todos; el que es capaz de conmoverse, el que no destila odio en su discurso, el que no llama a incendiar el país ni se alegra con que al vecino se le haya ido la luz, cuando es todo el barrio el que ha quedado a oscuras.
Quince candidatos en consultas para la presidencia y 3.000 aspirantes al Congreso es muestra de que pervive nuestra democracia. Imperfecta y todo, pero vital. Y sin la ciudadanía eso no sería posible. Sin el voto solo brillaría la anarquía, el personalismo y la arrogancia del poder. Votar a conciencia, darles una oportunidad a los políticos dispuestos a construir una narrativa de convivencia, respeto y progreso, es lo que nos permite anhelar una Colombia mejor.
Bogotá es la plaza principal de las elecciones. Mal que bien aquí están habilitados para votar 5 millones de personas, el equivalente a Medellín y Barranquilla juntas; hay alrededor de 16.000 mesas de votación (15 % del total del país) en 900 puestos distribuidos por toda la ciudad.
Aquí es donde más duro ha golpeado la pandemia, donde más se han reflejado los efectos de la protesta, donde todos quieren hacerse oír, donde las autoridades han sido exigidas como nunca en estos últimos dos años. Y confío en que siga siendo la ciudad en la que el voto de sus ciudadanos siempre se hace sentir.
Es cierto que la explosión de candidatos al Congreso confunde a la gente. Que muchos aún no tienen claro por quién votar. Y que el tropel de aspirantes a las consultas hizo que se opacara a aquellos que optan por una curul en Cámara o Senado.
Pero es preferible esa explosión de aspirantes que los regímenes en donde se persigue a quienes piensan distinto y se cierran espacios a partidos y movimientos.
Hace poco, en un taller organizado por la Fundación Gabo y Avina, con el maestro Mario Tascón, hubo una interesante reflexión sobre el papel de la sociedad y los medios a la hora de comunicar para conseguir acuerdos. Y una de las claves para alcanzar ese propósito es la construcción de una confianza colectiva. Sin ella es imposible edificar algo que nos permita convivir como seres civilizados.
Pues bien, hoy la democracia nos permite dar un paso decisivo en esa dirección. Hoy necesitamos a una ciudadanía empoderada con su voto y unos candidatos que, de llegar a ser congresistas o firmes aspirantes a presidentes o presidentas, sean capaces de interpretar a este país que pareciera estar partido en mil pedazos. Candidatos que, como enseñó Tascón en Cartagena, apliquen el kintsugi, una milenaria técnica japonesa que consiste en reconstruir y embellecer las piezas de una cerámica rota.
Que, en nuestro caso, significa recuperarse y seguir adelante, aun con todas las cicatrices que llevamos a cuestas.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
EDITOR GENERAL DE EL TIEMPO
En Twitter: @ernestocortes28

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