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Cumpleaños de García Márquez: el día que Gabo regresó a Macondo en tren
En el 2007 el Nobel llegó en tren a su pueblo natal y la silla donde pisó para bajarse es atesorada.
Gabriel García Márquez regresó por última vez su natal Aracataca el 30 de mayo de 2007. Foto: Archivo EL TIEMPO
El 30 de mayo del 2007, a las 11:17 a. m., el tren de tres vagones, restaurado al estilo de los años 40, con bancas reclinables de madera y ventanillas estilo guillotina, arrancó con el clásico pitazo desde los patios de la Sociedad Portuaria de Santa Marta, en medio de un alboroto, rumbo a Aracataca.
Entre los pasajeros iba Gabriel García Márquez, vestido de blanco al lado de su esposa Mercedes, acompañado de unos 200 invitados entre periodistas, funcionarios, amigos y familiares. Gabo regresaba a su natal Aracataca después de 25 años.
Gabo fue recibido en Aracataca poco después del mediodía en medio de una estampida de personas
miren a toda esa gente, y después dicen que uno fue el que se inventó a Macondo
El viaje en el tren era el punto de partida de un viejo proyecto que pretendía revivir la ruta de Macondo (Aracataca) como un atractivo turístico y qué mejor que hacer el lanzamiento con el Nobel a bordo y en esa fecha especial para conmemorar los 40 años de ‘Cien años de soledad’.
A través de las plantaciones bananeras, el tren recorrió lentamente los 70 kilómetros que separan a la capital del Magdalena de Aracataca. A lo largo de la ruta, cientos de personas se volcaron para saludar al escritor y darle la bienvenida al tren, el mismo que no veían hace 35 años.
Gabo fue recibido en Aracataca poco después del mediodía en medio de una estampida de personas que se agolparon alrededor del vagón, seguida de una nube de cámaras, micrófonos y grabadoras de periodistas de todo el mundo. El escritor no se podía bajar.
Busquen una silla
Cuando Gabo visitó Aracataca por última vez Foto:Leonardo Herrera
Ante la cantidad de personas que vitoreaba el nombre de Gabo y que se apretujaban contra el vagón, los organizadores buscaron una silla que le permitiera al Nobel, que en marzo había cumplido 80 año, bajarse con seguridad.
A menos de 100 metros de la antigua estación del tren, que había sido decorada con mariposas amarillas, como las que rodearon a Mauricio Babilonia en ‘Cien años de soledad’, se encuentra la casa de Ana Rosa Vargas Martínez, hasta donde llegaron buscando una silla para que Gabo pudiera poner el pie y bajarse del tren.
No lo podían bajar porque había mucha gente, y los escalones eran muy altos. Las personas que estaban en la organización corrieron a donde mi para que les prestara una silla
“No lo podían bajar porque había mucha gente, y los escalones eran muy altos. Las personas que estaban en la organización corrieron a donde mi para que les prestara una silla, que fue donde él pisó, para apoyarse y poder bajarse”, cuenta Vargas, de 59 años, que revive con gran entusiasmo ese fugaz momento.
La mujer sacó una silla plástica, marca Rimax, color verde, que de inmediato le arrebataron de las manos y llevaron al lugar donde esperaba el Nobel de Escritura de 1982 para iniciar su recorrido por el pueblo.
“Oyeee, no me vayan a dejar perder la silla”, fue lo que recuerda que les alcanzó a gritar Ana a las personas que se perdieron entre el tumulto de personas.
A los pocos minutos regresaron con la silla. Esta vez pidieron una mecedora donde lo llevaron sentando hasta un vehículo, desde donde hizo el recorrido hasta su casa materna, hoy Casa Museo.
Apenas Ana recibió la silla de inmediato sacó un marcador y en el fondo escribió: “En esta silla pisó Gabo en mayo 30 del 2007”.
Un gran recuerdo del Nobel
Cuando Gabo visitó Aracataca por última vez. Foto:Leonardo Herrera
Nadie sabía que eso existía, era como un secreto que uno tiene bien guardado. Solo le conté a una amiga y ahora usted
Han pasado 15 años desde aquel caluroso y emotivo regreso de Gabo a su natal Aracataca, y aún en el pueblo se recuerda esa fecha especial.
La silla en la que apoyó sus pies, para bajarse del tren y luego recorrer el pueblo que inspiró su obra literaria, permanece guardada como un tesoro en la casa de Ana Vargas, una barranquillera, que llegó a Aracataca en 1999, y en donde ha trabajado como gestora cultural, profesora, tecnóloga textil y en estos momentos es artesana.
Debajo de una escalera entre bolsas, cartones y telas, la oculta para evitar que alguien la saque, se la lleve o le den uso. Allí, sostiene la mujer, está segura y protegida. “Es una reliquia y como reliquia debe ser cuidada”.
La mujer cuenta que su hija le pidió la silla para un negocio que iba a montar en Santa Marta, pero prefirió darle otras tres y no la que guarda. “Mi yerno fue el que me dijo que le diera la silla para ganar plata. Esto no tiene valor”, manifiesta.
La silla para Ana Rosa no tiene valor, solo el que ella le ha dado, el que considera sentimental por el cariño que le tiene al escritor y la magnitud del personaje. Solo contó lo que había marcado y guardado la silla a sus hijos y una amiga artesana. “Esto es algo personal, no creo que sea algo para andar contándoselo a todo el mundo”.
Una historia que contar
Las autoridades y gestores culturales de Aracataca llevaron una ofrenda floral a la Casa Museo Gabriel García Márquez. Foto:Archivo particular
Me costó 10 mil pesos en el 2003, la utilizaba para recibir a las estudiantes que recibían clases en mi casa. Si me pregunta, esa silla ahora no le tiene precio, es un recuerdo
Esa historia de la silla que recibió a Gabo en su regreso a Aracataca estuvo oculta al público en general hasta el pasado 18 de noviembre, cuando el corresponsal de EL TIEMPO estuvo Aracataca de visita en la Casa Museo.
Allí escuchó la historia de una artesana amiga de Ana Rosa y decidió confirmarla con la protagonista.
“Nadie sabía que eso existía, era como un secreto que uno tiene bien guardado. Solo le conté a una amiga y ahora usted”, dice la mujer, quien sacó la silla para mostrarla y permitir que le hiciéramos fotos y videos.
“Me costó 10 mil pesos en el 2003, la utilizaba para recibir a las estudiantes que recibían clases en mi casa. Si me pregunta, esa silla ahora no le tiene precio, es un recuerdo”, sostiene Ana Rosa quien tuvo la certeza desde el mismo momento en que la marcó y guardó que en algún momento esa silla sería noticia.
Razón tenía Gabo cuando dijo aquel 30 de mayo de 2007 al regresar a su pueblo natal y ver el recibimiento y alboroto que causó su presencia: “miren a toda esa gente y después dicen que uno fue el que se inventó a Macondo", comentó el escritor minutos antes de le trajeran la silla para pisar y dejar otra historia que contar.
LEONARDO HERRERA DELGANS
Enviado especial de EL TIEMPO Aracataca (Magdalena)