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La noche cuando la tierra se les tragó la casa a la familia Jiménez
Esta es la historia de una de las 244 familias damnificadas en Piojó, municipio del Atlántico.
Piojó, municipio del Atlántico afectado por la temporada invernal Foto: Vanexa Romero
Édgar Jiménez volvió al lugar donde la tierra se tragó su casa en Piojó. El hombre, de 40 años, vive ahora con unos familiares en este pueblo del Atlántico con su compañera sentimental y sus dos hijas.
Después de pensarlo una y otra vez, regresó esta semana al lugar de la tragedia que sacudió el sábado 5 de noviembre al barrio Camino Grande, donde vivió durante varios años.
Retiró una teja rota atravesada en la entrada de su casa destruida y ahí vino el llanto. “En este momento nos encontramos en la casa donde vivíamos. A las 11:30 de la noche empezó todo… Eso fue horrible, fue una experiencia que no deseo revivirla, tantas cosas que quedaron aquí sepultadas en estos escombros. No quisiera recordar, es triste partir de la casa donde nací y crecí… No quisiera volver a esa noche… La verdad, no…”, contó el hombre que trabaja registrando las bóvedas que se abrieron en el cementerio.
Camino Grande desapareció. Fue el barrio más afectado por el deslizamiento en este pueblo de 10 mil personas. Ahora es un sitio fantasma, desolado, con señalizaciones de alto riesgo y de precaución por puntos de gas quebrados.
La destrucción tiene apariencia de haber sido originada por “un fuerte terremoto jamás visto”, según describen algunos de la comunidad, al observar placas enteras levantadas en la vía que comunica al corregimiento de Aguas Vivas, postes derribados y tuberías subterráneas de agua reventadas.
“Fueron muchos años de lucha para construir esto, desde que tengo uso de razón, y antes de eso, lo que mi mamá pudo construir, para tener que dejar todo aquí y salir. Todos esos años se fueron en un abrir y cerrar de ojos”, señala Jiménez en lo que era la sala.
La destrucción tiene apariencia de haber sido originada por “un fuerte terremoto jamás visto”, cuentan en Piojó. Foto:Vanexa Romero
Ahí vivía con su esposa Irina Villanueva, de 37 años; su primogénita, de 8 años; su segunda hija, de 10 meses; sus padres, unos tíos, y un hermano, hasta que el corte inesperado de la energía anunció el inicio de una noche de horror.
“Estaba viendo televisión con mi esposa cuando se fue la luz, ya todos estaban acostados en la casa. Me levanté a mirar qué había sucedido y la vecina iba llorando con su hija, pensé que estaba enferma, cuando su esposo, que venía más atrás, me dijo: ‘¡Vecino, vecino, levántese, que el barrio se está hundiendo!’. Abrí la puerta apresuradamente y efectivamente ya había un desnivel de la carretera. Corrí a avisarles a todos y salimos sin nada…”, relata.
La familia y los vecinos se refugiaron en una casa cercana, luego debieron trasladarse a una caseta aledaña más grande y posteriormente los rescató un bus para alejarlos de la zona de riesgo “con la incertidumbre de qué pasaría esa noche”.
El hombre cuenta que, al amanecer y en medio de la lluvia que caía desde el día anterior, regresaron para comprender lo que había ocurrido, encontrando todo derrumbado. Hallaron pérdidas materiales y, lo poco que quedó, lo destruyó el agua. El balance fue desastroso para el pueblo: 244 familias resultaron damnificadas y 146 hogares tuvieron que ser reubicados.
Édgar, su pareja y sus hijas están alojados en una habitación de la casa de los suegros, sus padres están donde un hermano y el tío encontró posada en la vivienda de una hermana.
“Estamos distanciados y eso es lo más triste y lo más duro. Tener que separarme de mi mamá no es fácil después de 40 años con ella…”, dice Édgar ya sin aliento y trata de secarse los ojos. “Sabemos que hay que empezar de nuevo y más adelante estaremos juntos, otra vez, en familia”.
La casa de Jiménez estaba en la esquina, al frente del colegio permanecía la de un hermano, otra más abajo era de una prima y al lado quedaba la de un tío. Todas cayeron, incluyendo el tercer cuarto que él le estaba haciendo a su mamá.
En el camposanto, las bóvedas se abrieron y los familiares de los difuntos tuvieron que recoger entre los escombros los restos de sus seres queridos. Desde la semana anterior empezó la exhumación con 23 cuerpos que fueron trasladados a cementerios aledaños, tras un proceso coordinado entre autoridades y expertos para evitar una emergencia sanitaria.
Desde la semana anterior empezó la exhumación con 23 cuerpos que fueron trasladados a cementerios aledaños. Foto:Vanexa Romero
La dantesca escena del cementerio
“Algunas bóvedas se hundieron, otras están deterioradas. Los restos se llevaron a Juan de Acosta, Baranoa, Usiacurí y otros en San José de Saco. Se van a hacer otras exhumaciones en bóvedas que están en riesgo. Ahí están mis abuelos, un tío y un primo, pero gracias a Dios sus bóvedas no tuvieron afectaciones”, dijo Jiménez.
Así lo pudo confirmar con la ayuda de su tío Libardo Jiménez Ventura, quien fue hasta el cementerio, a mediodía, acompañado de su esposa Aracelis y su hijo, de 8 años, para verificar que las estructuras en el sector D no sufrieran daños.
Otros pobladores que sí hallaron afectaciones en las tumbas de sus familiares debieron señalar en un mapa impreso y desplegado en las oficinas de la Alcaldía la ubicación de los restos.
A unos metros de esas dependencias están otros damnificados cumpliendo con el censo y a la espera de ayudas por parte de Gestión del Riesgo, como alimentos, colchonetas y paños desechables para los menores.
“Queremos una vivienda, es lo más importante. Se estudiaron unos terrenos, algunos no están aptos para construcción, según dijo el Presidente el día que vino y otros lotes que estamos esperando respuesta si va a ser ahí o no, ¿Cuántas viviendas van a hacer? ¿Cómo va a ser la reubicación? Porque los arriendos son por seis meses. Después, no sabremos qué va a pasar”, cuestiona.
Por un momento pensó en reubicarse con su familia en Barranquilla, pero no es el deseo de su padre, de 65 años, por lo que decidió entonces quedarse en Piojó por “respeto a su decisión”.
“El derrumbe se pudo evitar. La tragedia se pudo evitar. Antes de lo sucedido se habían presentado derrumbes de dos viviendas hace un año y se reubicaron a las familias. Pensamos que iban a reubicar a todo el barrio, porque dijeron que eran fallas geológicas. Se dijo que iban a investigar si había sido por eso o por la construcción de una cancha”, señala Jiménez.
Por eso, sostiene que la tragedia se trató de la “crónica de una muerte anunciada”, aunque agradece a Dios que no hubo pérdidas humanas y les dio una segunda oportunidad de vida.
Por Camino Grande y del sector del cementerio se ven a diario curiosos que vienen de otras tierras a darse cuenta de lo que ocurrió, mientras que los propietarios de los inmuebles encomiendan a familiares a hacer ronda “para evitar que los dueños de lo ajeno sigan desvalijando” lo poco que quedó.
En el caso de Édgar, no se rinde ni deja que la tristeza lo tumbe por completo. Suspira, se pasa el pañuelo por el rostro y dice que no descansará hasta levantarles una casa a su esposa y a sus dos hijas.