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La mística del Petronio Álvarez, el festival que vive en el Pacífico
El viche y el currulao fueron protagonistas de la versión 25 en Cali. Crónica.
Versión 25 del Petronio Álvarez Foto: Juan Pablo Rueda / EL TIEMPO
La voz de las mujeres hizo temblar el lugar. Era de noche. El piso vibraba por los sonidos que salían de sus gargantas. Cada palabra era tan potente que recorría el cuerpo de quienes estábamos presentes. El repique de la marimba las acompañaba. Era el sonido perfecto para convocar a miles de personas que habían esperado durante dos años para regresar al sitio en el que la vida se detiene para honrar las tradiciones del pacífico, las mismas que han sido heredadas durante generaciones.
Por cuatro días, la Unidad Deportiva Alberto Galindo, en Cali, fue testigo de la versión 25 del Festival Petronio Álvarez. Pese a que se realizó en fechas atípicas, entre el 16 y 19 de diciembre, al menos 217.000 personas asistieron para deleitarse con la gastronomía, los cantos, los saberes y el viche típico de esa zona del país.
Dicen que hay que vivir esta celebración al menos una vez en la vida. Y no están equivocados. La vida cambia. Desde que se escuchan los alabaos, el espíritu se transforma. Las emociones revuelan por el cuerpo y los suspiros son constantes. Es una pausa en la agitada vida diaria para recargarse de energía, aquella que solo se encuentra en la selva lluviosa y en las casas de las familias afro del país.
Las pasarelas con los puntos de venta de comida, artesanías y licores de las personas que venían de zonas rurales de Nariño, Valle del Cauca, Cauca y Chocó se asemejaban a las vertientes que desembocan en el gran océano Pacífico: el voleo de pañuelos blancos en el escenario central eran las olas y los miles de asistentes representaban la variedad de especies en él.
En el Petronio es común encontrarse con comunidades enteras. Bisabuelos, abuelos, padres, tíos, primos, hijos y nietos. Todos con el mismo objetivo: preservar sus tradiciones. No hay nadie que no cuente una historia. “A alguien de la familia le escupieron tres veces con viche sobre la pierna para calmar el dolor que tenía porque una culebra le había picado”, narra doña Tuny. “Una vez vino una joven que no podía tener hijos; le dimos Tomaseca —un tipo de destilado—. Al año siguiente volvió con dos hijos”, recuerda Sixta Tulia, una de las matronas que preserva los saberes.
Sixta Tulia y su hija vendiendo viche en el Petronio Álvarez Foto:David López / EL TIEMPO
Allí solo se vende viche, o biche, y otros destilados, bebidas que este año fueron declaradas Patrimonio cultural de las comunidades del Pacífico colombiano por parte del Congreso de la República. Cada botella es única. No es igual a los tragos comerciales. Su producción es manual. Cada proceso, desde el trapiche en el campo hasta su venta en el festival, preserva un sello personal y comunitario: guarda una historia.
Cuando se les pregunta a las personas sobre su significado, la mayoría coincide en una palabra que pareciera estar tatuada en el alma de los colombianos: “Resistencia”. Durante años, las autoridades persiguieron a pobladores que cargaban con el líquido, se lo incautaban o hacían que lo arrojaran en el río. “Esperamos que con la nueva ley, todo cambie y se puedan comercializar nuestras bebidas en otras regiones y en el mundo”, dice Pedro, un hombre de 74 años que ha asistido a todas las versiones del Petronio.
Por eso mismo, el viche no se puede tomar como cualquier otro trago. Su fin no es emborrachar. Por el contrario, quienes logran entender lo que representa y significa, descubren algo más allá de lo previsible. Cada destilado tiene una función. Hay unos afrodisíacos como el Arrechón, Siéntese encima o Tumbacatre; otros como el Pipilongo les ayuda a los hombres en temas de próstata, o las cremas combinadas les permiten a los turistas conocer de otra forma las frutas endémicas, o el Curao, que sirve para sacar las malas energías. Este último, sobre todo, ayuda a reflexionar sobre la existencia.
173 expositores de artesanías, comidas y bebidas tradicionales, 44 agrupaciones y más de 1.000 músicos en escena participaron del Petronio Álvarez. Foto:David López / EL TIEMPO
Hay algo cierto con el viche y sus derivados: quien los toma y cree en lo que pasa en su cuerpo, mente y espíritu, logra descubrir su magia. Un trago de ellos puede llegar a calentar y encender la llama que se estaba buscando, pero también afloja los sentimientos y ayuda a hacer catarsis, o simplemente se convierte en la gasolina necesaria para atreverse a hacer lo que antes no se había hecho. Algunos dan la sensación de ardor en el esófago, otros parecen una malteada espesa. Para algunos, se debe beber de una forma, como mirando la luna, por ejemplo; para otros, con los ojos cerrados. Ir al Petronio es probar estas maneras. Un sorbo, o muchos sorbos, ayudan a aclarar el panorama, a sacar de la rutina las cosas y las personas que causan daño, y a dar un nuevo impulso al día a día.
El viche es sinónimo de resistencia de los pueblos del Pacífico colombiano
Pero también el viche y todos los platos exquisitos del Pacífico se convirtieron en el complemento perfecto de la música que ha sido cantada por décadas. Los peinados, los pañuelos y los vestuarios tienen significados que ayudan a entender los versos que se entonaron en las noches del festival desde lo más profundo del alma. Las familias y grupos se prepararon durante meses para participar en el festival. En el concurso se escucharon los estilos y las historias de cada lugar. Unos narraron cómo el racismo y la violencia han sido protagonistas de sus vidas, otros hicieron un homenaje a los sabedores, y otros elevaron los espíritus de quienes ya no están con ellos.
Los locales y los turistas de todas partes de Colombia y el mundo acompañamos con la danza los cantos profundos. El currulao, que tradicionalmente se ha hecho para cortejar, se bailó con cada golpe de los tambores. Todos fuimos uno en un mismo lugar, un mismo corazón que latió fuerte y que les mostró a millones que el Pacífico vive y representa mucho más de lo que se reporta a diario. Si una persona comenzaba con un paso, los cientos que estábamos atrás lo seguíamos. El voleo de pañuelos era coordinado como si se tratara de una coreografía preparada durante semanas. No hubo un momento para sentarse. Era imposible. Las melodías hicieron irresistible el movimiento de caderas y pies.
Tal como dice una canción: ‘Se tenía que decir y se dijo; este fin de semana me lo respetás’. Y no fue para menos. El Petronio Álvarez se convirtió en un exitoso festival masivo durante la reactivación en Cali. “El Petronio es el reencuentro y la posibilidad de que la gente se encuentre en un lugar donde todos se respetan. Se hizo en estas fechas a propósito de la reactivación y funcionó. El Petronio ha sido la gran plataforma de expansión de las tradiciones y del viche, siempre cuidando lo tradicional y patrimonial. La cultura, como lo que ha sucedido aquí, es un punto de reencuentro y de diálogo”, dice Ronald Mayorga, secretario de Cultura de Cali.
Cada día, después de que se acabara la programación oficial, los miles de asistentes se fueron a rematar la celebración a bares de la ciudad, para bailar salsa, ad portas de la Feria de Cali, y a los llamados arrullos, un tipo de canto que permite agradecer por la vida y conectarse con el universo. Así pasó en la casa de Nidia Góngora, una de las cantoras tradicionales más reconocidas del país. Lo que sucedió ahí fue el reflejo de lo que pasó durante los cuatro días del festival: los brazos abiertos de las personas recibieron a cualquiera que decidió ir a un lugar para calmar su alma y vivir en el presente, sin afanes.
Cantos y alabaos en el Petronio Álvarez Foto:Juan Pablo Rueda / EL TIEMPO
El Petronio es magia, tradición y autoridad. Es un espacio para homenajear lo que a veces se intenta olvidar pero que pertenece a nuestro tejido social. Es un lugar para coincidir con seres humanos maravillosos que pueden cambiarnos la vida con solo mirarlos a los ojos y sonreír. Es un momento para aprender y abrir la ventana para ver lo que hay más allá de las grandes ciudades y de las selvas de cemento. Es una plataforma para gritar, protestar y reivindicar derechos. Es mágico y místico. El Petronio es vida.