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La pesadilla de recorrer la vía alterna para salir de Pasto: 30 horas en trochas

A la travesía le llaman el 'trampolín de la muerte'. Familia cuenta cómo atravesaron la carretera.

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La alegría por el jolgorio del Carnaval de Blancos y Negros, en Pasto, se transformó en la pesadilla de miedo para el ingeniero caleño Álex Giraldo y su familia.
El 'Trampolín de la muerte', como es conocida la vía que une a los departamentos de Nariño y Putumayo.

El 'Trampolín de la muerte', como es conocida la vía que une a los departamentos de Nariño y Putumayo. Foto:Twitter: @ClickTvSm

De la euforia por estas fiestas que finalizaron el pasado fin de semana, el ingeniero pasó a sentir que su corazón se le agitaba en una travesía de casi 30 horas por trochas y abismos, saliendo desde Pasto para llegar a Mocoa (Putumayo) y de allí ascender en dirección a Pitalito (Huila) para luego buscar Popayán y retomar la Panamericana hacia Cali.
Cuenta que apenas supo del derrumbe en Rosas, en el centro de Cauca, y que dejó taponado todo el paso con Nariño, con interminables filas de carros, buses, camionetas y camiones de carga, su familia y él tomaron la difícil decisión de emprender camino a Putumayo. 
“Sentía miedo porque, primero la carretera de Pasto a Mocoa no está pavimentada. Es demasiado riesgosa de accidentes y segundo, porque Putumayo es un territorio cuyo orden público no deja de preocupar”, cuenta el ingeniero.
Por algo ese solo trayecto de Pasto a Mocoa es llamado el ‘Trampolín de la muerte’. “Es un nombre que espanta a cualquiera, pero dada la situación de que necesitaba llegar a Cali hubo que arriesgarse”.
Así que tomó carretera con dudas de que su carro cuatro por cuatro pudiera quedarse varado en pleno recorrido.
Tras conocer el derrumbe, el ingeniero y su familia partieron antes de las 6 de la mañana del martes 10 de enero desde la capital nariñense. Sabían que debían empezar a recorrer 145 kilómetros desde Pasto hasta la capital de Putumayo.
Aunque el sol empezó a salir tímidamente sobre tierras de Nariño, la niebla se volvía cada vez más densa al apretar el acelerador.
El temor era por los precipicios que llegó a observar, tratando de mantener la calma para no asustar a su familia.
“Son alrededor de 300 metros de profundidad en esos abismos”, dice.
A veces sintió que el carro se quedaba en algunos ascensos, pero asegura que pegado a oraciones, fue un milagro que el vehículo no se le apagara.
“Fue complicado porque nos encontramos con una fila interminable de carros y camiones. Todos, esperando avanzar, pero lo hacíamos cada cinco o 10 metros y otra vez había que esperar”, sigue contando.
Lo que era un recorrido de cuatro a cinco horas desde Pasto antes del derrumbe, se volvió en un trayecto de 12 horas hacia Mocoa.
“Todo era un camino de herradura. Es otro país. Uno siente que está en el rincón más olvidado”, dice.
Cuenta, además, que el frío le carcomía los huesos, en medio de esa neblina que lo acorralaba, generándole una sensación de ahogo.
Lograr seguir entre el barrio de la estrecha carretera era la consigna y rezar para que su pequeño vehículo le diera la mano y no los dejara atascados.
Dice que la noche de ese martes los sorprendió cuando estaban llegando al municipio San Francisco. Ya estaban en Putumayo. Los Giraldo sabían que les esperaban 80 kilómetros hasta Mocoa, entre el gigantesco trancón.
“Fue una pesadilla. Sentir todo el tiempo miedo de que la montaña pudiera ceder”, señaló.
Esa noche, la familia y el ingeniero tuvieron el dilema de si pernoctaban por temor no solo a los precipicios, sino a los grupos armados en esta zona del suroccidente colombiano o si seguían el camino.
Sin embargo, no había hotel o un lugar. Así que solo se encomendaron a Dios y siguieron hasta Mocoa.
Allí se quedaron refugiados en el vehículo para descansar y recuperar bríos en el nuevo camino, esta vez de otras cinco horas para llegar a Pitalito, cuando normalmente no se superan las dos horas y media.
La comunidad los alentó a continuar, pues la vía al Huila estaba en mejores condiciones.
A su vez, las noticias no eran alentadoras, teniendo en cuenta que el ‘Trampolín de la muerte’ es la ruta que están tomando más de 200.000 vehículos.
Luego de abastecerse de gasolina y esperar en otra larga fila en una bomba, el territorio huilense les dio esperanza a los Giraldo. Cali estaba más cerca, repetían sin cesar.
El carro cuatro por cuatro seguía dándoles la mano, en medio de oraciones.
Ya habían transcurrido 24 horas, cuando por fin sintieron alivio al llegar a Pitalito.
Ahora tenían que gastar otras cinco horas para llegar a Popayán. Volvieron los caminos de trocha. Volvieron los precipicios. Volvió la niebla.
Derrumbe en Rosas, en Cauca.

Derrumbe en Rosas, en Cauca. Foto:Juan Pablo Rueda. EL TIEMPO

El ingeniero se sentía agotado, pero sabía que faltaba el último tramo de un viaje que empezó de ensueño con fiesta, betún y harina en el Carnaval de Pasto para convertirse en una pesadilla sin fin.
La familia seguía orando, mientras que ese miércoles 12 de enero seguía la travesía a la capital caucana. Hubo más filas. Pero ya venían acostumbrados por las 24 horas previas de trochas. Ya después del mediodía faltaba poco para alcanzar Popayán.
Al ingresar, el ingeniero Giraldo y su familia sintieron cómo su corazón volvía a su cuerpo. La meta era llegar a Cali. Solo eran tres horas más. Ese alivio siguió creciendo, cuando ya la conocida y pavimentada carretera Panamericana los llevaba de regreso a su destino final, sobre todo, sanos y salvos.
PASTO Y CALI

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