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La mujer que perdonó a la guerra por medio de la poesía
Luz Elena Arias es una poeta que expresa su dolor del conflicto armado por medio de la poesía.
A medianoche, cuando pintaba unos grafitis donde denunciaba la situación laboral en Plásticos Estaral, una fábrica de judíos, Luz Elena Arias fue sorprendida, infraganti, por la Policía.
Recordaba que su esposo, un buen dibujante, se encargaba de hacer las plantillas en cartulina y ella, con un spray, dejaba plasmados los mensajes en las calles de Cali.
Corría la década del 80, años complejos por el Estatuto de Seguridad que regía en Colombia, cuando cerca a la iglesia de San Francisco, en pleno centro de la ciudad, ella sacó la lata de pintura y, de un momento a otro, aparecieron dos camiones llenos de policías.
Estábamos ‘maquillando’ la pared de un edificio muy bonito cuando los policías, armados, se bajaron, pensaban que llevábamos bombas molotov
“Yo llevaba una chaqueta y a un lado los aerosoles, mi esposo ponía las plantillas, yo pintaba y salíamos corriendo para otro lugar. Estábamos ‘maquillando’ la pared de un edificio muy bonito cuando los policías, armados, se bajaron, pensaban que llevábamos bombas molotov, nos dijeron guerrilleros y nos detuvieron; nos pasearon por todas las estaciones, fueron necesarios tres abogados para que nos sacaran”, contaba la poeta Luz Elena Arias.
Esta detención, así como la toma de la empresa por parte de los trabajadores que duró tres años y la armada de los cambuches para que nos los sacaran de las instalaciones aparecen recopiladas en su libro Emociones paralelas, 375 páginas de esa vivencia de lucha laboral.
“Nos iban a expulsar sin darnos un solo peso, éramos 130 trabajadores y sin tener sindicato nos organismos de un momento a otro para impedirlo. Teníamos que denunciarlo porque estábamos siendo olvidados, no era una huelga, era la toma de la empresa”, recordaba esta operaria de Plásticos Estaral.
“Yo le escribo a la mujer, a la paz, al amor. Es compartir todo lo que llevo en mi interior, lo que siento, lo que llevo en mi entrañas, lo que observo y capto”, dice esta mujer nacida en Caicedonia, al norte del Valle del Cauca, de donde salió cuando tenía 4 años, junto con sus cinco hermanos, porque su padre fue amenazado de muerte en medio de esa guerra partidista entre liberales y conservadores.
Abandoné mi pueblo anhelado Nos venció la amenaza y los balazos. Esos que toditos los días retumban en el aire, en el tejado
Abandoné mi pueblo anhelado
Nos venció la amenaza y los balazos
Esos que toditos los días retumban en el aire, en el tejado … (Poesía a la libertad, de la selección ‘Sentir de piel’.
Escribe todos los días, cinco horas sagradas al frente del computador, composiciones llenas de tristeza y sentimientos.
¡No quiero que te olvides! De ese compromiso … hermano.
Vamos a marchar por la libertad. Con el brazo derecho en alto y en él, hondeando un pañuelo blanco empuñado.
Y nuestra boca arengando ¡Liberen, liberen a los secuestrado! (Poema ‘Despertad’).
Su computador se volvió confidente sagrado de sus anécdotas y pensamientos más profundos y un valioso instrumento para estar en o con miles de mujeres. Foto:Juan Pablo Rueda Bustamante / EL TIEMPO
Cuando uno narra va sanando, se va despojando de todo ese dolor, de toda esa amargura que se trae.
En el 2015 escribió Gritos fríos, dedicado a todas esas mujeres violentadas, a las víctimas del feminicidio. Ella hace parte del grupo de ‘Poetas por la paz’, mujeres que buscan generar un cambio con sus letras.
Gritos ahogados en el silencio y frío, de un alma buena y sensata, gritos callados sin forma grata.
Destructor de sueños debe de ser juzgado. Deteniendo con su proceder desequilibrado impulso de mujer trabajadora y renovadora
Condenada por sus protestas y conquistas, silenciada fue su vida por un malvado y ahí, tras cuatro paredes y tierra yace un cuerpo violentado y agredido
Premeditación no puede quedar en el olvido, victimario depredador debe de ser condenado, silencia vidas con armas de fuego, manos ensangrentadas terminan con una verdad, pero muchas bocas el delito difundirán, mujeres valientes y esforzadas, la paz buscarán.
“Siento dolor al escribir, muchas veces al hacerlo lloro porque debe ser terrible, me meto tanto en ese sentir, que lloro, me conmueve”, dice Luz Elena Arias sobre sus escritos cotidianos, sencillos, que reclaman justicia.
Sueña con ver publicada su novela, Farallones rojos, le tomó dos años escribirla, es una historia violenta, inspirada en esas mujeres golpeadas por el narcotráfico que permeó una ciudad como Cali.
Es la historia de un narcotraficante que se enamora de una estudiante de medicina, se encapricha de ella, la sigue por todos los lados, la viola, le mata a todo hombre que se le acerca. Él vive en Los Farallones, en esas montañas que rodean a Cali. Su persecución es terrible, hasta que la secuestra y se la lleva para Los Farallones. Ahí, ella empieza a atender a la gente y a planear su ida”.