Tras una veloz carrera contra el calendario, por primera vez en la historia, un equipo científico logró diseñar, probar y fabricar una vacuna en menos de 10 meses, lanzando al mercado una tecnología de vanguardia y demostrando el nivel de precisión y sofisticación que ha alcanzado la medicina contemporánea.
La aprobación de emergencia de la vacuna BNT162b2, en países como Reino Unido, Canadá, Estados Unidos, México, Arabia Saudita, Bahréin y Singapur, ha inaugurado una nueva y prometedora generación de este tipo de medicamentos.
Conocidas como vacunas de ARN, el desarrollo de las compañías Pfizer y BioNTech se convirtió en un medicamento pionero y ha abierto una nueva era en la investigación médica.
Sin embargo, mientras las imágenes de las primeras personas inmunizadas le dan la vuelta al mundo, también lo han hecho todo tipo de dudas, críticas y teorías, que han despertado incertidumbre entre la población y la comunidad científica.
Tan solo en Estados Unidos, unas cuantas horas después de que la enfermera Sandra Lindsay se convirtiera en la primera trabajadora del sector salud en recibir la vacuna, la Fundación Kaiser Family reveló una encuesta en la que aproximadamente un cuarto de los estadounidenses aseguraba que “muy probablemente” o “definitivamente” no se dejaría inyectar la vacuna contra el coronavirus.
Con el objetivo de resolver algunas de estas inquietudes, un equipo de investigadores de la universidad Eafit, en Medellín, viene liderando una estrategia de pedagogía para combatir la desinformación y explicar cómo funciona esta nueva generación de vacunas.
Un cuarto de los estadounidenses aseguraba que “muy probablemente” o “definitivamente” no se dejaría inyectar la vacuna contra el coronavirus
Diego Fernando Villanueva Mejía, doctor en biotecnología y docente del Departamento de Ciencias Biológicas de Eafit, explica que, a pesar de existir diferentes procesos, el rasgo común que comparten todas las vacunas es el mismo: anticiparse a un patógeno y enseñarle al sistema inmune a defenderse de él, antes de que entre al organismo.
Aunque las clasificaciones pueden variar, el docente explica que podrían identificarse dos grandes grupos de vacunas: las convencionales y las más modernas. Dentro del primero caben las vacunas conocidas como atenuadas, inactivadas y de subunidad; y dentro del segundo, las vacunas de ADN y ARN, cuyo desarrollo sólo es posible gracias a los avances de la biotecnología contemporánea.
Si se hace un recorrido por la historia, explica el docente, el primer tipo de vacunas fue el de las atenuadas, que consiste en manipular un patógeno y afectar su capacidad de replicarse en las células. De esta forma, cuando el microorganismo atenuado llega al cuerpo, este puede aprender a identificarlo y neutralizarlo antes de que se esparza. Dentro de este grupo, por ejemplo, aparecen las vacunas contra la viruela, la varicela y el sarampión.
En segundo lugar, aparecen las vacunas inactivadas, que funcionan haciendo uso de patógenos que, como su nombre lo indica, fueron inactivados o dejados sin vida luego de ser sometidos a un producto químico o calor. Al entrar al cuerpo, el sistema inmune puede identificarlos y aprender a defenderse de ellos.
Reto: entender el coronavirus
En el caso de las vacunas de subunidades, explica Villanueva, los científicos buscan cómo aislar una proteína o un azúcar de un microorganismo determinado para, de igual forma, enseñarle al cuerpo a defenderse. Dentro de este último grupo, por ejemplo, aparecen las vacunas contra el virus del papiloma humano, la hepatitis B, entre otros, que también usan otras estrategias más complejas para lograr su objetivo.
A pesar de su efectividad, cada método tiene sus limitaciones. Por ejemplo, en el caso del VIH, los científicos no han logrado aplicar el método de la atenuación, ya que el virus conserva su capacidad para replicarse e infectar el cuerpo.
De esta manera, han surgido nuevos tipos de vacunas, que buscan combatir los patógenos que tienen mecanismos de replicación más complejos. Dentro de este grupo aparecen las vacunas de ADN y ARN, consideradas tecnología experimental hasta hace pocos años.
Para entender el mecanismo de acción de la vacuna BNT162b2, hasta ahora la única aprobada, el docente Villanueva, explica que, durante la vertiginosa carrera por entender el coronavirus, uno de los momentos clave fue cuando los científicos descubrieron que este estaba compuesto en su estructura externa por una proteína que fue denominada “spike” o “s”.
Como si se tratara de una llave y una cerradura, la proteína “spike” encaja perfectamente con un conjunto de receptores denominados ACE2, ubicados en la superficie de las células humanas. Luego de ensamblarse, el virus logra abrirse paso a través de la célula e iniciar la infestación.
El enfoque novedoso de los investigadores fue que, en vez de atenuar, inactivar o extraer un pequeño pedazo del virus, descifraron la composición de esa proteína “s” y sintetizaron una ínfima partícula de ARN mensajero, cuya función es infiltrarse en las células humanas para generar una reacción en cadena.
“Hay que recordar que para que cualquier proteína pueda producirse en el organismo tienen que darse tres fases. Primero tiene que haber un ADN, que luego de atravesar un proceso conocido como expresión génica, se convierte en ARN mensajero. Cuando ese ARN mensajero sale del núcleo, va a otra parte de la célula llamada citoplasma. Allí ese ARN busca a unos pequeños orgánulos llamados ribosomas, cuya función es sintetizar las proteínas”, explica el docente.
El trabajo de los investigadores, añade, fue encontrar una fórmula para fabricar en un laboratorio una pequeña partícula de ARN mensajero que le ordenara a las células producir esa proteína “s” o “spike”, que recubre al coronavirus. En una inevitable reacción en cadena, el cuerpo se inunda de esa proteína y, al darse cuenta de que es una sustancia extraña, comienza a generar anticuerpos para defenderse.
“Lo que hace la vacuna es enviar un mensaje guardado en una bolita de grasa, de lípidos. Ese mensaje entra a la célula, va a los ribosomas y son estos quienes producen la proteína ‘spike’”, explica Villanueva.
Lo primero que hay que tener claro es que la tecnología perfecta o con riesgo cero no existe
La parte más audaz del plan, señala, consiste en que esa proteína que recubre el virus no es su componente más peligroso, pero si cumple un papel crucial durante el proceso de infección. Así, cuando el organismo aprende a defenderse de ella, también aprende a neutralizar el coronavirus.
Según explica el docente, comprender el funcionamiento de este tipo de vacunas es un factor fundamental para abordar las especulaciones, teorías y preocupaciones legítimas que ha despertado su aprobación.
“Lo primero que hay que tener claro es que la tecnología perfecta o con riesgo cero no existe. Parte de los riesgos que puede haber es que, por ejemplo, las partículas de los lípidos que llevan el mensaje finalmente no logren entregarlo adecuadamente a la célula. O que este sea interpretado de forma inadecuada. En ese escenario, la proteína que se expresara podría no ser la “s”, sino una truncada, que, al final, propicie el desarrollo de anticuerpos que no reconozcan el virus. Esa es una probabilidad muy baja, pero hace parte de las opciones”, explica Villanueva, enfatizando que, por ejemplo, el riesgo de que el ADN de una persona quede alterado luego de recibir una dosis son físicamente imposibles.
Sin embargo, el investigador advierte que durante los ensayos clínicos y la istración de las primeras dosis ya se han reportado algunos efectos adversos, como por ejemplo parálisis facial. No obstante, señala que estas reacciones ocurren en un porcentaje muy pequeño de la población y se asemeja a lo que ocurre con muchos otros medicamentos de amplio uso.
Durante estos episodios, advierte, la transparencia de las compañías farmacéuticas cumplirá un rol fundamental, para que la confianza del público en los medicamentos no quede minada.
Javier Correa Álvarez, doctor en Genética y Biología y profesor de la Escuela de Ciencias de la Universidad Eafit, señala que, bajo la vigilancia de las autoridades sanitarias, la vacuna podrá cumplir su propósito, e, incluso, servir de base para la aparición de versiones mejoradas.
Cualquier tecnología tiene su tasa de error, por eso los controles de la OMS son tan estrictos
“Cualquier tecnología tiene su tasa de error, por eso los controles de la OMS son tan estrictos. No hay una vacuna cien por ciento segura y eso se da porque somos demasiados humanos en este planeta. Con seguridad, con el conocimiento que se ha levantado, la vacuna va a servir para disminuir los casos de incidencia y seguramente, en unos años, van a venir versiones más efectivas”, plantea.
Según los datos de la Organización Mundial de la Salud, con corte al pasado jueves 10 de diciembre, a nivel global había 52 vacunas candidatas en fase de evaluación clínica y otras 162 en fase preclínica. De ese consolidado, 11 estaban en la última fase de investigación.
Aunque al cierre de este artículo la vacuna de Pfizer y BioNTech continuaba siendo la única aprobada para su uso de emergencia, la vacuna de la compañía Moderna, también de ARN, había recibido un concepto positivo por parte la agencia de istración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA) y también se aceraba a una aprobación de emergencia en ese país.
En el caso de Colombia, estas señales darían cuenta de que la llegada de más opciones está cada vez más cerca, incluyendo otras vacunas con condiciones de almacenamiento menos exigentes, como la desarrollada por la Universidad de Oxford y AstraZeneca o la Sputnik V, del gobierno ruso.
Según las últimas cuentas, tan solo Pfizer y BioNTech, habían anunciado la producción de cerca de 100 millones de dosis para diciembre de 2020 y más de 1.300 millones de dosis en el transcurso de 2021. De ese consolidado, el gobierno colombiano esperaba la compra de al menos 10 millones de dosis.
Aunque los expertos advierten que uno de los principales retos será el de garantizar las difíciles condiciones de almacenamiento, principalmente de las vacunas de ARN, proponen que explicarle a la población las ventajas, los riesgos y las principales dudas sobre estos nuevos medicamentos debería ser una de las prioridades.
“Debemos hacer un llamado a la cordura y la sensatez. Debemos escuchar más a los científicos y dejar de creer en falsas noticias, que tratan de infundir miedo y evitar que las personas se vacunen. Hay una luz verde para que las personas se protejan, pero muchas no quieren hacerlo. Todavía no hemos llegado al final de esta pandemia y el llamado debe ser a confiar en la ciencia y pensar en el bienestar colectivo”, concluye Villanueva.
JACOBO BETANCUR P.
Para EL TIEMPO