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La historia de Antonia: la diferencia entre tener una familia o morir
Una pareja cuenta cómo estuvo a punto de perder a su hija por una displasia pulmonar.
Padre y madre lidian con las ocurrencias de Antonia, con algunas inquietudes y preguntas para las cuales no siempre hallan respuestas. Foto: Jaiver Nieto
Si no fuera porque tiene una familia unida y comprometida con su salud, lo más seguro es que Antonia Vélez Molina no estuviera viva.
A pesar de las batallas y, por qué no decirlo, del sacrificio que ha implicado la condición especial de esta jovencita, en la entrada de la vivienda de los Vélez Molina en el barrio Alfonso López, noroccidente de Medellín, a uno lo recibe la frase “Dios bendice nuestro hogar”, inscrita en un retablo de madera.
Ella, que hoy tiene 22 años, estuvo al borde de la muerte siendo apenas una bebita.
Con el manejo del lenguaje especializado que solo da el desempeñarse en el área de la salud o haber enfrentado una enfermedad larga, Tatiana Molina cuenta que su hija nació con menos de 7 meses de gestación; por eso llegó al mundo sufriendo una displasia pulmonar que obligó a conectarla a un ventilador mecánico y la falla del mecanismo hizo que entrara en paro cardiorrespiratorio. La bebita pisó el pabellón de la muerte, al punto de que le aplicaron los santos óleos.
Finalmente, la reanimaron pero el daño cerebral por la falta de oxígeno le ocasionó una parálisis corporal y le redujo ostensiblemente sus capacidades cognitivas.
“Siempre había una armonía, no nos dejábamos llevar de la situación”, dice Tatiana, y Andrés, su esposo, complementa:“fue asumir las cosas con amor y todos juntos”. “Tocaba asumir las cosas y hágale...”, concluye Tatiana.
En varias ocasiones, Antonia, les ha dicho a sus padres que quiere conseguir novio. Foto:Jaiver Nieto
El día en que los visité, al ingresar a casa de la familia, en la sala donde pude conversar con cada uno de sus integrantes, Antonia esperaba paciente en su silla de ruedas.
Me sorprendieron su cabello teñido de verde, al igual que un colibrí chupando de un San Joaquín que tiene tatuado en la pantorrilla derecha, elementos estéticos que son normales en los jóvenes de su edad, pero no en los que tienen una condición especial que lleva a muchos a tratarlos como si fueran eternamente niños.
La pareja Vélez Molina es tan compacta que ante una pregunta, normalmente uno comienza la respuesta y el otro complementa.
También Antonia interviene con monosílabos si percibe que se están refiriendo a ella, ya que no es capaz de modular frases completas por el retraso en el lenguaje que padece, pero sus padres están siempre ahí para traducir lo que ella quiere expresar.
Solo quien conoce su historia puede valorar los avances que ha tenido la familia, pues si bien se han dedicado a Antonia en cuerpo y alma, han aplazado pero no abandonado, sus proyectos particulares. En todo ello ha sido clave, además, la complicidad de los abuelos, tíos, sobrinos y amigos.
Andrés y Tatiana se habían conocido cuando ella estudiaba publicidad y él biología. Se enamoraron locamente. Así sucedió un embarazo no planeado, ella con 23 años y él con 20. Tras el alumbramiento, comenzaron a convivir en medio de penurias económicas.
Si bien habían hablado de que no querían tener hijos, son enfáticos en que desde el primer momento la quisieron y aun cuando le pronosticaron que las posibilidades de una vida plena eran remotas para la pequeña tuvieron la decisión férrea de sacarla adelante.
Los médicos me decían: usted está muy joven y ellos quedan con muchas complicaciones. Lo mejor que le puede pasar a la niña, Antonia, es que se muera.
“Los médicos me decían usted está muy joven y ellos quedan con muchas complicaciones. Lo mejor que le puede pasar es que se muera.
Yo me arrodillaba y le decía a Dios que no se llevara a la niña, que yo me comprometía a cuidarla, independientemente de cómo quedara, y así ha sido hasta hoy; me dolía como cualquier hijo, pero desde el principio para mí el milagro era que Antonia viviera”, expresa Tatiana.
La realidad les cambió por completo. Tatiana no volvió a laborar fuera de su casa porque Antonia requería atención 7/24. Entre tanto, él ganaba algunos pesos como monitor de cursos en la Universidad de Antioquia y se rebuscaban en cuanto podían.
Hasta los 4 años las idas al hospital, debido a crisis, fueron constantes y con largas estadías. Después, han sido los afanes para llevarla a la hidroterapia, las terapias con equinos y a todo lo que les han dicho que es bueno para estimularle el desarrollo. Su lamento es por no haberle podido dar una educación formal.
“En Medellín nadie la quería recibir. Uno buscaba pero todos se hacían los locos, desde el rector para abajo, y nadie le daba la oportunidad de entrar a una institución regular, y no teníamos con qué entrarla a un colegio privado”, dice Andrés, quien tuvo que desempeñarse en múltiples oficios, desde mesero, artesano, modelo e incluso salvavidas, mientras que se graduó y obtuvo un puesto en la universidad de Antioquia, pero aun así los recursos nunca han sido suficientes.
En el 2016 fueron priorizados por la Secretaría de Inclusión Social, Familia y Derechos Humanos de Medellín, lo cual les abrió el camino para recibir acompañamiento en los Centros de Familia de la Alcaldía, aporte por el mínimo vital de agua y el subsidio de discapacidad con el que han solventado parte de los costos de las terapias.
Antonia va creciendo, ya no es una niña. Esto implica cambios para los cuales uno no está preparado o simplemente no sabe qué hace
“Que la Alcaldía haya llegado a nosotros, es una bendición. No solo por el apoyo financiero, sino por las diferentes asesorías que recibimos. Antonia va creciendo, ya no es una niña. Esto implica cambios para los cuales uno no está preparado o simplemente no sabe qué hacer”, explica Tatiana.
Así han logrado formar a una Antonia autónoma y siempre risueña que no se asume desde la limitación sino desde sus posibilidades y sueños, que ellos han tratado de no castrar. Ha estado varios años en la Liga de Natación Antioqueña y es reconocida en la ciudad por sus cualidades como bailarina.
“Aunque Antonia no camina, conoce cosas maravillosas, porque cuando por ejemplo el papá iba a una reserva, nos llevaba a las dos, lo que implicaba caminar con ella a cuestas una hora o más por montañas, mientras yo llevaba la silla de rueda”, relata Tatiana.
Un día, a los 16 años, vio a su tío materno lleno de tatuajes y la adolescente reclamó el suyo. En otra ocasión quiso tener la sensación de calzarse unos tacones, aún sin poder caminar, y su papá se los compró.
Pidió entrar a la universidad, y aunque no puede ser alumna formal porque no ha cursado estudios regulares, la inscribieron en clases de natación y psico-danza en el campus.
Por su parte, gracias a una beca, con mucho sacrificio y apoyo familiar, Andrés hizo una maestría en Puerto Rico. Ahora está sacando adelante un doctorado en biología.
Entre tanto, Tatiana está empeñada en un emprendimiento con base en sus diseños de moda.
“¿Que cómo me visualizó? igual que ahora, disfrutando todos los momentos que se vayan presentando. Eso sí, me estoy esforzando para que a nivel económico estemos un poco más cómodos y podamos tener a otras cosas que beneficien a Antonia, como una casa adaptada para que ella se pueda mover con mayor libertad”, dice Andrés Vélez.