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El día cuando el buque Gloria fue azotado por un supertifón

El buque estuvo a punto de naufragar en aguas del Pacífico. Los sobrevivientes relatan la travesía. 

La travesía del buque Gloria por el Pacífico duró cerca de 7 meses. Estuvo a punto de naufragar.

La travesía del buque Gloria por el Pacífico duró cerca de 7 meses. Estuvo a punto de naufragar. Foto: Armada Nacional

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El capellán Nicacio Carreño, por los altavoces del buque Gloria, entonó una oración que parecía la despedida. “Sentiremos, señora, tu presencia sobre la faz de los inmensos mares, y alzaremos de nuevo los cantares de tu misericordia y tu piedad”.
El colosal buque Gloria, insignia de la Armada Nacional, cuya eslora o longitud es de 67 metros, se mecía como una hoja de papel en su paso, en noviembre de 1983, por las temibles aguas asiáticas, un cementerio acuático de grandes barcos hundidos durante la Segunda Guerra Mundial.
En el buque, cuando se escuchaban las palabras del padre Nicacio, los marinos se tendieron sobre el suelo cuando los vientos del supertifón Marge golpeaban con dureza el casco de acero de la embarcación.
Las olas del mar pasaban por encima de los cerca de cinco metros de altura del barco, lo atrapaban con saña. Y lo más preocupante es que la emergencia apenas comenzaba.
Fue conmovedor cuando la gente comienza a despedirse y a rezar. Es muy duro
La travesía por aguas asiáticas se inició el primero de junio de 1983. Ese día partían desde Cartagena -que casualmente cumplía 450 años- 136 tripulantes, entre oficiales y cadetes de la Escuela Almirante Padilla, y 16 civiles e invitados.
En su bitácora del viaje, el entonces estudiante Jorge Carreño, el más joven de la tripulación con 18 años, apuntó que el recorrido pasó sin dificultades por el canal de Panamá. Por más de 40 días lo único que se vio fue agua; el océano Pacífico se hacía infinito.
La primera parada del recorrido fue el mismísimo puerto de Pearl Harbor, en Hawái, escenario de una de las más cruentas batallas entre Japón y Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.
El paso por aguas asiáticas los llevó a la isla de Guam, istrada por Estados Unidos, donde un centro oceanográfico siguió con atención el recorrido del Gloria. Luego se hicieron paradas por Singapur, Hong Kong -en ese momento bajo protección inglesa- y Shanghái, en China.
La visita del buque Gloria por territorio chino era un hito para el país. Apenas se reestablecían las relaciones diplomáticas entre ambas naciones y era la primera vez que el buque Gloria, un velero de guerra con 15 años en ese momento, recalaba en ese lugar.
El puerto final era Osaka, una de las grandes ciudades de Japón. El buque Gloria era uno de los invitados de honor a un festival de veleros para el mes de octubre de 1983. Este territorio también estaba de celebración por los 400 años del Castillo de Osaka.
Osaka

Osaka Foto:123RF

En la ciudad, los marinos aprovecharon para comprar cámaras y otras tecnologías de ese país. También habían adquirido algunas cosas en Hong Kong. El Gloria, en tanto, posaba imponente sobre las aguas con uno de sus tres hermanos menores, el buque Cuauhtémoc, de México.
Otros grandes veleros en la reunión eran el Nippon Maru, de Japón, y El Esmeralda, de Chile.
Una vez finalizado el recorrido por aguas asiáticas, la misión debía retornar a Colombia. En la mitad del océano Pacífico tendría lugar la más grave emergencia que el buque Gloria ha pasado en su historia.

El comienzo del caos

El capitán Álvaro Campos enfiló la ruta por el Pacífico desde Osaka hasta San Diego, en Estados Unidos. A finales de octubre, la tripulación -ya experimentada por los cinco meses viviendo en el mar- pasaba sus días navegando a vela y poniendo en práctica los estudios que en el mismo buque les daban.
Cada marino cumplía sus turnos de guardia. La rutina se iniciaba hacia las 7 de la mañana con el pito marinero, un baño de unos 15 minutos con un bidón de cinco galones con agua que debía durar tres días y ejercicios de gimnasia en cubierta.
El entonces teniente de fragata Hernando Wills recuerda que al paso por la parte norte del Pacífico se detectaron algunas tormentas tropicales al sur de China.
Las alertas sobre los eventos climatológicos fueron enviadas desde Hawái y Guam por el Centro Conjunto de Advertencia de Tifones (JTWC, por sus siglas en inglés). En los archivos de esta entidad se señala que desde el 26 de octubre se detectaron unos vientos superficiales débiles, los cuales se le informaron al capitán Campos. 7
Cuando el buque avanzaba cerca de la China, el JTWC informa el 4 de noviembre que los vientos antes indicados se habían convertido en el supertifón Marge, un ciclón capaz de desarrollar vientos circulares de hasta 105 nudos (194 kilómetros por hora).
“Teníamos detectados dos centros de baja presión en cercanías a Hong Kong. Ambas tormentas pequeñas se unieron y se volvió muy fuerte, convirtiéndose en un supertifón. En ese momento estábamos a 100 millas náuticas aproximadamente (185 kilómetros)”, dice Wills.
Imagen satelital del supertifón Marge.

Imagen satelital del supertifón Marge. Foto:Archivo

El velero, que es un buque de guerra y también con motor, no tenía la velocidad suficiente para reaccionar y tomar otro rumbo, aunque sí se planteó retornar a Japón.
Con el ojo de Marge amenazando al Gloria, la tripulación se preparaba para enfrentar la odisea para salvar sus vidas. Los vientos circulares con los que se acercaba el supertifón podían arrasar con cualquier cosa.

Preparados para la tormenta

Era inminente que el buque Gloria tuviese que lidiar con el Marge. Se acercaba hacia ellos con peligrosidad, el capitán Campos y los oficiales empezaron a liderar la operación para proteger al buque insignia de Colombia y su tripulación.
Un joven Jorge Carreño dice que el capitán Campos pidió, como primera medida, que las 21 velas en los mástiles, las cuales eran de nylon, fueran cambiadas por las de capa, que son más gruesas y resistentes.
A los mástiles se subieron varios marinos a realizar la maniobra el 6 de noviembre. Mientras se mantenía la expectativa del momento cuando los coletazos del supertifón llegaran.
Durante la madrugada del 7 de noviembre, Carreño dice que empezaron las primeras dificultades. El relato lo mantiene vivo por la bitácora de viajes que redactó durante la travesía.
“El 7 de noviembre de 1983 fue el día cuando tuvimos las primeras dificultades. El día comienza muy movido, lo noté desde la guardia de 24:00 a 04:00. Cuando salí a cubierta para arreglar la cocina con León Carrillo ya habían puesto líneas de vida en el alcázar (parte media del buque sobre cubierta). Hacía mucha brisa, me robé un limón y unos quesitos que encontré, los repartí con mis compañeros de guardia”, dice el diario de Carreño.
Al llegar a su camarote, Carreño conversa con dos de sus compañeros sobre las historias de los buques desaparecidos en el Océano Pacífico, uno de ellos el MV Derbyshire, uno de los barcos graneleros más grandes del Reino Unido que se hundió en 1980 con 44 personas a bordo tras salir de Okinawa, en Japón.
El pito marinero despertó a la tripulación hacia las 7 de la mañana. El mar ya estaba picado y camino al baño muchos caían por el movimiento del barco. Más que marineros parecían equilibristas ante los balanceos constantes del buque.
“Empecé a desayunar y casi no puedo hacerlo. Puse el café en la mesa y salió despedido al otro costado. Por supuesto, me quedé sin café porque se derramó totalmente”, cuenta Carreño.
Imagen de marinos enfrentando la fuerza del Marge.

Imagen de marinos enfrentando la fuerza del Marge. Foto:Armada Nacional

La situación ya se empezaba a tornar por fuera de lo normal. Carreño dice que el aviso más grande de que la emergencia había llegado fue cuando en clase de maquinaria el buque se escoró a estribor; es decir, se inclinó hacia el lado derecho.
A las 9:20 de la mañana, por orden del capitán Campos se anunciaría lo siguiente:
“Se esperan fuertes bandazos, se efectuará un viraje 180 grados para retornar a Japón. Prohibido transitar sobre cubierta y, en cualquier caso, quien ande por cubierta, debe tener cinturón de seguridad. Trincar y asegurar todo”, dice el diario de Carreño.
Dentro del buque, de inmediato, todo se empezó a caer. Las mesas y las sillas fueron los primeros objetos en quedar desbaratados. Las olas del mar pasaban de un lado al otro sobre cubierta.
La orden de maniobra general puso a toda la tripulación en máximo grado de alistamiento.

La furia de Marge

Los vientos de Marge habían alcanzado los 100 nudos (180 kilómetros por hora). Su furia golpeaba el casco y, en el puente del barco, el capitán Campos debía mostrar su pericia.
Hernando Wills recuerda que el viraje de la nave que pretendía hacer el capitán era clave para ubicar al Gloria en una posición donde los mismos vientos del Marge lo alejaran del ojo del tifón.
“Lo que se hizo fue ubicarlo en una posición llamada el semicírculo navegable, para que -con la misma fuerza del tifón, que avanzaba en el sentido contrario a las manecillas del reloj-, se alejara al buque del centro del ciclón”, cuenta Wills.
Intentar virar el buque a la posición adecuada era una proeza. La agitación del mar impedía que ese movimiento se pudiera realizar. Por horas se intentaba, pero parecía imposible lograrlo.
“Duramos varias horas en la maniobra. Se ve el tamaño de la naturaleza”, dice Wills.
Una avería grave de un mástil significaba no poder el cuento
El primer momento crítico llegaría cuando, en el deseo de completar la maniobra, una ola gigante golpeó el timón de la embarcación. El aceite hidráulico con el cual funciona el mando se salió por un orificio y todo el puente, desde donde se toman las decisiones, quedo intransitable por la grasa.
Todavía más grave era que el buque se quedaría sin timón por el percance. Por varios minutos, el buque permanecía de forma perpendicular a las olas. El Gloria empezaba a recibir todos los azotes del Marge, inclinándose cada vez más.
Abajo, los cadetes seguían en el suelo. Era imposible sostenerse de pie, al punto que uno de los tripulantes que intentó levantarse terminó con un brazo roto. Otro se abrió una ceja.
Aunque era mediodía, la tormenta opacó por completo el cielo. Parecía que navegaran en tinieblas, a la mitad de la nada y sin opciones de recibir alguna ayuda.

Un barco fantasma

A medida que avanza el tiempo, la situación se complica.
Las velas altas, las cuales estaban amarradas para evitar que los vientos movieran todavía más el buque, se desataron y se desplegaron. La potencia del Marge era tan fuerte que rasgaba las velas, las cuales se inflaron totalmente, generando que el buque se escorara al punto de casi ser volcado.
Había mucha presión sobre los mástiles que sostenían las velas altas. Desde arriba se dio la orden de dispararles a las velas como si se estuviera en una guerra.
Uno de los marinos tomó su fúsil y empezó a romper las velas, con el fin de que no se ejerciera más presión sobre el buque por la velocidad del viento, la cual generaba sonidos estruendosos cuando se cruzaba con las guayas de acero que sostienen los mástiles.
Una avería en los mástiles era fatal para la tripulación. Si esto llegaba a ocurrir significaba el impedimento para navegar a vela, la principal fuente de movimiento del Gloria. “Una avería grave de un mástil significaba no poder el cuento”, señala Carreño.
El barco se movía como una hoja de papel.

El barco se movía como una hoja de papel. Foto:Armada Nacional

Wills recuerda que eran momentos de adrenalina. Muchos jóvenes se sentían empoderados para el reto, pero -así como el cielo se iba oscureciendo- sus sentimientos de pavor incrementaban.
“Al principio es una expectativa lo que puede pasar. Llega el momento de preocupación, se está en la mitad del océano, no hay posibilidad cercana de ayuda. Las olas eran tan inmensas que si una persona se caía al agua no hay la más mínima probabilidad de ser rescatado”, dice Wills sobre el semblante que el supertifón plantaba sobre las posibilidades de morir en la mitad del mar.
El buque se escoraba tanto que para muchos era inminente el naufragio.
A las 4 de la tarde, el padre Nicacio Carreño ofrecía la oración del marino por los altavoces del Gloria en plena emergencia. Para muchos era un mensaje esperanzador, otros lo tomaban como la despedida.
Hernando Wills recuerda que algunos de los civiles que estaban en el barco se sintieron desahuciadas. El peluquero y el cocinero, por ejemplo, se encerraron en una habitación al fondo del buque de donde nunca salieron. El pánico los devastó, pensaban que de esta emergencia ya no se salía.
“Se despidieron de todo el mundo, dijeron que de allí no volvían a salir y ahí morirían”, señala Jorge Carreño.

El momento más crítico

Tras la oración llegaban los momentos más críticos. Los vientos también desataron un bote del buque. Esta pequeña embarcación quedó colgando de un cabo, iba y venía con la misma velocidad del Marge.
“Fue conmovedor cuando la gente comienza a despedirse y a rezar. Es muy duro”, dice Jorge Carreño.
El efecto que el bote generaba era como el de un martillo que busca romper una pared. Si esta embarcación abría un hueco en el casco del buque significaba naufragar. El Gloría sería otro de los barcos en el cementerio acuático de los mares asiáticos.
“Llegamos a pensar que el casco se podía romper. Si eso pasaba era el desenlace fatal”, revela Wills.
El capitán Campos tenía que moverse rápido para evitar a toda costa el naufragio. Uno de los contramaestres y otros oficiales, entre ellos Wills, salieron a cubierta amarrados y con salvavidas, pero se enfrentarían a momentos de suma angustia.
El buque quedó con las velas rotas.

El buque quedó con las velas rotas. Foto:Armada Nacional

La maniobra era compleja, las olas de hasta 30 pies (10 metros) pasaban por encima de ellos cuando estaban en cubierta. El tránsito por allí se hacía difícil por las inclinaciones del buque, pero era imperante asegurar el bote para que no siguiera con ese efecto martillo.
Justo cuando se procedía a la maniobra, una fuerte ola se llevó al contramaestre Héctor García. El marinero salió despedido del buque, pero alcanzó a sujetarse de un cabo.
Las velas estaban completamente rotas, parecían trapos. Las guayas de acero que sostienen los mástiles estaban rasgadas
Luchando para no ser arrastrado por las aguas, García nuevamente fue sacudido por otra ola, la cual volvió a subirlo al buque.
Otros dos oficiales estuvieron a punto de caer. En un instante, la tripulación pudo perder a tres marinos. El bote, finalmente, fue soltado para evitar que siguiera golpeando al casco.
Tras los momentos de tensión, el capitán Campos y su tripulación por fin pudo establecer al buque en un escenario favorable, donde se seguían resistiendo los golpes de los vientos y las escoras, pero esa misma fuerza los iba alejando del supertifón Marge.
Durante esa noche nadie durmió resistiendo los embates de la naturaleza, pero solo quedaba resistir que estos cesaran. Tampoco se tenía información del JTWC debido a que los equipos de comunicación los dañó el tifón.
Al día siguiente, Jorge Carreño cuenta que el dicho que reza: “después de la tempestad viene la calma”, se les hizo realidad, pero el buque Gloria, insignia nacional, parecía más un barco pirata.
“El espectáculo era dantesco, las velas estaban completamente rotas, parecían trapos. Las guayas de acero que sostienen los mástiles estaban rasgadas”, recuerda Carreño.
La emergencia dejó varias averías en el buque.

La emergencia dejó varias averías en el buque. Foto:Armada Nacional

Ambos marinos, que luego de años llegaron a los cargos más altos de la Armada Nacional, coinciden que la pericia del capitán Campos fue la que los salvó de naufragar en la emergencia más grave en la historia del buque Gloria.
Solo después de unos días, la comunicación volvió al Gloria, dando un parte de tranquilidad a JTWC, que a su vez informó a Colombia que la nave ya había aparecido tras días en emergencia.
En su informe histórico, JTWC reseña que el Gloria solo sufrió las lesiones de tres de sus tripulantes y la pérdida de un bote.
“Es una situación en la que nos enfrentábamos a peligros reales. Se forjó el espíritu marinero. Esos siete meses de entrenamiento nos forjó en carácter que nos permitió servir y aplicar los conocimientos. Vivir una experiencia tan fuerte a los 18 años lo marca a uno”, dice Carreño.
La misión por aguas asiáticas retornó a Cartagena el 5 de enero.
CRISTIAN ÁVILA JIMÉNEZ
EL TIEMPO

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