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Bellavista, el barrio samario donde se enfrentan dos realidades sociales

Clases sociales separadas por solo una calle. Las rentas más altas, justo al lado de las más pobres.

Bellavista está ubicada en una zona céntrica de la ciudad.

Bellavista está ubicada en una zona céntrica de la ciudad. Foto: Roger Urieles

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En el barrio Bellavista de Santa Marta conviven la más ostentosa opulencia y la más dolorosa miseria. Las desigualdades son tan grandes que de un lado se encuentran familias durmiendo en hacinamiento y sin a oportunidades laborales y, del otro, personalidades, funcionarios públicos, exgobernantes y de reconocidos círculos sociales.
Las condiciones de vida de unos y otros pueden variar radicalmente, aun cuando solo se separan por una calle. No es lo mismo despertar en las casas de zinc, madera y ladrillos deteriorados que están en la zona del Río Manzanares, que en uno de los apartamentos o penthouse de los lujosos edificios que se ubican muy cerca al mar con una vista impresionante.

El día a día en los barrios

Antes le decíamos adiós, doctor, por educación, pero nunca respondía. Así que mejor no le decimos nada
En una esquina se juntan el afluente con la bahía de Los Cocos en un proceso natural, así tal cual como debería suceder en cualquier punto del barrio, cuando se tropiezan a diario personas que habitan en un mismo sector, pero que diferencias sociales bien marcadas así lo impiden.
Don José Varela despierta todas las mañanas y lo primero que suele realizar es sentarse en un bordillo y compartir un café con algunos vecinos, al tiempo que conversan sobre el Unión Magdalena, política o cualquier otro asunto en común.
Con el transcurrir de los minutos, más personas de la misma cuadra se suman a la jocosa tertulia.
Mientras la charla avanza, de un parqueadero de uno de los ostentosos edificios del sector, justo al frente de los ojos de los presentes, sale una camioneta de gama alta y vidrios blindados a una velocidad reducida, escoltando a una persona que a esa hora también acostumbra salir a madrugar para ejercitarse trotando.
Aunque don José ya perdió la cuenta de las veces que ha visto entrar y salir de esa residencia a su vecino, asegura que distinto al resto de habitantes del otro lado de la calle no sabe su nombre ni a lo que se dedica.
“Antes le decíamos adiós, doctor, por educación, pero nunca respondía. Así que mejor no le decimos nada para no incomodarlo”, cuenta el hombre que se dedica a la venta de refrescos en la playa de Los Cocos.
Somos como el agua y el aceite
Así como don José se tropieza unos segundos con el ilustre morador de Bellavista, a diario lo hacen el resto de personas que comparten un barrio desigual en todos los sentidos.
Aunque se identifican los unos con los otros, entre ricos y pobres, prefieren parecer desconocidos cuando coinciden en la calle. Y no resulta fácil ignorarse, pues mientras los de la orilla del mar se movilizan en vehículos deportivos y camionetas, lo que están en la parte del río permanecen a pie o en bicicleta.
“Somos como el agua y el aceite”, describe María Rodríguez, una vendedora de fritos, muy estimada por los vecinos que al igual que ella comparten la calle, con sus problemáticas y necesidades.

Sin agua ni alcantarillado

A pesar de ser los fundadores del barrio Bellavista o Los Cocos, el desarrollo y urbanismo no ha llegado a su entorno como sí sucedió a escasos metros, donde hace poco menos de 20 años comenzaron a construirse gigantescos edificios de moderna y lujosa infraestructura, que fueron ocupados por familias de renombre.
La zona antigua clasificada en estrato dos sigue con las calles destapadas, sin a los servicios públicos de agua y alcantarillado. Además, como se sitúa en plena desembocadura del Río Manzanares, la comunidad debe atajar toda la basura y residuos que arrojan las viviendas de muchos barrios a lo largo del trayecto del afluente.
Sus vecinos ubicados a escasos metros, por el contrario, poseen todas las comodidades y privilegios propios de un sector céntrico de estrato seis con al mar.
Entre pescadores, mototaxistas vendedores ambulantes, informales y uno que otro dedicado a una labor formal, en Bellavista existe cierta hermandad y una relación armoniosa, muy distinto a la que llevan con los que ocupan los edificios del mismo sector.
“La convivencia con ricos es terrible. Ellos lastimosamente utilizan su poder y estatus no para ayudar al necesitado, sino para abusarlo e imponerle sus reglas”, expresa Danna Rojas, argumentando que varios de sus cuadras han tenido problemas con los del “otro lado”.
La ropa lavada tendida en el frente de las casas contrasta con los relucientes edificios del otro lado de la calles.

La ropa lavada tendida en el frente de las casas contrasta con los relucientes edificios del otro lado de la calles. Foto:Roger Urieles

La intervención de la Policía

Todos tenemos derechos y claro que es permitido que realicen sus celebraciones, pero siempre debe tenerse en cuenta no afectar al vecino de ninguna manera
Aunque en su mayoría son personas alegres, que les gusta escuchar música con los parlantes en las terrazas y celebrar cumpleaños con una gran fiesta, esto último dejó de ser posible de un tiempo para acá, debido a que ahora la Policía se los prohíbe por llamadas que reciben de los inquilinos de los apartamentos.
Los denunciantes, en este caso, expresan que solo pretenden que en el barrio haya orden y un ambiente sano para adultos y niños.
“Todos tenemos derechos y claro que es permitido que realicen sus celebraciones, pero siempre debe tenerse en cuenta no afectar al vecino de ninguna manera, y es lo que se busca cuando se hace un llamado al cuadrante para que controle alguna situación que a nuestro parecer se esté saliendo de control”, responde Andrés Núñez, que reside en el edificio Bahía desde hace dos años.
Danna Rojas dice que no tiene nada en contra de sus vecinos y que respeta su forma de ser y pensar. De todas formas, les critica el hecho de que ninguno de ellos, ni siquiera los que ostentan cargos públicos en la Alcaldía y Gobernación, gestionen proyectos que beneficien al sector y por supuesto a la comunidad.
“En la pandemia nos dimos cuenta quiénes son ellos, porque pasamos muchas necesidades, y si bien no es una obligación, de su corazón nunca existió de manera voluntaria una ayuda para nosotros, que algunas veces no teníamos ni cómo comer”, expresa Danna.
Este comportamiento fue motivo de tristeza y desilusión para ella, que no envidia nada de los demás, pero ite que por momentos sí hace comparaciones con la vida que tienen sus vecinos, y desea en su corazón que la zona que ocupa de su barrio no posea lujos, pero sí por lo menos dejara de padecer por falta de agua, de hambre y otra cantidad de dificultades.
Caminar por Bellavista es como andar por un laberinto de muros que protegen la intimidad de los más ricos de Santa Marta. En cambio, en cualquier momento te tropiezas con otro panorama que presenta avenidas destapadas, niños descalzos o sin camisas y casas pequeñas pegadas unas con otras. Dos realidades muy diferentes con apenas una calle de distancia
Roger Urieles
Para EL TIEMPO Santa Marta
En Twitter: @Rogeruv

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