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Somos el gobierno del pueblo/Opinión

Decir gracias es poco, para todo lo que esta sociedad puso sobre la mesa en las elecciones.

Las elecciones regionales del 29 de octubre de 2023 en Barranquilla se llevaron en total calma, siendo los candidatos a la alcaldía y gobernación del Atlántico protagonistas en la mañana electoral. Alejandro Char, aspirante a la alcaldía, y Eduardo Verano, candidato a la gobernación, votaron en el Colegio La Salle y la Escuela Normal Superior del Distrito, respectivamente. Cada uno acompañó al otro a su puesto de votación.

Las elecciones regionales del 29 de octubre de 2023 en Barranquilla se llevaron en total calma, siendo los candidatos a la alcaldía y gobernación del Atlántico protagonistas en la mañana electoral. Alejandro Char, aspirante a la alcaldía, y Eduardo Verano, candidato a la gobernación, votaron en el Colegio La Salle y la Escuela Normal Superior del Distrito, respectivamente. Cada uno acompañó al otro a su puesto de votación. Foto: Vanexa Romero/ El Tiempo

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Antes de sentarme a escribir estas líneas para mis lectores me permito decirles que no esperen una columna como las que generalmente escribo, hoy he decidido escribirle una carta a cada uno de ustedes. Me tomé un tiempo prudente no sólo para asimilar estas transformaciones que para nada son superficiales, sino para, responsablemente poder decirles lo que pienso en esta carta pública.
Es por esto, que estas cortas palabras van acompañadas de un sentimiento oceánico de profunda gratitud por sus apoyos, muchos silentes comprometidos, y muchos otros militantes, aguerridos, algunos más generosos con su entrega en tiempo y en esfuerzos, pero todos dando vida, todos creando.
Lo invitamos a leer: Perdimos el miedo/Opinión
Decir gracias es poco, para todo lo que el conjunto de esta sociedad puso sobre la mesa en las elecciones, mandándole un mensaje claro a un departamento que estaba perdiendo la esperanza.
Posterior a las elecciones, retornaron mis recuerdos al momento de mi niñez frente al evento desastroso del terremoto de aquel 25 de enero de 1999. Las imágenes se agolparon con insistencia en estos días posteriores a las elecciones, permítanme explicar por qué. Horas después del terremoto, nos desplazamos hacia la finca de mi abuelo Memo en Calarcá, mi mamá nos tapaba los ojos a mi hermana y a mi y repetía con insistencia: “no miren”, “no miren” mientras nos tapaba los ojos con sus manos. Ante el derrumbe de lo que creíamos seguro, muchos de los que me leen hoy, recordarán estar sentados en un andén pensando ¿qué vamos a hacer?, ¿por dónde empezar? Sin embargo, ocurrió un milagro.
El milagro, ese suceso trascendente y a la vez sensible que se produce con una intervención divina y revela el poder de Dios, ocurrió en el esfuerzo de cada uno de nosotros, los Quindianos, en rehacer nuestra casa, hacerla más bonita, no permitir que se nos mirara con lástima y lograr que la dignidad como pueblo infundiera respeto ante los demás colombianos. Es decir, en todos nosotros se reveló el verdadero rostro de Dios, amor, compasión, solidaridad, entrega y justicia, en síntesis, como que Dios se valió de nuestro dolor para contradictoriamente mandar un mensaje al país de esperanza.
El domingo de elecciones sentí algo igual y mucho más poderoso. Me sorprendía pensar que un candidato por quien nadie daba un peso, que sin la maquinaria política de sus adversarios salía con un celular a mostrar comuna por comuna en Armenia, y pueblo por pueblo en el Quindío lo que había hecho como alcalde de Salento con su frase: “un soñador no tiene límites”, lentamente fue resucitando ese mismo sentimiento de reconstrucción del departamento que había sentido cuando niño.
Un vendaval de incriminaciones falsas, incluso con prestigiosos periodistas y medios de comunicación, acusaciones e infundios, al parecer solo fortalecían un pequeño equipo de jóvenes que acompañábamos a Juan Miguel y que, frente a cada golpe, además de indignación, les brillaban los ojos reclamando justicia mientras entregaban todo su corazón en batalla. El arma de ellos fue la mentira y el engaño, nuestra espada fue la verdad.
La sociedad en esta ola de esperanza, cobijó con amor y, me podrán decir que es cursilería, el proyecto del “diferente”, como en el cuento de Lope de Vega, Fuenteovejuna, la gente repetía; “todos a una, Fuenteovejuna señor”. En la calle una gran mayoría se identificó con “el del brinquito”, “el de la butaca”. En efecto, impactaba ver a señoras y señores mayores con lágrimas en los ojos, niños cantando Juan Miguel gobernador, jóvenes de todos los estratos decir; “nosotros estamos con Galvis”. Así fue el domingo, las largas filas para votar, el momento en que esta misma sociedad volvió a ser el lugar de su propio “milagro”.
Derrotamos la compra de votos. Los electoreros en comunas y pueblos llevaron a las maquinarias a decir “esto se perdió”, “contra Galvis no se va a poder”. Pero no es Galvis, es la seguridad que se inspiraba en que el sentimiento de reconstrucción, el cual latía como en la época posterior al terremoto en cada uno de los Quindianos de a pie, aquellos, innegociables en sus principios, sin duda, virtuosos, volviese a brillar. Reitero, asignar otra causa de la victoria que no resida en la entereza de esta sociedad valerosa, es insultarla, subestimarla, y pensar que basta con el chantaje de secuestrarla a punta de un mercado de puestos.
Aun no logramos entender lo que ganamos, tampoco somos conscientes de lo que se le ha dicho al país. No es un sentimiento triunfalista en una persona o en un grupo político, es algo muy diferente. Esta sociedad se valió de un personaje específico en el que se reconocía el rostro de todos y cada uno de nosotros, la voz para decir: “no más”, “ya basta del chantaje y la extorsión política”, “no más intimidación”, no más miedo. Quindío le recordó a toda Colombia, esa hermosa frase de Abraham Lincoln en el discurso de Gettysburg: “somos el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Así que esto no fue un sueño, por el contrario, es un nuevo reto para los Quindianos. La tarea continúa, obliga a que gobernemos juntos, todos proponiendo, todos discutiendo, todos opinando desde el café, la peluquería, el taxi, la empresa, la tienda, etc. El reto es que entendamos que todas nuestras opiniones valen, y que cada uno tiene algo valioso que decir al conjunto.
El reto es construir una democracia deliberativa que se traduzca en obras, que fundamente en valores la oposición respetuosa, que fortalezca la contradicción constructiva, que constituya un consenso entre diferentes como el mejor camino para que sin darnos cuenta, como en el periodo posterior al terremoto, un día, en el inmediato futuro nos miremos desprevenidamente alrededor de una aguaa, y simplemente descubramos que volvimos a rehacer nuestra sociedad después de las ruinas que nos dejó el terremoto del saqueo político de los innombrables, ahora por todos señalados.
Pablo Jaramillo Arango
C. Doctor en Estudios Políticos y Jurídicos

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