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Crónica: el Volcán Nevado del Ruiz ya no asusta a Murillo

En esta población del norte del Tolima, la gente parece no estar muy alarmada ante la emergencia.

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Hace frío en Murillo, un pueblo de arrieros del norte del Tolima. Mucho frío. La neblina se desliza como un fantasma por el parque principal, con sus pinos cuidadosamente podados y con sus coloridas casonas de madera como telón de fondo. Detrás de esa postal se levanta el Volcán Nevado del Ruiz, que se deja ver esplendoroso en los días soleados. Y hoy, evidentemente, no es uno de esos días.
Los murillenses no se espantan ante la llovizna que cae al mediodía del domingo, con sus gotas heladas y filosas, ni ante sus 12 grados de temperatura. Y tampoco se espantan con las alertas de las autoridades sobre el inusitado nivel de actividad del también llamado ‘león dormido’.
Para ellos es común levantarse y contemplar las espesas fumarolas o que la ceniza arrope sus cultivos de papa y pinte de gris a sus vacas y ovejas. Han vivido toda su vida en las faldas del volcán, durante varias generaciones, desde que fue fundado por una colonización de antioqueños, caldenses y boyacenses en el año de 1872. Un pueblo que se levanta muy cerca del cielo, a 2.950 metros sobre el nivel del mar.
Euclides Pachón es un campesino de 85 años. Habla con una voz rasposa, desgastada, pues dice que está muy enfermo de los pulmones. Y luce la estampa de los legendarios arrieros que todavía sobreviven en esta población de 5.000 habitantes y a quienes se les ve desfilando con sus recuas de mulas cargadas con bultos de papa y forradas en costales de fique: una ruana café motosa, sombrero negro, botas de caucho y el tradicional rejo, que no es otra cosa que un bastón de palo con tirones de cuero.
Un hombre que ha vivido toda su vida con el nevado respirándole en la nuca, en una finca en la vereda La Gloria, donde vivió con su esposa y crió a toda su casta. Un hombre que ya no le tiene miedo a esa fiera que acaba de despertarse y que amenaza con explotar de nuevo.
“Si uno es miedoso, pues sería muy feo, porque uno se puede morir del susto. Pero yo no le tengo miedo. Si ha de estar de Dios que se muera uno, debajo del volcán, no hay nada que se pueda hacer. Pero a uno le llega la muerte en cualquier lugar, bien sea en un carro o a pie”, dice el hombre con total tranquilidad.
“Esta mañana oí las noticias de todos los pueblos que están dizque en riesgo”, sigue Euclides al reconocer que de su parcela solo saldrá cuando se muera, y que no tiene listo el recomendado 'kit' de emergencias y que tampoco sabe sobre ningún protocolo de evacuación.
Y entre esos pueblos que escuchó en la radio está el suyo. Y también Villahermosa, Casabianca y Herveo, en el norte del Tolima, y Villamaría (Caldas). Todos, por su cercanía al Ruiz. En el caso de Murillo, está a apenas 33 kilómetros de distancia por tierra y a doce, en línea recta.
Murillo es un pueblo que conserva su arquitectura tradicional de tabla parada, con sus casonas coloridas.

Murillo es un pueblo que conserva su arquitectura tradicional de tabla parada, con sus casonas coloridas. Foto:José Alberto Mojica/EL TIEMPO

José Antonio García es el alcalde de Murillo. Un hombre tranquilo que invita a la calma y a bajarle al pánico, y confiado en el mapa de gestión del riesgo que han diseñado con las autoridades nacionales. “Nuestro riesgo no es máximo, acorde a nuestra experiencia con la erupción del año 1985, con el deshielo del nevado producto de la lava que lo derritió y lo envió por los ríos Lagunilla y Azufrado”, dice el mandatario al recordar que, entonces, cuando desapareció Armero, no hubo pérdidas humanas ni mayor afectación, pese a la cercanía. Solo murieron unas cuantas vacas.
“Este nevado es el más monitoreado del país, de tal manera que tenemos boletines
permanentes del Servicio Geológico Colombiano. Eso nos da cierto nivel de tranquilidad. No podemos caer en pánico ni en especulaciones y eso se le ha dicho a la comunidad”. Y aclara que los planes de evacuación solo se harán si se declara la alerta roja, pues, además, no cuenta con la logística ni con los recursos económicos para sacar a todas las familias que habitan en las veredas y en el casco urbano. Eso sí, aclara que ya le han informado a la gente que debe estar alerta de los sistemas de información por medio del perifoneo y los medios locales.
Sin embargo, el párroco del pueblo, Jhessid Ramírez, se queja de la manera en la que se ha manejado la información. “Muchas personas me preguntan: ¿qué hacemos, padre, ante las alertas del volcán? ¿Dónde nos reunimos si llega a explotar? Y yo no les puedo responder porque, pese a que he pedido que me inviten a los comités de emergencias, no lo han hecho”, se queja el sacerdote de la iglesia La Medalla Milagrosa.

Un destino turístico fascinante

Murillo, al igual que El Líbano y otros municipios del norte del Tolima, conforman un destino turístico emergente y con un inmenso potencial. En el caso de Murillo, sorprende con su belleza natural gracias a los páramos que la custodian, de los que brotan miles de frailejones centenarios —como ejércitos— en medio de cascadas de agua azufrada pintadas de verde, naranja y rojo. Un paisaje de ensueño en medio de la zona amortiguadora del Parque Nacional Natural de los Nevados.
Y uno de sus principales atractivos son las termales de La Cabaña, ubicadas dentro de un predio privado y cuya operación se lleva a cabo respetando la capacidad de carga y bajo un respeto absoluto hacia la montaña. Un lugar cada vez más cotizado gracias a una piscina de agua termal de agua cristalina y azul celeste que brota en medio del páramo, y muy recomendado y apetecido en las redes sociales en los últimos tiempos.
Delfín Cortés, miembro de la familia a la que pertenece esta propiedad, tenía las reservas listas para toda la temporada de Semana Santa, desde hace varios meses, pero desde el viernes pasado se prohibieron las actividades turísticas de Murillo hacia arriba. Así que tendrá que regresar el dinero que le abonaron cientos de turistas, que tuvieron que cancelar su visita. Y son cientos de personas y familias —entre guías, cocineras, propietarios de restaurantes, hoteles y hostales, transportadores y otros prestadores de servicios turísticos— los que se están viendo seriamente afectados.
Felipe Murillo es uno de los fundadores de Murillo Travel, que opera en ese territorio, principalmente, con extranjeros. “Es una lástima lo que acaba de pasar. Por supuesto, esperamos que no pase nada, pues este es un municipio que está surgiendo en el turismo y donde la operación se hace entre la media y alta montaña, donde precisamente está prohibido ante los riesgos de la actividad del volcán”, dice Felipe.
El empresario José Elver Hernández, propietario del restaurante El Tablazo, también lamenta que la temporada se haya estropeado, pues tenía varios cientos de kilos de carnes, pescados, verduras y frutas que no se podrán preparar porque no hay turismo en la región.
Lo mismo le sucedió a la artista plástica Paula Hartman —que ha crecido entre El Líbano y Murillo— y quien regresó hace varios años, con su esposo argentino, a montar un restaurante especializado en comida italiana: Casa Fuego. “De estos emprendimientos vivimos nosotros, pero también los campesinos a los que les compramos la materia prima, los pequeños productores que cultivan la tierra y a los que ya no les podremos comprar”, lamenta Paula.
El páramo de La Leonera, en Murillo, está sembrado con miles de frailejones centenarios.

El páramo de La Leonera, en Murillo, está sembrado con miles de frailejones centenarios. Foto:Julián Ríos/EL TIEMPO

Carlos Alberto Piraquive es el propietario de Villa Lore, un complejo turístico ubicado a dos kilómetros del casco urbano de Murillo y cuyo principal atractivo es, precisamente, el nevado del Ruiz, que desde allí se ve como una copa de helado de vainilla impecablemente servida. Tiene un restaurante y varios glampings con techos de cristal que miran a las estrellas.
En su caso, comenta, algunas reservas fueron canceladas. “Pero otros prefirieron conservarlas y han disfrutado de los paisajes de la región y del volcán y sus fumarolas, pues se ha visto despejado. No ha manifestado comportamientos extraños ni ha caído ceniza, algo que es muy normal”.
En El Líbano, a 28 kilómetros de Murillo, la situación no es mejor. Javier Laitón, gerente de La Ranchita, una casona cafetera boutique dotada con seis habitaciones, cuenta que desde hace varios meses tenía las seis habitaciones reservadas. Se quedó con un mercado robusto y tuvo que decirle a los empleados, a los que contrata por días, que esta vez no podrá emplearlos.
Cuatro fueron canceladas el viernes, cuando las alertas se hicieron más fuertes y preocupantes. Solo Luis Fernando Buitrago, un abogado que hace años dejó su carrera para cultivar su espiritualidad y ayudar a otros a encontrar su camino, decidió seguir con la reserva. “Mi corazón me dice que no pasará nada. Y quiero aprovechar para hacerle unos pagamentos a la montaña”.
Cristian Rebelión, diseñador gráfico y ciclista, tampoco canceló y llegó con su esposa Carolina Rendón y su perrita Frida, una criolla con mucho porte, de pelaje negro con blanco. “Si ha de explotar el volcán, lo hará ahora o en cien años. Eso nunca se sabe a ciencia cierta”, dijo el hombre.
En El Líbano la gente está medianamente tranquila, pese a que este municipio cafetero queda mucho más cerca del nevado que el mismo Armero. Queda a 57 kilómetros de distancia, mientras que Armero está a 109, con la diferencia de que descansaba en un valle donde desemboca el río Lagunilla, que fue el que llevó la avalancha tras la erupción del 13 de noviembre de 1985 y que dejó más de 25.000 muertos. Ese río pasa a varios kilómetros del casco urbano.
Villa Lore es un destino turístico de Murllo, Tolima, con restaurante y varios 'glampings'

Villa Lore es un destino turístico de Murllo, Tolima, con restaurante y varios 'glampings' Foto:Archivo particular

En la víspera de la tragedia, y durante la misma, las calles permanecían tapizadas de ceniza. El olor ácido al azufre era insoportable y los temblores eran miedosos, según lo recuerda Luz Amanda Patiño, una libanense de 67 años. “Y durante varios días estuvimos sin agua”, recuerda la mujer.
Pero la noche del sábado primero de abril fue apocalíptica. Una tormenta se desató con furia. Los rayos arañaban el cielo oscuro. Y justo a las 12:10 de la madrugada estallaron dos truenos endemoniados. Dos bombas atómicas. Ricardo, su hijo abogado, se despertó gritando y se asomó a la ventana de su habitación, que justamente mira al nevado a lo lejos. “Es que estaba soñando que el volcán había vuelto a explotar. Y cuando escuché semejante estruendo tan horrible, me levanté convencido de que así había sido”.
Yuli Peñuela y Camilo Osorio son novios. Y ambos son emprendedores que le apuestan al turismo en El Líbano como una herramienta de desarrollo. Ella tiene un café y una tienda de artesanías llamada Casa Artesandía, y él, una tienda de cafés especiales: Meridiano.
Están sentados, hablando del nevado y de todo lo que perderán en esta temporada. “Estoy muy triste por lo que está pasando con el volcán y con toda la gente. Que Dios no permita que vuelva a ocurrir una tragedia. Y también estoy un poco brava. Nos habíamos preparado para esta temporada, pero los turistas no van a venir”, se queja Yuly mientras disfruta un helado de coco —muy blanco, como la nieve del Nevado del Ruiz— y que —confiesa con resignación— al menos está muy rico.
José Alberto Patiño
Enviado especial de EL TIEMPO a Murillo (Tolima)
En Twitter: @joseamojicap

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