El arte de plagiar a los grandes maestros del Renacimiento

Quien crea que vivimos en la época dorada de las copias, se equivoca. Antes ya brillaban, pero contaban con mejor reputación. La prueba está en un salón permanente que acaba de inaugurar el Museo del Prado de Madrid, dedicado a obras de “copiadores” prestigiosos, que se dedicaban a reproducir pinturas famosas con una perfección que los hacía indiferenciables.

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Bajo el postulado ‘En los límites de la creatividad: copias, versiones, pastiches y falsificaciones’, el museo abre la sala 40 del edificio Villanueva para “reflexionar sobre el valor intrínseco de las copias”, en sus palabras. Se trata de una selección de obras vinculadas al arte italiano del Renacimiento, que muestran diferentes ejemplos de copias y de los motivos que llevaron tanto a su creación como a su colección. Desde el Renacimiento hasta el siglo XIX fue una práctica común y deseada.

Las razones para guardar y valorar las copias fueron múltiples. Los reyes mandaban imitar obras que regalaban para dejar constancia y memoria de ellas y aceptaban también copias con satisfacción cuando no podían poseer el original. En la formación en las academias, además, fue un método que se impulsó como parte indispensable del aprendizaje de los alumnos. Se valoraban los buenos maestros en imitar los trazos de otros; había, pues, copiadores famosos. El auge de esta práctica se vivió en el siglo XIX y uno de los artistas más imitados fue El Greco.

Una de las obras expuestas es, precisamente, La adoración de los pastores, un falso Greco pintado por un anónimo entre 1900 y 1930. Es un óleo sobre lienzo que ocultaba, según se vio en una radiografía, una figura posterior a la del Greco. Entre las abundantes copias de este imitador, hay varias de muy mala calidad y exhiben algunas diferencias a propósito de los originales.

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Rafael es otro de los artistas que fue popularmente copiado. Sus obras y las de su escuela dieron renombre en sus inicios al Museo del Prado, cuyo conserje fue uno de los primeros que lo copió. Se trataba de Luis Eusebi, quien además realizó el primer catálogo. En el caso de La Sagrada Familia del roble (1821), obra original de Rafael y de Giulio Romano, fue una copia muy precisa que perdió color y se deterioró un poco con el paso de los años.

También de Rafael fue La Sagrada Familia con san Juanito, cuya copia se calcula que fue pintada entre 1675 y 1680. El autor fue Luca Giordano, un copiador con prestigio en el ámbito artístico por su talento para imitar a los grandes maestros del pasado. En la esquina inferior derecha aparecen las iniciales ‘RSV’, de Rafael Sanzio de Urbino, lo que lleva a pensar a algunos que quería hacer creer que se trataba del original.

Pietro Facchetti copió Venus con los signos de Libra y Tauro, Saturno con el signo de Capricornio y Las Constelaciones (1602), a partir también de Rafael y de Luigi de Pace.

Se trata de un conjunto de óleos realizados con base en los Siete Planetas que pintó De Pace en 1516 para la iglesia de Santa María del Popolo, según creaciones de Rafael. Un trabajo en el que, a fin de cuentas, intervinieron seis manos. El original fue un encargo del duque de Mantua al duque de Lerma y el responsable de entregarlos en España fue Rubens, quien dejó por escrito que los había tenido que restaurar porque sufrieron graves daños en el viaje. Ocho manos en total.

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Un personaje anónimo copió Agostino Beazzano y Andrea Navagero (1530-1550), originales también de Rafael. Se trata de un retrato doble, cuya imitación usó dos lienzos inicialmente unidos. Se cree que su autor fue un veneciano que calcó los trazos para dejarlo lo más parecido posible. La obra se dividió seguramente al llegar a España y desde 1686 ya se exponía dividida en la Galería del Mediodía del Alcázar de Madrid.

Gozó de buen nombre en vida Eugenio Cajés, autor de las copias de El rapto de Ganímedes y La fábula de Leda (1604), original de Antonio Allegri ‘Correggio’. Forma parte de una serie de cuatro lienzos sobre los amoríos de Júpiter, que fueron un regalo para el emperador Carlos V y de esa manera pasaron a las colecciones reales españolas. El padre del copiador llegó de Italia a España para trabajar en el Monasterio del Escorial. Su hijo nació en Madrid en 1571 y, tras viajar por Roma, y otros lugares, murió en 1634 cuando pintaba para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro.

Estas copias son unas de las pocas pinturas con seres mitológicos desnudos que se realizaron en España a principios del siglo XVII y gracias a ellas se sabe la forma de la cabeza de Leda, pues en el original fue cortada y mutilada.

También se le atribuye a Cajés la copia de Cupido (1604), obra que se agregó al ciclo Amores de Júpiter, de Correggio. Este pintó cuatro lienzos, a los que luego Parmigiano agregó el de un Cupido tallando su arco. Felipe III se las regaló a Rodolfo II y, antes de entregarlas, mandó a copiar los originales.

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Otro de los pintores favoritos de los copiadores fue Tiziano, como lo atestigua el salón del Museo del Prado.

Juan Martínez del Mazo se caracterizaba por su fidelidad en los trazos que imitaban a los grandes maestros y, en particular, a Tiziano. Elaboró versiones de tamaño reducido de Diana y Acteón y Diana y Calisto (1650) para los monarcas y los nobles, que los usaban para decorar sus casas y para imitar los gustos de los reyes.

También de Tiziano es Perseo y Andrómeda (1560-1600), que copió un flamenco anónimo, en la que Perseo libera a Andrómeda de un monstruo marino. Se trata de un duplicado a tamaño real, que encargó Felipe II para sustituir el original que regaló a su secretario, Antonio Pérez.

De un anónimo flamenco también es la copia de Venus vendando los ojos a Cupido (siglo XVII), una de las mejores copias elaboradas con base en ese pintor. A escala real y exacta en su composición, el autor, sin embargo, mantiene un estilo propio, con pinceladas sueltas y seguras.

Manuel Ramírez Ibáñez copió el Amor sacro y amor profano (1881), de Tiziano, y es un ejemplo de la práctica que desarrollaban los estudiantes como parte de su formación. En este caso, el original no se encontraba en el mejor estado por falta de restauración y la copia, con un color ámbar, es reflejo de ello.

Las Bodas de Psique y Cupido, cuyo pintor es anónimo, fue copiada por Giulio Romano (1499-1546) es una de las más antiguas de la sala y fue pintada en el Palazzo Te Mantua en 1526-1528. Las diferencias con el original se notan, sobre todo, en la relación con el fondo y en el color. Estos cambios ponen de manifiesto que la copia se realizó a partir de un grabado –debido a Giorgio Ghisi– y no del fresco original.

La exposición de estas obras a partir de ahora de manera permanente en El Prado rinde homenaje a artistas sin cuyo trabajo se habría difuminado el legado de muchos artistas maravillosos, cuyas piezas fueron únicas en una época lejana a las fotocopias, escáneres e incluso litografías. Son verdaderas copias maestras del arte.

Juanita Samper Ospina 

CORRESPONSAL DE EL TIEMPO

@SamperJuana