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Oro y coca: los tesoros malditos del Amazonas

Miguel Ángel Rojas presenta 'Regreso a la maloca' en el Museo de Arte Moderno de Bogotá.

El maestro Rojas al lado de su monumental obra ‘El nuevo Dorado’, que mezcla oro y coca.

El maestro Rojas al lado de su monumental obra ‘El nuevo Dorado’, que mezcla oro y coca. Foto: Nestor Gómez/EL TIEMPO

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“Los ojos de la codicia mundial están en la selva”, dice Miguel Ángel Rojas. Su exposición en el Museo de Arte Moderno de Bogotá explora hasta el cansancio esa codicia. La codicia por el oro y toneladas de cocaína: el “oro blanco”. Dos “tesoros” por los que la humanidad está dispuesta a contaminar hasta la última gota de agua del Amazonas y tumbar todos los árboles de la selva para darle espacio al cultivo de coca o al ganado. En la economía mundial –o mejor: en la economía de nuestro triste tercer mundo– los pedos de las vacas son más valiosos que el oxígeno del planeta.
El nuevo Dorado –la obra con la que empieza la exposición– explora todas esas tensiones. Son dos murales monumentales de 18 metros de largo por 4 de altura. Ambos nacen de fotografías aéreas de la selva amazónica. En el primer mural se ven las zonas deforestadas –en un verde camuflado– y los ríos dibujados con hojilla de oro. La base material del mural –o de estas monumentales serigrafías es mambe de coca y otros materiales vegetales. El mural con el que está enfrentado en el corredor del segundo piso es una visión aérea de las tormentas que se desatan por el cambio climático y uno de sus principales materiales es el barro. “En eso quedan convertidos los ríos: en lodo”, dice Miguel Ángel.
Rojas (Bogotá, 1946) –en un ranking imaginario– es uno de los 10 o 5 artistas vivos más importantes de Colombia. Sus obras maestras son tan contundentes que cada tanto le toca sacudirse de ellas. Sus fotos de los años 70, en el Teatro Faenza, de Bogotá, se han mostrado por todo el mundo. Rojas inventó para esa serie un ingenioso sistema con plastilina, un obturador, una maleta de cuero y una linterna diminuta, para camuflar su cámara y fotografiar el mundo clandestino de los homosexuales. Eran fotos tomadas en la oscuridad –con largas exposiciones– de las que también salieron algunos de sus primeros dibujos. Obras que fueron –y son– toda una declaración de principios. Porque la homosexualidad y ser homosexual era un tabú en esa época. Y las fotos le costaron una herida en la córnea: “Me descubrieron, me dieron un puñetazo que me rompió las gafas y un vidrio se me incrustó en el centro del ojo”.
Otra obra de la que le ha tocado sacudirse es su David: una foto de un soldado mutilado por una mina en la postura clásica de Miguel Ángel. “Esa obra –dice Rojas– habla también de la educación. La primera vez que la mostré –en la galería Alcuadrado en una instalación en el Hotel Hilton– tenía unos lápices debajo. Eran los lápices que debía haber empuñado ese joven en lugar de tener que ir al ejército, terminar en la guerra y perder una pierna”.
Y esta magistral exposición en el Mambo será otra obra de la que tendrá que sacudirse. Porque la muestra, curada por Eugenio Viola, puede leerse como una sola obra; cada pieza se une con la siguiente con absoluta naturalidad y amarra con más fuerza su discurso ambientalista y la conexión con los dueños originales de la selva: los indígenas.
‘El nuevo Dorado’ tiene su origen en fotografías aéreas. En el lado izquierdo pueden verse las tormentas del cambio climático.

‘El nuevo Dorado’ tiene su origen en fotografías aéreas. En el lado izquierdo pueden verse las tormentas del cambio climático. Foto:cortesía Mambo

Luego de los murales el espectador se enfrenta con dos preciosas esculturas de bagres de río como el símbolo de toda la fauna que está agonizando en esta batalla de oro y coca. La obra se conecta con una serie de grabados sobre papel hecho con pasta de coca, hoja de plátano y fique. Son sus sueños de ‘raspachines’: los indígenas y campesinos que tienen que recoger coca para una economía de subsistencia. Miguel Ángel le pidió a un indígena nasa que le hiciera la traducción de las palabras que él consideraba que eran las más convenientes para solucionar nuestro eterno abandono del campo: educación, salud, vivienda… las traducciones se convierten en poesía. El grabado que tiene la palabra ‘wetsa’ (alimento) significa, literalmente, “alegría hasta el corazón”.
Unos pasos más adelante hay una obra con una carga simbólica impresionante: Restitución. Hace años, Miguel Ángel le compró una pieza precolombina a un guaquero, una tembeta que los indígenas de la Sierra Nevada se acomodaban en la barbilla. Era un tesoro que guardó durante años y que, en un momento de inspiración, decidió devolverles a sus dueños originales. Son dos fotos en las que un niño arhuaco recibe la pieza. “No se las dejé porque ni siquiera sabían –500 años después– para qué era ni qué era. No quería que la vendieran”. A un lado está el video en el que –junto a un abogado– le entrega la pieza al Icanh (Instituto Colombiano de Antropología e Historia). Solo un paso más adelante hay una pieza de 1998 en la que hay un tigrillo desollado.
Y al doblar la esquina llega la parte más fuerte de la exposición, la que le da título y sentido: Regreso a la maloca. Miguel Ángel hizo una especie de maqueta de unos 10 metros por cuatro de nuestro territorio: montañas de tierra devoradas por la sequía. En un lado puso una iglesia –el símbolo de la Colonia y la Conquista– y en otro extremo, una maloca abandonada. Pero entre ese territorio seco, árido y desolador (una metáfora de lo que puede quedarnos después de tanta explotación), hay restos de esa eterna batalla por la tierra y nuestros “tesoros”: pedazos reales –que consiguió gracias a la Comisión de la Verdad– de granadas y cilindros bomba que explotaron en nuestro maldito horror.
Rojas juega con los nombres de consumidores de cocaína famosos y los alias de los narcotraficantes.

Rojas juega con los nombres de consumidores de cocaína famosos y los alias de los narcotraficantes. Foto:Nestor Gómez/EL TIEMPO

La exposición también explota en la cara de todos. Unos pasos más adelante hay una serie que juega –con una ironía letal– con la hipocresía del consumo de drogas. En la parte de arriba de cada una está escrita, con punticos de dólar, el nombre de una celebridad que ha sido consumidor de cocaína, y debajo, el alias de un mafioso escrito con punticos de coca: Sigmund Freud / El loco; Paris Hilton / Barbie; León VIII / El señor de los cielos; George V / El Rey; Heath Ledger / Fuego Verde; Thomas Edison / Tony Tormenta. En una esquina de esa serie hay una obra que tiene en el centro un gramo de cocaína: La noche. “Yo también supe qué era esa porquería. Es una pieza de 1988. Yo sé de qué estoy hablando”.
El final de la exposición es una reproducción del piso del Capitolio de los Estados Unidos hecho con marmolina. “Es el final porque representa la riqueza que genera todo este drama”.
FERNANDO GÓMEZ ECHEVERRI
EDITOR DE CULTURA DE EL TIEMPO
@LaFeriaDelArte

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