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Cien años del Mecenas Thyssen-Bornemisza
Hoy es considerado uno de los mayores coleccionistas de arte de la historia.
El barón murió en el 2002, a los 81 años. Foto: AFP
Recibió el legado por deber familiar pero pronto lo convirtió en la pasión de su vida: renovó la colección de su padre y expió la sombra del nazismo de su familia. Hoy es considerado uno de los mayores coleccionistas de arte de la historia.
La posibilidad de ver el retrato de la Monalisa (1503) en las paredes del Louvre, en París, no solo se lo debemos al ingenio del gran Da Vinci. Parte de su legado nos viene de la fortuna y el apoyo de los mecenas como la familia Medici, en Florencia o el duque Ludovico Sforza de Milán. La historia del arte europeo lleva el nombre de una serie de familias, cuya sensibilidad —e interés, también hay que decirlo— les ha valido el título de promotores del desarrollo de la vida artística y cultural en las ciudades al financiar las empresas de sus grandes talentos.
Como herencia de esas ilustres figuras, hoy la visita por el Paseo del Arte en Madrid, España, es un recorrido imprescindible que aspira a ser Patrimonio de la Humanidad, por su valor artístico y por ser testimonio de una historia europea convulsa, decantada en pinceladas variopintas. Sus tres paradas son el Museo del Prado, el Centro de Arte Reina Sofia y el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Este último está de fiesta por los cien años de su fundador, el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza,(13 de abril de 1921-26 de abril de 2002).
Aunque el museo lleva su nombre, no pretende ser una oda a su vida personal aunque sí evidencia, naturalmente, la relación entre su vida y obra. Y es que la figura del barón es interesante no solo por ser considerado uno de los mejores coleccionistas de arte de la historia, sino porque su vida es el resultado de un viejo continente que hace catarsis en el arte del siglo XX y se renueva en sus vanguardias.
Sus apellidos anuncian un legado diverso: mientras hereda el nombre de una de las empresas industriales más grandes de hierro y acero acentuadas por la primera guerra mundial, “Thyssen”, también lleva en sí el orígen de una familia húngara aristócrata, que le legó el “Bornemistza” a su padre al casarse.
“Serio y circunspecto, como buen alemán”, se describe a sí mismo en sus memorias. Fue el menor de sus tres hermanos y el único nacido en Holanda, en un pueblo pequeño de pescadores, durante el periodo de la monarquía austrohúngara, pues su familia había huido de la revolución comunista en Hungria en 1919. Su carácter cosmopolita siempre lo persiguió: “cuando la gente me pregunta de dónde vengo o de dónde siento que soy les respondo que me siento de todas partes, que soy del mundo”. Sin embargo, siempre sintió un vínculo especial con su orígen hungaro, el mismo que le permitió ausentarse de las filas nazis alemanas y huir a Suiza a seguir sus estudios en 1939, a vísperas de la guerra.
Me interesé por el expresionismo alemán a una edad temprana, incluso durante mi época de estudiante. Pero no podía hablar de ello con mi padre. Fue solo cuando me convertí en coleccionista
Pero esto no fue suficiente para evadir esa sombra: su tío Fritz, el hijo mayor de los Thysson, fue el único de su familia que se reconoció como aliado del nazismo, a quien incluso se le acuñó su papel como financiador de sus filas. Para el barón, esta fue siempre una preocupación: expiar la sombra de su apellido por esta relación, hecho que también fue reflejado en su colección artística. No obstante, esta fama lo perseguiría mucho después cuando estuvo involucrado en el escándalo de una obra que fue robada por los nazis a una familia judía, del impresionista s Camille Pissarro, pintada en 1897. Aunque en principio fue culpado por haber comprado la obra siendo consciente de su procedencia, el juez falló a su favor tras no encontrar responsabilidad.
Y es que su padre, de quien heredó esta afición y la empresa del arte, buscó apartarse de su hermano tomando el rumbo como mecenas en el extranjero. Aunque este consideraba que el arte terminaba con Goya (1746-1828), le inculcó a su hijo el respeto por el arte tradicional . Al desprenderse de su figura paternal, el barón descubrió la pasión del arte en las nuevas vanguardias del siglo XX.
En este camino lo acompañaron cinco mujeres a raíz de un carácter enamoradizo: modelos, princesas, hasta que llegó a la que definiría como el amor de su vida, Carmen Cervera. En parte gracias a la intervención de la ex Miss España, actriz y filántropa, el Barón vendió al Gobierno Español 775 piezas de su colección en 1992 y se creó el gran Museo que hoy participa del Paseo del Arte en Madrid.
El barón fue elegido por su padre para continuar su colección de 525 piezas, todas de maestros anteriores al siglo XlX. Así, a los veintitrés años recibe las riendas del imperio Thyssen y empieza la transformación de su herencia. Según Guillermo Solana, director artístico del Museo, “Hans Heinrich está más abierto a los medios que su padre, ofrece entrevistas y como mecenas sabe que el arte tiene que ser prestado”.
Recibe la casa en Lugano, Suiza, llamada “Villa Favorita”, la cual se había inaugurado en 1936. La colección había sido destruida y confiscada por los nazis, así que su primer objetivo fue reconstruirla, ampliarla, comprar nuevas piezas en subastas y hasta adquirir las herencias de las piezas de sus hermanos: el resultado fue la apertura al público de la colección por primera vez en 1948. En un saliente ambiente de guerra y con las huellas del nazismo en su apellido, el barón buscaba limpiar el nombre de la familia.
Su padre había muerto en 1947, un año antes, lo que coincidió con un punto de quiebre: el fin de la segunda guerra mundial, el nuevo rumbo europeo con los rastros que el nacionalismo habría dejado, y los pintores del siglo XX que cargaban con la tragedia, el desasosiego y la esperanza.
De ahí surgirían nuevas amistades y relaciones con el Museum Boijmans Van Beuningen de Róterdam y el Museum Folkwang de Essen: el descubrimiento del expresionismo alemán en la colección de Roman Norbert Ketterer, su futuro mentor. En ese momento empezó su propio nacimiento como mecenas del arte, más aún en un movimiento artístico considerado por los nazis como “arte degenerado”.
En 1961, adquiere su primera obra moderna de su colección familiar: el expresionismo alemán en una acuarela de Emil Nolde llamada “El beso”, atraído por los vivos colores y el espíritu de libertad de los artistas. Esto le impulsa a tomar su propio rumbo, visitar nuevos artistas y adquirir obras que llevaban los nombres de artistas como Paul Klee, Kandinsky, o Erich Heckel en su colección. “El expresionismo alemán es como una descarga electrica, una droga”, diría el barón por esas fechas.
“Con 40 años, se propone que va a ser él mismo. Al principio estuvo influido por Niarchos y Rockefeller (magnates) pero luego contrajo una pasión y colecciona furiosamente arte del siglo XX. Es un caso de maduración temprana y rebeldía tardía.” explica Solano. En los años siguientes, empieza a organizar una serie de exposiciones itinerantes de obras de los siglos XlX y XX en la Kunsthalle de Bremen y adquiere nuevas piezas como Metrópolis (1916-1917) de George Grosz, y El sueño (1912) de Franz Marc. En 1979, el barón confesó: «Me interesé por el expresionismo alemán a una edad temprana, incluso durante mi época de estudiante. Pero no podía hablar de ello con mi padre. Fue solo cuando me convertí en coleccionista […]cuando, poco a poco, comencé a comprar pinturas modernas”. Por eso, en 1989 el barón realiza la primera exposición en Villa Favorita dedicada a este movimiento artístico.
En los setenta, el barón empezó a incursionar en el arte americano, especialmente en el paisajismo del siglo XlX. Esta es apenas otra de sus facetas junto a su interés por el siglo de oro holandés del siglo XVll, pasiones que se desarrollan en las exposiciones del Museo constantemente.
De la exposición Rembrandt y el retrato en Amsterdam (1590-1670) que estuvo en el Museo. La obra es de Jan Tengnagel (1584-1631) quien hace parte de los 35 artistas coetáneos al neerlandés Rembrandt Foto:EFE
De colección en Suiza a Museo en España
El espacio en su casa de Lugano empezó a parecer estrecho. En principio, le propuso a los suizos hacer una ampliación de su galería en Villa Favorita, con miras a mantener sus obras unidas y abrirse a más personas, pero a su falta de interés, se impulsó al extranjero. Tuvo varias ofertas, pero el Gobierno español le ofrecio el Palacio de Villahermosa en el Paseo del Prado de Madrid para conservar la colección.
En 1988 firmó un acuerdo de préstamo con el Estado español y cinco años después, las 775 piezas de su colección fueron vendidas por 350 millones, para pasar a ser parte del patrimonio artístico español como Museo Nacional. En octubre de 1992, el actual Museo Thyssen-Bornemisza fue inaugurado.
El barón también fue un filántropo en toda cuestión de patrimonio artístico. Por eso, el comisario del centenario, Juan Ángel López-Manzanares, cuenta que en 1966, “donó una importante cantidad a asociaciones para recuperar conjuntos artisticos dañados tras fuertes inundaciones sufridas en Florencia (Italia)” y en los noventa apoyó económicamente a la restauración de la capilla sixtina.
Este año, con motivo de sus cien años, el Museo Nacional de Thyssen ha abierto un ciclo de conferencias que van hasta el 25 de mayo. Cada una es un fragmento de la vida del barón: su formación como mecenas, su faceta como amante del arte.
Además, desde el año pasado, se reconstruyó parte de la colección original de expresionismo alemán, con algunas obras que pisaron por primera vez el suelo español. También habrá una colección de 170 obras de arte americano, y otras colecciones que dan muestra de las múltiples facetas como mecenas que tuvo el barón. Finalmente, el equipo del museo está trabajando en un documental con archivo de la familia junto a Carmen Cervera, la esposa, y el comisario del centenario. Desde el 23 de marzo hasta el 18 de abril, la entrada al Museo será gratuita.
En sus memorias, el barón recuerda un mensaje transversal en su vida como mecenas: “Se suele decir que el destino está escrito; lo único que quiero añadir es que debemos intentar encauzarlo con nuestro esfuerzo. De eso se puede concluir que somos nosotros los que en gran medida fraguamos ese destino. Esto era justamente lo que tenía muy claro mi abuelo cuando repetía una y otra vez: «Wenn Ich rasten Ich rosten» («Si descanso, me oxido»)”.
GABRIELA HERRERA GÓMEZ*
ESCUELA DE PERIODISMO MULTIMEDIA EL TIEMPO
* Con información de EFE y extractos del libro Yo, el barón Thyssen: Memorias' (2014)