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‘El cine es un género infantil, soberbio y perverso’: Carolina Sanín
La escritora habló de literatura, maternidad y niñez en el séptimo arte en su charla ‘El cine y yo’.
Carolina Sanín suele despertar polémica. En la semana previa a su charla ‘El cine y yo’, voces anónimas le anunciaron un boicoteo en la Sala Capital de la Cinemateca de Bogotá, en retaliación por sus opiniones en Twitter.
Las prevenciones que se tomaron fueron innecesarias: bastó la primera escena de Charles Chaplin para que la magia del cine y las frases eruditas de Sanín apaciguaran cualquier disputa.
“Cuando tú te sientas en un teatro de cine, se oscurece todo y de repente se proyecta la luz: es también la esperanza”, dijo la escritora, al explicar su pasión por el séptimo arte. “De repente, aparece otro mundo delante de ti, como una vida después de la muerte. Es la transformación del pasado en un nuevo futuro (...) Es la resistencia a la muerte, pues vemos imágenes de gente que murió hace tiempo. De ahí su diabolismo y su soberbia: la promesa de que no hay muerte”.
La sala colmada fue cayendo bajo el embrujo hipnótico de la palabra. La autora de ‘Somos luces abismales’, ‘Pasar fijándose’ y ‘Tu cruz en el cielo desierto’, entre más de diez títulos propios, se esmeró por proponer teorías atrevidas sobre el cine y sus personajes, sobre su diálogo con la literatura y sobre las relaciones más inusuales entre madres e hijos. “Yo estoy viendo cómo hago esto lo más incorrecto que pueda”, bromeó luego de lanzar algún dardo afilado.
Pero, en realidad, la charla fue una declaración de amor a las películas, inspirada por su tardía devoción: “Yo no tuve una infancia cinematográfica. En mi casa no había Betamax, en otras casas la gente alquilaba películas y las veía. La mía no era una familia muy cinéfila y no vi mucho cine, una que otra película en casas de amigos. Hasta que un día, tenía quizá 13 años, encontré a Chaplin en el canal 11 (en esa época se llamaba así) y fue el descubrimiento del cine para mí. Me empezó a interesar y me fasciné con Chaplin. Todo el mundo ha visto la figura de Chaplin anunciando almuerzos ejecutivos en una pancarta por ahí... pero, nunca había visto una película de él. Me hizo reír mucho, pero además había otra cosa: la filmación en otra velocidad, que me hizo pensar que el cine proponía otro tiempo y otra manera de mover el cuerpo (…) Y en el silencio se puede hacer realidad la fantasía de que el tiempo pasa de otra manera”.
¿Cuándo empezó a ver cine con frecuencia?
Cuando entré a la universidad. Y hubo otro momento, con ciclos de cine francés que había en la sala de avenida Chile. Luego vi un ciclo de Peter Greenaway, que me mostró otro cine. A los 22 años, me fui de Colombia a estudiar un doctorado en Estados Unidos y me propuse educarme. Me di cuenta de que era muy ignorante en las obras que había hecho la humanidad, como sigo siéndolo, pero era más ignorante todavía. Y me empecé a educar en el cine, porque vergonzosamente no tenía ni idea: no había visto ninguna película de Fellini, ni siquiera de Hitchcock... y estaba con personas de mi edad que sabían mucho de cine. Había una cinemateca en la universidad, donde había unos televisores chiquitos y unos cubículos con Betamax. Todas las tardes me propuse ver una o dos películas y emprendí mi educación cinematográfica.
Pero luego ha dado charlas sobre cine…
Unos años después, cuando volví a los Estados Unidos para ser profesora, terminé dictando un curso de cine latinoamericano y español. Recuerdo haberlo preparado durante todas las vacaciones anteriores porque no sabía cómo se hablaba de cine: nunca lo había hecho, había estudiado un doctorado en Literatura, pero el cine no es literatura. Entonces, hablé de cine como se habla de literatura. El cine es un género infantil, soberbio y perverso (ninguna de estas cosas es peyorativa, al contrario: lo digo con iración). A diferencia de la literatura, que propone cosas para la imaginación, el cine hace la operación casi inversa. Hacer de la imaginación que se concibe, una realidad. Es hacer un juego de niños lo suficientemente bien armado como para que se vuelva realidad. Un niño que impone su fantasía. Además, el cine es el arte más joven y también tiene conciencia de su infancia (...) El director de cine tiene la ambición de ‘hacer el mundo’ otra vez.
Aunque no tiene hijos, Carolina Sanín estableció metáforas de la maternidad comparada con la docencia y la literatura. Foto:Juan David Cuevas. El Tiempo
Para su charla, Carolina Sanín creó toda una línea temática en las películas que escogió, de manera que pudiera hablar de los nexos que establecen las mujeres maduras con los niños. O los adolescentes. Hay allí desde relaciones incestuosas hasta clásicos del miedo, uno de sus géneros favoritos. “Veo mucho cine de terror pero me he vuelto inmune. Ya no me asusta ninguna película, entonces a veces hago una ambientación, me voy a una cabaña que tengo en el campo, la pongo a la 1 de la mañana... a ver si me asusto. Pero no. En cambio, no puedo ver animación: me da paranoia, me da mucha ansiedad porque son dibujos que se mueven como si fueran gente. Y son caras inventadas, eso sí que me parece diabólico. Así como no me asusta el cine de terror, la animación sí: me parece satánico, esas caras se las inventó gente y no se las inventó Dios”.
¿El cine hoy es víctima de lo ‘políticamente correcto’?
Hay películas del pasado que no se podrían hacer hoy. Estamos tratando de limitar la experiencia humana. Le tenemos tanto miedo a nuestro deseo que no podríamos hoy en día ver películas como ‘La luna’ (en la cual, el director Bernardo Bertolucci aborda el tema del incesto). Cada vez más lo que se está prohibiendo es la expresión del deseo. Lo correcto reemplaza a lo que se quiere.
¿Cree que Hollywood es misógino?
En parte, el cine está constituido por un director y una estrella femenina. El director es un ojo que devora a la estrella. Hay muchas otras cosas, pero es una manera de hablar del cine: un hombre y una mujer. El hombre dirige a la mujer y la hace ser otra que ella no es. Entre tanto, la mujer se salva porque la estrella es una que puede ser muchas. En realidad, el final de esa historia es bueno: empieza con esta total explotación patriarcal (casi una violación de la cámara) y termina con la estrella, quien se libera del tiempo y del espacio.
¿Cómo le fue en su rol de actriz en la película 'Litigante'?
Me encantó y quiero volver a hacerlo. Los rodajes son infernales. Por momentos lo pasé muy mal pero los segundos en los que actuaba eran gloriosos (...) En alguna época comencé a leer mucho sobre actuación, al tiempo que me enamoraba de mi segundo amor cinematográfico, después de John Cassavetes: Marlon Brando. Yo vivía en Nueva York, enseñaba literatura, tenía una clase de cine y veía todas las películas de Brando. No salí con ningún hombre, sino con Marlon Brando, quien además de ser imposible estaba muerto. ¡Pero era mi novio! Todo lo que leí sobre actuación me llevó a ‘hacer’ de actriz... Me cuesta verme en pantalla, pero me gustó.
La docencia es otra vocación que Carolina Sanín lleva gustosamente a cuestas, de manera análoga a como las madres se entregan a sus hijos. Esta metáfora, sobre la cual ha cavilado mucho, le sirvió como pretexto para hablar de la maternidad y la paternidad en todas sus formas.
¿Está de acuerdo con quienes dicen que para un autor los libros son como sus hijos?
Sí y no. Cervantes dice en el prólogo del Quijote que, en realidad, él no es el padre del Quijote sino el padrastro. Y crea, además, la fantasía de que es la traducción de un libro que escribió un árabe, etc. (...) Me gusta pensar en la relación de uno con sus obras no como madre que pare a un ser humano, sino como ‘madrastra’ que las adopta, porque además las obras vienen de atrás, están vivas.
¿Cuál es su posición frente al dilema de tener hijos?
Yo no tuve hijos y hay algo en lo que he pensado: cuando tenía 22 años y no sabía que no iba a tener hijos (...) terminé escribiendo una novela que se llama ‘Los niños’, que es como una reescritura de una película llamada ‘Gloria’ (...) Me preguntaba cuál es esa relación con un otro que es un hijo… Me preguntaba si en mi vida esa relación se ha cumplido con el lector, con el estudiante (…) Me convertí en una profesora, que es alguien que está dispuesto a arriesgar muchas cosas para proteger algo. La docencia es una forma de vivir la maternidad que no es maternidad. Una en la que tu hijo no es tu hijo, sino tu ‘otro’ emocional. Una aspiración de maternidad que es la de ser todo para otro.
También ha escrito dos libros para niños. ¿Cómo aborda escribir para ellos?
No pienso tanto en niños que los lean, sino en grandes que los lean recuperando esa cosa infantil en ellos. Y además, es un pretexto para escribir corto y de una manera en la cual el sonido importe. De manera muy condensada. Eso es diferente a escribir otras cosas. Además, hay que hacer que se entienda mucho más.
¿Lee en voz alta cuando escribe?
No, yo leo sin voz para oírlo realmente como suena, no debe sonar con mi voz, cada lector lo lee con su propia voz. Yo trato de intuir esa voz múltiple e incognoscible en el silencio de la lectura.
Un detalle diferente de su biografía es que se define como vegana. ¿Es fácil ser vegano en Colombia?
Sí, pero desde abril estoy comiendo huevos y queso, debo hacer esa confesión. Sigo siendo vegetariana y quiero volver a ser vegana, pero he sucumbido a comer huevos. Puedo decir que son superiores las personas que no los comen... es una falla moral de la que puedo hablar (risas).
¿No es decepcionante que con su carrera literaria, docente, intelectual y hasta de actriz, mucha gente solo la juzgue por lo que publica en redes sociales?
Para mí es frustrante. Tener una tergiversación tan grande ha sido pesado. Desde luego, soy una profesora y una escritora, y no en primer lugar una suscitadora de polémicas. Pero, por otro lado, supongo que el empeño de pensar las cosas de manera comprometida hace inevitable que incomode mucho (...) Y mi interés no es proteger los sentimientos de nadie, sí proteger la integridad de todo el mundo, cumplir la ley y proteger los derechos. Pero expuestos al pensamiento... Es una obligación moral del ser humano examinar todo lo que se le ofrece. He querido criticar las políticas identitarias en general, lo cual me ha granjeado enemigos. Pero qué le vamos a hacer: es mi vida y la amo.