En estos tiempos de franquicias interminables que repiten una y otra vez el mismo molde para sacarle el último centavo a la taquilla, la serie de Piratas del Caribe había logrado prolongar su éxito comercial sin traicionar los valores que la hicieron triunfar inicialmente.
Y digo había porque mientras los episodios dos y tres mantuvieron el espíritu juguetón y aventurero que hizo brillar la cinta original, todo se fue por la borda en una cuarta parte insípida.
Ahora, con la quinta entrega, la serie recupera la dignidad, pero sin llegar a descrestar a nadie. Un joven marinero encuentra al legendario Jack Sparrow refugiado en las Bahamas y le informa que el capitán Salazar (Javier Bardem) ha logrado escapar de su fantasmagórico destino y lo está buscando para vengarse.
Alertado por la noticia, Sparrow se alía con el emisario y con una atractiva astróloga acusada de brujería, y se preparan para enfrentar a Salazar y Barbossa (Geoffrey Rush), su aliado circunstancial.
Piratas del Caribe: la venganza de Salazar cambia de tono dependiendo de quién aparezca en la pantalla. Las morisquetas de Sparrow ya tienen mucho de repetitivo y poco de novedoso, pero salen avante gracias a ese estupendo comediante que es Johnny Depp.
En contraste, la parejita del joven marinero y la astróloga (Brenton Thwaites y Kaya Scodelario) es demasiado mecánica y carece de encanto.
Lo que sin duda saca la cinta de la rutina de una franquicia apoltronada en la comodidad de la taquilla es el tándem conformado por Javier Bardem y Geoffrey Rush, quienes se gozan el delirio de sus personajes en medio de las contorsiones alucinantes del barco fantasma.
MAURICIO REINA
Crítico de cine