Cada país y cultura tienen su género y formato favorito. Los colombiches somos género melodrama y formato telenovela. Y esas marcas determinan la comprensión de todo: la política, el éxito, la sociedad.
Los gringos no han podido abandonar el western, se creen pistoleros justicieros que conquistan y colonizan tierras inhóspitas, sean estas empresas, recursos, el espacio, la naturaleza, las ciudades, las justicias, los bárbaros (latinos, asiáticos, árabes, africanos) y los imaginarios de éxito. Imponen su orden, ley, justicia, democracia. Son los policías del mundo y realizadores del sueño capitalista que luchan contra criminales terroristas.
Los europeos siguen en su deseo civilizatorio blanco y masculino en nombre de ser los herederos de la tradición del pensamiento y ética occidental. Miran a los otros como bárbaros, incultos e ignorantes. Su parque temático no es Disney sino la universidad y el museo.
América Latina es territorio del melodrama o cuando los sentimientos y el destino mandan y la fórmula del éxito es el amor. Y su mejor expresión audiovisual es la telenovela, donde el destino nos depara la felicidad amorosa y de clase, y la justicia del ojo por ojo y diente por diente.
Estados Unidos define la pop cultura y el cielo del entretenimiento, Europa construye la cultura ilustrada y el cielo letrado, América Latina expresa lo popular y el cielo del amor pasional. Y en los tres sistemas Dios y la religión están en las conciencias para generar culpas, pecados y perdones.
Todo esto para decir que lo de Nicolás, Daysuris y Laura es un melodrama telenovelero espectacular. Esta es la historia de una pareja muy singular, Day y Nico, que eran muy felices, triunfaban en casas, carros y joyas, y se dedicaban al negocio de enriquecerse en nombre de su suegro y padre.
Pero un día Laura aparece y le quita a Nico, y Day entra en furia y sin medir consecuencias expresa su despecho denunciando lo que habían hecho: Si no es mío ese hombre, no es de nadie. Y ahí entra la bufona que cuenta morbosa este escándalo y el justiciero payaso que se cree Dios.
La historia es patética, pero involucra a un presidente de este país de melodrama que suele reír con la tragedia. Los ciudadanos satisfacen su morbo. Y luego se indignan y dicen que cómo puede ser, que cómo Laura le iba a quitar al marido, que esa Day como no tiene compasión con una embarazada, que ese Nico tenía despecho amoroso por el abandono de su padre.
La trama se diluye cuando la bufona pega todo con babas, el payaso justiciero no tiene máscara, y todo luce como otro guion patrio sin destino.
Este melodramón no tiene pierde, sobre todo porque es de la clase popular en el poder. De lo popular vienen los protagonistas, la bufona y el payaso justiciero. ¡Ay, qué falta de clase! Gustavo Bolívar debería escribirla y la llamaría ‘Sin Petro no hay paraíso’. Todo fue culpa de la telenovela.
ÓMAR RINCÓN*
*Crítico de televisión