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Ilia Calderón y el día que la amenazó el Ku Klux Klan

La periodista colombiana, que trabaja en Univisión,  narra su vida en el libro 'Es mi turno'.

Ilia Calderón estudiaba Trabajo Social en Medellín cuando le ofrecieron ser presentadora de noticias en Teleantioquia.

Ilia Calderón estudiaba Trabajo Social en Medellín cuando le ofrecieron ser presentadora de noticias en Teleantioquia. Foto: Archivo particular

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Las noches en ese Istmina maravilloso donde nació Ilia Calderón en 1972 eran muy oscuras, y cuando ella era niña ni siquiera había luz eléctrica.
Con una lámpara de queroseno terminaba de estudiar rápido, apurada por su mamá, doña Betty, para que no esforzara la vista. Luego se iba a dormir y si el sueño no llegaba, a hablar con sus hermanas, Lizbeth y Beatriz, “a contarnos hasta cuentos de espantos”.
Lo narra la periodista en 'Es mi turno', el libro en el que la conductora de la edición central del noticiero de Univisión, la primera afrolatina en llegar a presentar informativos en un canal hispano en Estados Unidos, hace un recorrido por su vida, desde el río San Juan, que pasa por su pueblo y “hoy ya no es verde sino café” por la minería ilegal, hasta sus triunfos a punta de esfuerzo.
De doña Betty Chamat, su mamá, tiene la fortaleza. Y de su abuelo Carlos Chamat, la energía, la prudencia y las enseñanzas.
En esa casa con balcón, las Calderón vivían con su abuelo, dueño de la papelería del pueblo, y donde Ilia y sus hermanas aprendieron desde a empacar regalos hasta organizar cuadernos, libros, lápices y lapiceros en las estanterías.
No tener luz durante buena parte de su infancia no le parecía malo. Así era la vida. Pero un día llegó la electricidad, primero, con una planta de su vecina, doña Blanquita, que les permitía tener luz.
Hasta los 11 años, la vida comenzaba y terminaba en Istmina, y era buena. La familia Calderón Chamat habitaba una casa sobre unos guayacanes y que en la primera planta tenía la papelería y en el segundo piso, ocho cuartos.
Allí dormían la familia y los niños que iban llegando de las veredas para poder estudiar en el colegio de Istmina, de los que doña Betty se convertía en otra mamá, porque los acogía y era su acudiente. William y Rubiela, entre ellos, llegaron a ser parte de la familia extendida, que es un poder en ese Pacífico maravilloso.
Con pausa y muchos recuerdos, Ilia Calderón va narrando su vida en el libro, un testimonio que ratifica que está donde está gracias a lo recibido en su tierra y a las enseñanzas de su mamá, que con su trabajo de maestra y con lo que dejaba la papelería la mandó a estudiar el bachillerato a Medellín, a un colegio de monjas donde era la única “negra o mezclada”. Y donde conoció el racismo. “Uf, negro ni mi pelo”, le oyó decir un día a una de sus compañeras.
Eso la empoderó aún más porque ya estaba en ella la fortaleza. Y cuenta: “Es mi personalidad mezclada con la influencia de una madre a la que siempre vi tomando decisiones importantes, a la que vi caer y levantarse con la frente en alto. Quizás también porque en el Chocó, muchas veces, no tenemos otra opción distinta a ser fuertes para enfrentar tantas adversidades. Bien lo dice mi amiga Goyo, de ChocQuibTown, recogiendo frases que nos repetimos nosotros mismos: ‘No se cansa quien nació donde por todo hay que luchar’ ”.
Es mi personalidad mezclada con la influencia de una madre a la que siempre vi tomando decisiones importantes, a la que vi caer y levantarse con la frente en alto
En Medellín hizo su vida de adolescencia y juventud. Allí estudió Trabajo Social en la Universidad Pontificia Bolivariana, compró ropa para enviar a Istmina y que su mamá la vendiera y fue modelo un tiempo, para ayudarse con los gastos, hasta que un día, en la mitad de unas prácticas, le propusieron hacer una audición para un reemplazo en un noticiero en Teleantioquia, Hora 13.
No tenía ni idea de medios de comunicación, ni de castings, pero lo hizo bien y se quedó. De ahí pasó a CM&, y de ahí, a Estados Unidos, primero, a Telemundo y luego, a Univisión.
Pero para llegar a Bogotá y a Estados Unidos también se atravesó el racismo. En Medellín, la persona contratada para buscar el talento que necesitaba Yamid Amat para el lanzamiento de su informativo ni siquiera la convocó –por negra–, y también pasó así cuando se hizo lo mismo para Telemundo.
Sin embargo, la vida puso las cosas en su lugar y en su momento. Ella dice: “No me he sentado a calificar cada cosa que ha pasado y he aprendido entre más y menos importante. Todas han sido valiosas en cada momento de mi vida. Todas me han ayudado y han formado la mujer y profesional que soy hoy”, dice.
Hacer el libro fue una insistencia de su agente y aplaudida por el reconocido periodista Jorge Ramos, su compañero de set en el noticiero de Univisión, a donde llegó hace algunos años.
“Qué suerte la mía de trabajar con ella y ser testigo de esta mujer cambiando el mundo”, escribió Ramos en la contraportada del libro.
Ella dice: “También la madurez me ayudó a encontrar mi voz, porque llegar a la plataforma en la que estoy hoy me hizo entender que mi voz puede sonar más fuerte y puedo ayudar a visibilizar nuestras comunidades y sus problemáticas. Y porque después de decirle a mi agente varias veces que no quería escribir un libro, él me contestó: ‘No me digas que la primera negra presentadora central de un noticiero en Colombia y la primera negra que presenta el noticiero más importante en español en Estados Unidos no tiene nada que contar’. Con humildad, entiendo que mi historia de vida puede inspirar, pero, sobre todo, puedo ayudar a mantener abiertas esas puertas que un día se abrieron para mí”.
Ilia Calderón ha hecho grandes cubrimientos en Estados Unidos en los nueve años que lleva en ese país: el huracán Katrina, los más recientes terremotos de México, las elecciones presidenciales en Estados Unidos del 2016 y la pandemia de covid-19.
No me he sentado a calificar cada cosa que ha pasado y he aprendido entre más y menos importante. Todas han sido valiosas en cada momento de mi vida
Pero, sin duda, su entrevista a Chris Barker, director máximo del Ku Klux Klan, que amenazó con “quemarla”, ha sido una de las más intensas, y con ella comienza su libro.
En un paraje de Carolina del Norte fue ese encuentro, y aunque la esposa de Barker quiso bajarles el tono a las palabras de su marido, este dijo que eran exactas.
No la mandaron como carne de cañón. En Univisión hubo muchas reuniones para definir que Ilia Calderón fuera la persona encargada del reportaje. Había temor, pero ella aceptó con firmeza.
Sentada frente a este hombre que quiere “volver a convertir a Estados Unidos en nación blanca y cristiana, fundada en la palabra de Dios”, Calderón escribe que en un momento en el que su mente colapsó se preguntaba: “¿Por qué el color de la piel nos define? ¿De dónde nace tanto odio?”.
Su testimonio en los medios de esta entrevista, de la que pudo salir con vida con su equipo, fue como una revelación para contar, además, por qué ella misma había callado tanto con respecto al racismo y por qué ese racismo ha hecho apagar la luz de la gente negra.
Por supuesto, no se iba a quedar ahí. La hija de doña Betty y la nieta de don Carlos, con una gran mezcla negra, siria, mestiza, una mezcla que es el orgullo de una familia “donde todos somos diferentes y nos gusta mucho”, también hizo lo suyo a la hora de escribir.
“Claro que sentí miedo al sentarme frente al líder del KKK. Yo represento todo lo que él odia. Pero fue un ejercicio importante de desligar a la Ilia, mujer negra, inmigrante hispana, de la Ilia periodista que estaba haciendo su trabajo ahí sentada. Eso fue lo que me ayudó a mantenerme y a seguir confrontando sus creencias sin fundamento”, dice.
Esa noche, luego de la entrevista, llamó a su esposo, Eugene Jang, de origen coreano, para decirle que estaba bien. No durmió y lloró toda la noche, cuenta en el libro.
Con Jang, fisioterapeuta y nacido en Nueva York, tiene una hija, Anna, que llegó en el 2013 a este hogar pluriétnico y multicultural. Anna fue muy esperada y, según contó Calderón, “cuando le preguntan de dónde es, dice que es chocoana”.
Fue un ejercicio importante de desligar a la Ilia, mujer negra, inmigrante hispana, de la Ilia periodista que estaba haciendo su trabajo ahí sentada
Agrega que tiene un matrimonio en el que los valores son lo más importante, “y esos son los mismos en cualquier nacionalidad. Somos afortunados y nos sentimos orgullosos de la familia que hemos formado. Anna sabe que es una niña privilegiada que vive culturas y costumbres tanto colombianas como coreanas. Le encantan el plátano frito y el queso, los fríjoles y la arepa, así como bibim-bap, el chapjae y el mandu”, comidas coreanas.
Y al haber hecho su camino llegando tan lejos, habla con las jóvenes de su región y trabaja con su familia a través de la fundación que crearon.
“Siento que, a pesar del miedo y las amenazas, las redes sociales les han dado espacio a voces valientes que se pronuncian en contra de la corrupción de nuestros gobernantes y que exigen atención y cambios por parte de los gobiernos centrales. En esas jóvenes me estoy enfocando. Con la fundación apoyamos a jóvenes líderes con becas para que asistan a la conferencia mundial One Young World, un foro que les da la oportunidad de aprender, fortalecer y hacer más efectivo su liderazgo, así como crear alianzas y tejer una red de apoyo para desarrollar sus proyectos en sus comunidades. Queremos brindarles las oportunidades que les han sido negadas”.
Porque de sus primeros días en Medellín recuerda, además, ver a afrocolombianas como ella entrando y saliendo de las casas y los edificios elegantes. Mientras ella tenía la oportunidad de estudiar, estas mujeres se desempeñaban en los oficios. Y eso le duele.
A sus casi 50 años, afirma que no espera nada del futuro. “Trabajo todos los días para construirlo”. Y agradece a sus principales maestros: “Mi mamá y mi abuelo. De ellos aprendí los valores que han formado a la persona que soy hoy, una mujer fuerte, resiliente y luchadora”.
Y en lo profesional, “Silvia María Hoyos y Jorge Eliécer Campuzano (en Teleantioquia), Yamid Amat (en CM&), Joe Peyronin (en Telemundo), Daniel Coronell (en Univisión). Todos ellos creyeron en mí, me enseñaron a despegar y a mantenerme en un oficio que es un verdadero reto diario”.
Reto que en pandemia tuvo que asumir con más fortaleza porque lo primero era informar.
“Cuando empezó y entendí la gravedad del proceso que íbamos a vivir, tenía mucha esperanza de que nos ayudara a crecer como sociedad y nos acercara a una más tolerante y compasiva. Sin embargo, a los casi dos años, creo que en muchos países estamos lejos de alcanzar ese estado. El manejo del uso de tapabocas y de las vacunas por algunos presidentes y gobernantes locales que han politizado un problema de salud mundial ha causado divisiones y conflictos”.
Istmina sigue ahí, en su corazón. Y las nostalgias del río San Juan, también. “Era nuestro ‘todo’. Nuestro medio de transporte, nuestro juguete, nuestro baño en las temporadas de poca lluvia. En sus aguas aprendí a nadar, su brisa nos ayudaba a mitigar las noches calurosas. Era nuestro sitio de encuentro, nuestra referencia”.
Hoy, agrega, “sus orillas están minadas”, pero no hay duda, es parte del espíritu fuerte de una de las periodistas colombianas más importantes en el exterior.
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