Hay tanta cosa nueva: que series, que videos, que stories, que memes, que TikTok, que twitcher… Y todo es ya, a la velocidad del rayo. Entonces, parece que para relajarse no hay nada mejor que ver lo de la vieja tele.
En el rating colombiano entre los más vistos están Nuevo rico, nuevo pobre', 'Rosario Tijeras', 'Vecinos'. Y ya hemos visto varias veces 'Betty', 'Pedro, el escamoso', 'Pasión de gavilanes', 'La hija del mariachi'. Si este es el panorama, ¿para qué estrenar algo?
“Mejor viejo conocido, que nuevo por conocer” parece ser la moral del televidente.
O estamos ante una necesidad psicológica de encontrar certezas de que habíamos vivido mejores momentos, o con un dejo de añoranza de cuando la vida se parecía más a eso que llamábamos vida.
O será que, ante esta avalancha de cosas, novedades, evanescencias, ya nada dura, ni queda. Cada día una moda. Los clics huyen. El like es ya. Las tecnologías cambian. La realidad aburre: vacunas, corrupción, políticos, nadas. James, Balvin, Malumas y aviones y decires y depresiones. Y nada queda. Todo huye. Tal vez por eso, mejor ir y ver esos relatos tan odiados por los culturosos y hípsters: esos del amor lento, la risa tranquila, el suspiro del deseo: esos de telenovela.
O será que es mejor ver en Netflix, Amazon Disney y HBO porque no hay comerciales patéticos y desesperantes.
Pero como al llegar allí tampoco encontramos mucho, ya que todas las series son como para problemas gringos: psicópatas cotidianos, médicos y enfermeras en plan de salvadores, policías o mundos distópicos como futuros, entonces, decidimos volver a esos relatos de esperanza y destino bonito que son las telenovelas.
Pero, tal vez la gente está aburrida con los canales. Sus noticieros nos expulsan. La información perdió su centralidad, ya nos llega por WhatsApp y no necesitamos verla. La información del país de ficción del presidente no interesa; otra corrupción más, ¿de qué me hablas viejo? y no pasa nada; que otro político produciendo fake news y a eso lo llaman noticia; que la pelea entre el jurado del MasterChef o de La voz kids; que el último berrinche de James… Todo aburre y enerva.
Y si, además, al mismo tiempo está la misma telenovela en Netflix y Caracol: mejor apagar la tele y prender la plataforma.
La televisión abierta y popular es un acto de nostalgia y añoranza, un placer de la repetición, el corrientazo sabroso para relajarse.
Todo bien, así es. Pero, si los canales quieren sobrevivir deben intentar otros modos de programar, otros formatos de seducción, otros talentos y otras agendas. Si siguen como van ya no tendrán sentido, ni público, ni nada. Y la culpa será de ellos mismos.
ÓMAR RINCÓN
Crítico de televisión
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