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Opinión

No bastan las buenas intenciones / columna El otro lado, de Ómar Rincón

El crítico de TV habla de lo que falla en las propuestas de la pequeña pantalla.

Crítico de TV

El aburrimiento y la emoción hacen parte de la dinámica del televidente. Foto: archivo EL TIEMPO

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Nos creemos geniales. En el país de las buenas intenciones nadie se levanta cada mañana pensando hacer mal su trabajo. Todos queremos tener un día maravilloso. Tampoco pasa en la televisión.
Los que hacen televisión no se levantan diciendo voy a hacer el peor programa de mi vida. Salen cada mañana a hacer el mejor trabajo que puedan imaginar, y así hacen libretos, producen, van y graban, editan, emiten. Imaginan lo mejor. Cada uno ha hecho lo mejor que puede hacer: el que ilumina, el que sonidea, el que hace cámara, el que edita, el que libretea, el que dirige, el que produce.
Todos hacen lo mejor que pueden. Y con esfuerzo, pasión y dedicación.Todos se levantan con la idea de hacer que todo funcione, que sea lo mejor lo mejor para entretener y emocionar, para encantar y seducir a los televidentes. Esta actitud está de antemano.
Pero, después el programa no funciona. Todo mal. Fracaso. Entonces, ¿qué fue lo que pasó?
Puede haber pasado que el libretista, el camarógrafo, el productor, el director, todos hacen lo peor. Y hace todo mal porque piensan que el público es mediocre, tonto, estúpido. Entonces, deciden, ellos, hacer un programa mediocre-tonto-estúpido. Asumen la derrota. Y deciden que no tienen posibilidad de hacer nada mejor. Entonces, hacen a consciencia el peor programa de sus vidas. Se sienten geniales sobreviviendo a la mediocridad de su público.
Se quiso hacer bien, y se fracasa. Se quiso hacer mal, y se fracasa. Luego, se requiere un crítico, un analista, un periodista qué diga qué y cómo lo vio.
Entonces, hacen a consciencia el peor programa de sus vidas. Se sienten geniales sobreviviendo a la mediocridad de su público.
El crítico el televidente analiza y goza. Goza en intentar describir lo que funciona y lo que no. Las propuestas de los que hacen, los sentires de los que ven. La pregunta que no se puede responder es si el programa es malo o espectacular porque lo intentaron o porque subestimaron al público. Puede ser muy bueno pero el público no lo entiende, puede ser que es tan malo porque se hizo bazofia para irrespetar al televidente.
El crítico intenta hacer sentido, comprender, explicar a los que hacen y los que ven. Y concluye que su labor poco o nada importa porque la gente ve lo que quiere y como quiere, y los que hacen llegan al límite de su mediocridad arrogante.
Al final del día no importa si un programa es bueno o malo, si gusta o no, si narra bien o no. Y no importa porque a cada programa le sigue otro y otro, cada media hora u hora, y a así programas que se siguen y están ahí y ya. Lo importante parece ser ese espectáculo infinito de aburrimientos y entretenimientos que la televisión nos da.
Cada programa da lo mismo. Esto es como el rosario, un asunto repetitivo de aves marías y glorias. Y este “no-me-importa” es el que define que en televisión nada sea bueno o malo, todo sea flujo. Flujos de aburrimientos y algunas emociones.
ÓMAR RINCÓN
Crítico de televisión

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