Oficialmente, Juan Cárdenas, de la productora Enmarca, y Paola Rivera, de la misma casa, estuvieron a cargo de Maestro páramo. Pero esta historia cuenta que la cabeza fue el páramo de Sumapaz, ese gran espacio en el sur de Bogotá, en la localidad número 20 del Distrito.
“Solo él daba la señal de ‘3, 2, 1, grabando’ y llevaba el ritmo de la producción. Llegar a conocer el páramo es tan mágico que él se convierte en el director del rodaje, decide cuál es el momento perfecto para que pueda ser capturado. Es ahí cuando sentimos la conexión entre la imponencia de la naturaleza y nosotros como seres humanos”, dice Cárdenas.
Esas conclusiones –además de una gran cantidad de enseñanzas– están en
Maestro páramo, especial que se podrá oír este lunes por las 57 emisoras de
Radio Nacional a las 10 a. m., y que tiene dos microdocumentales alojados en www.radionacional.co.
El páramo de Sumapaz es considerado el más grande del mundo, con 333.420 hectáreas. Un ecosistema rico que alberga osos de anteojos, venados, águilas y cóndores, entre otras especies.
También, lagunas de origen glacial llamadas Boca Grande, Chisacá, Larga, La Guitarra, El Cajón, Del Nevado.
Un universo natural alucinante, donde al caminar sale agua de la tierra, agua pura.
Contarlo en Maestro páramo es narrar no solo su significado para el medioambiente sino su historia y su cultura, a través de personajes como don Deogracias y doña Rosalba, hijos del lugar.
“Durante el rodaje entendimos que el páramo va más allá de como normalmente se aprecia en los documentales tradicionales: es el saber entender esa conexión que tenemos como seres humanos con la madre naturaleza, que somos sus invitados”.
Y allá, a 3.800 metros sobre el nivel del mar, fueron apareciendo los personajes. “Los encontramos en la rutina de un campesino, hasta en los niños que serán la próxima generación que custodiará el páramo. Ellos son los protagonistas y testigos de los acontecimientos naturales y culturales, los que comparten las historias que guardan tan imponentes montañas, llenas de majestuosos frailejones”.
Allá arriba, en esa inmensidad, “don Deogracias nos enseñó que ser custodio y doliente del páramo es un trabajo de años y de amor, tanto así que tuvo que sacrificar el amor de su esposa y se quedó con el del páramo. Doña Rosalba, por su parte, nos enseñó que el arte y la cultura son la mejor manera de enseñanza a hijos y nietos, para así cuidar ese espacio en el que viven. Ella y su grupo cultural Las Frailejonas transmiten a los niños conocimientos ancestrales sobre este hermoso sitio”.
De paso, y como citadinos, quisieron aprender a oír el páramo, “que nos habla de muchas maneras, pero hay una en particular: hay que saber escucharlo a través de sus sonidos, cerrar los ojos y percibir el viento, las aves, los pasos hundiéndose en el barro constante, el frío que penetra en tus huesos, la presión en tu pecho... Nos enseñó el valor de cada especie y cada cosa que está puesta allí, de manera funcional, para que nosotros tengamos ese valioso recurso que es el agua”.
Cada momento en el Sumapaz valió más que la pena y así narra uno de ellos: “En uno de los tantos días de rodaje, acompañados de un guía del páramo, caminamos durante cinco horas con equipos al hombro, barro hasta las rodillas, mojados por la lluvia, con un clima cambiante todo el tiempo, con las manos hinchadas y las mejillas quemadas por el frío, y terminamos comiendo en una caverna natural, un sitio muy bello”, dice.
“Logramos imágenes únicas que se dieron en esos momentos específicos, en los que el páramo nos hablaba y nos dejaba capturar su grandiosidad. Por eso le agradezco que me hubiera permitido conocerlo”.
CULTURA
EL TIEMPO
Otros temas que pueden interesarle: