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Hay que aprender a ver las enseñanzas detrás de los obstáculos y no enfocarse en el fracaso.

Hay que aprender a ver las enseñanzas detrás de los obstáculos y no enfocarse en el fracaso. Foto: David Sebastián Márquez / Infografía EL TIEMPO

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(Esta historia se publicó originalmente en julio del 2017)
Nunca he sido una mujer “noviera”. Solo he tenido dos relaciones serias en mi vida, y son esas dos las que componen toda mi etiqueta de noviazgo. Lo explico mejor, para mí se llegaba a esa etapa con la presentación ante nuestras respectivas familias, con la apertura de las puertas de nuestras casas, pasar fines de semana y Navidades juntos, emprender algún viaje ocasional, compartir proyectos, preocupaciones e ilusiones.
Tuve “amiguitos” durante mi adolescencia y algo cercano a un novio cuando tenía 16 años. Nunca lo llevé a mi casa, tampoco me interesé en ir a la de él, y la relación no duró más de tres meses. No fue sino hasta los 22 años cuando conocí a Miguel que tuve mi primera relación estable.
Estuvimos juntos 6 años, tiempo en el que en repetidas ocasiones rompimos por diferencias, por distancia, incluso en una de las “terminadas” él se consiguió otra novia y yo estuve con un chico solo para darle celos. Funcionó, porque cuando lo supo inmediatamente volvió a mí y fueron los mejores momentos del noviazgo.
Cuando lo analizo en retrospectiva, esa relación no tenía como terminar bien. Varios años después me enteré que la novia que él tuvo en el “entretiempo” quedó embarazada y él la obligó a abortar. Además él era ateo. Yo respetaba sus creencias y su negación de Dios, pero no me perdono que por “amor” y por tener su simpatía, me dejaba arrastrar por sus ideas.
Además de eso, el último año de relación estuvimos distanciados por temas laborales, y durante ese tiempo tuve una aventura con un chico que me gustaba. Miguel lo supo.
Terminamos en el 2013 por las constantes peleas, y me derrumbé. Ha sido el despecho más grande de mi vida: lloraba inconsolablemente día y noche, bajé muchísimo de peso y siempre tuve la esperanza de que él volviera conmigo.
Por eso, por conservar la esperanza, creo que sufrí uno de los golpes más fuertes de mi existencia. 
Ya habían pasado seis meses de haber terminado, aunque nos habíamos eliminado de Facebook y yo había borrado todas las publicaciones y fotos con él, me encontré un comentario viejo que él había dejado en una de mis fotos y, justo eso, me abrió los ojos y destrozó mi anhelo.
En su foto de perfil estaba él, vestido de novio, junto a una mujer vestida de blanco. Me empezaron a temblar las manos y el corazón me latía a toda velocidad. Al leer los comentarios me di cuenta que se había casado con ella hacía cinco días ¡y a tan solo seis meses de haber concluido nuestra relación de seis años!
No quise averiguar nada, no hice preguntas a nadie. Solamente lloré y lloré por una semana, sentí que había retrocedido en lo que había sanado en ese medio año de despecho.

Sanar y volver a creer

Después de ese episodio, empecé a sentirme mejor de ánimo con ayuda de mi familia y amigos, entendiendo que ya nada podía hacer. Decidí volver a creer en todos los sentidos: me reconcilié con Dios, en quien nunca dejé de creer del todo. Me culpé en muchas ocasiones pensando que esa prueba tan difícil era el castigo por la fe que me dejé quitar para agradar a una persona que terminó casándose con otra.
Empecé a asistir a un seminario y grupos de oración que me ayudaron a perdonarme y a fortalecer mi fe. Aunque en esos años de soltería conocí hombres que me gustaron, nunca se concretó nada con ellos. Algunos tenían líos no resueltos con ex novias, otros simplemente querían aventuras, otros me gustaban y en la primera cita me desilusionaba al hablar a fondo con ellos. Muchas veces sentí que nunca iba a rehacer mi vida, que había perdido la capacidad de amar.
Pero volví a creer en el amor cuando conocí a Andrés. Ya habían pasado cuatro años de esa primera amarga experiencia y empecé a salir con él, quien estaba recién separado de su mujer. Tienen un hijo juntos, pero según él, su o con ella se reducía solo al bienestar del niño. Varias veces me juró que ya no la amaba y me contó que ya habían estado separados en otras dos ocasiones y esta vez ya era definitiva. Le creí.
Fueron días maravillosos, o al menos para mí lo eran. Al principio de nuestra relación me contaba que estaba pasando por un mal momento económico debido a deudas que le había dejado su ex, más la cuota que debía pasar para su hijo. Y aunque yo nunca le mencioné mayor cosa de mi antigua relación, el sí aprovechaba casi cada encuentro para hablarme cosas terribles de su ex.
Muchas veces sentí que nunca iba a rehacer mi vida, que había perdido la capacidad de amar
Creo que tal vez yo, cegada por mi amor y por la alegría de estar rehaciendo mi vida, ignoré señales de alerta con Andrés. Hablaba casi con odio de su ex, pero cuando podía “defenderse” de ella, no lo hacía.
Se dejaba manipular y yo trataba de aconsejarlo, sin entrometerme mucho para que luego no me acusara de quererlo separar de su hijo. Se iba para la casa de ella y me llamaba todo el tiempo, como para asegurarse de que yo no sospechara nada.
Y cuando volvíamos a vernos, nuevamente los reproches hacia su ex. De la mujer me dijo que le había robado dinero a él y que a varios de sus familiares les pidió prestado y nunca pagó.
Me aseguró que lo había intentado “atar” con un hechizo de magia negra, que él creía que no cuidaba a su hijo porque mantenía enfermo y bajo de peso mientras ella se iba de fiesta con la plata de la manutención, e incluso en una oportunidad me aseguró que ella se prostituía. Siempre se lamentaba de “haberle escogido” esa mamá al niño, como para que yo no sospechara nada y pensara que nunca quería volver a verla.
Otra de las señales que ignoré fueron ciertas actitudes negativas conforme avanzaba la relación. Nunca he sido una mujer atenida y afortunadamente tengo un buen trabajo que me permite solvencia económica, pero para Andrés eso era un problema que solo sabía manejar yéndose a los extremos.
Si yo pagaba o lo invitaba a algo, se molestaba porque decía que yo pensaba que él no me podía dar nada. Otras veces se hacía el indiferente frente a este tema y luego aparecía declarándome su gran amor para pedirme prestado el carro o decirme que se iba a ir de paseo con sus amigos.
Con el tiempo se volvió celoso y muy malgeniado. Cuando tomaba no se controlaba y esto, sumado a todo lo anterior, fue lo que finalmente destrozó el noviazgo.
Se molestaba si alguien me miraba, me hablaba o si yo sonreía al saludar a un hombre. Él sí podía estar en o con su ex todo el tiempo –la excusa siempre era el niño- pero yo no podía ni mencionar a un amigo. El agravante de la situación eran las frases que usaba para referirse a mí, a veces delante de otras personas.
“¿Qué hará usted cuando está sola?”, “Usted sabe que las mujeres con buen trabajo se acuestan con el que sea para conseguirlo” eran varias de las cosas que me repetía. Eso, más las constantes insinuaciones de que yo tenía amantes, me colmaron la paciencia.
Durante una semana me ignoró todo el tiempo. Lo busqué para hablar, pero se entregó a sus amigos y cuando por fin aceptó, asumió una actitud inmadura y me lanzó palabras groseras. Yo estallé y le di una cachetada. Ese día terminamos.

El despecho, parte II

Por supuesto que no me enorgullezco de haberlo cacheteado. Pienso que debí actuar con serenidad, pero es algo que ya no puedo cambiar. Concluimos la relación con tristeza y nunca volví a verlo después de eso. Con la experiencia de mi primer despecho, me prometí que esta vez no iba a permitir un sufrimiento igual en mi vida y me aferré con todas mis fuerzas a Dios. Me sentí muy tranquila unos meses, hasta que me di cuenta, también exactamente medio año después, que Andrés nunca había dejado a su ex mujer.
Como nunca volví a hablar con él, tuve que tragarme mi dolor y humillación sola, sin reclamar. Fue demasiado duro saber que este hombre me mintió todo el tiempo y que estaba haciendo planes de boda con una mujer de la que dijo tantas cosas terribles. A ella ni culparla, aunque trató de interponerse entre nosotros y me escribía mensajes desafiantes, lo que quiere es una familia y un sustento.
De mis dos ex novios que me dejaron para casarse con otras mujeres, ambos a tan solo seis meses de terminar el noviazgo, solo me quedan lecciones
Muchas veces me he cuestionado si tal vez Andrés inventó todas esas barbaridades mientras saldaba deudas y para que yo no sospechara nada sobre su relación, lo cual es lamentable tratándose de la mujer que al parecer ama y que es la madre de su hijo.
Ahora, si es verdad todo lo que me dijo, ¿cómo es posible que un hombre esté con una mujer que le hizo todo eso? La única respuesta que encuentro es que hay personas que se valen de sus hijos para ir por la vida hiriendo a los demás. Me duele en el alma que él me juzgara todo el tiempo y nunca perdonara mis errores, pero pase por alto todo lo que ella hizo y la convierta en su esposa. De ese capítulo de la vida, aún no me repongo.
De mis dos ex novios que me dejaron para casarse con otras mujeres, ambos a tan solo seis meses de terminar el noviazgo, solo me quedan lecciones. Hay que aprender a ver las enseñanzas detrás de los obstáculos y no enfocarse en el fracaso. A pesar de estar soltera nuevamente y de que casi todos mis amigos y familiares están casados y con hijos, entiendo que aún no llega mi momento, que debo aprender algo más antes de encontrar mi verdadero amor.
Hay lazos que nadie puede romper, destinos que no se pueden cambiar y personas que Dios pone en nuestra vida para mostrarnos algo y prepararnos para el futuro. El tiempo pasa y con toda seguridad volveré a amar. Es importante mirar siempre hacia adelante y saber lo que quieres, pero aún más lo que ya no quieres.
María Fernanda
¿Tiene una historia de amor curiosa o poco común? Nos interesa conocerla y publicarla en #MensajeDirecto. Escríbala y envíela a los correos [email protected] y [email protected] y lo aremos. Debe tener un mínimo de extensión de dos hojas y un máximo de cuatro hojas.

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