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El paisa que le ha abierto las puertas a China en Colombia

Enrique Posada, escritor y sinólogo, habla de aspectos de las relaciones bilaterales con ese país.

Enrique Posada Cano ha sido colaborador de EL TIEMPO, ‘El Espectador’, ‘El Colombiano’ y otros medios.

Enrique Posada Cano ha sido colaborador de EL TIEMPO, ‘El Espectador’, ‘El Colombiano’ y otros medios. Foto: Claudia Rubio / EL TIEMPO

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Enrique Posada Cano, director del Instituto Confucio de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, situado en un edificio remodelado en la carrera 4.ª n.° 23-48, asegura que, en unos años, esa calle 23 de Bogotá –sector de la ciudad recuperado, en buena hora, por esta universidad– se convertirá en la “calle china”.
“A falta de un barrio, como lo tienen las grandes ciudades, tendremos una cuadra entera con comercios, restaurantes y viviendas que se vestirá de fiesta los febreros de todos los años”, vaticina haciendo referencia al Año Nuevo chino, que se celebra en ese mes.
Por ahora, ese punto es la zona de trabajo y residencia de los ocho profesores nativos que dan cursos de ese extraño idioma a 400 alumnos. También, el punto de encuentro de quienes trabajan en las 14 empresas chinas con sede en la ciudad y lugar obligado de reunión para sinólogos –estudiosos de la cultura china– veteranos que, como él, recuerdan con detalle los años que vivieron en ese lejano país cada vez más presente en el mundo.
Los estudiantes de la Tadeo llaman ‘calle Confucio’ a la 23. ‘Nos vemos en la esquina de Confucio’ o ‘frente a Confucio nos tomamos el café’ son algunas de las frases que se escuchan y logran confundir a quienes desconocen la cotidianidad de esa zona del centro bogotano.
En los años 70 del siglo pasado, las ‘abuelitas’ –calzado de tela negra–, las camisetas blancas, las sombrillas de papel y un puñado más de objetos eran de los pocos productos chinos que se vendían en algunos almacenes y en los sanandresitos.
Ahora pasa lo contrario: todo lo que se compra y vende es chino. Los productos con etiqueta de procedencia distinta de China tendrían que buscarse con lupa, y se encontrarían muy pocos.
Ese rápido y vertiginoso ascenso comercial hace que Enrique Posada Cano, “el colombiano que más sabe sobre China”, como lo calificó el periodista Francisco Celis en una nota publicada en este periódico hace seis años, sea permanentemente consultado.
En el 2018 fue más solicitado que nunca, porque no hubo día que la áspera relación entre Estados Unidos y China dejara de producir noticias.
Posada Cano aboga por aumentar el interés de Colombia por China y por aprovechar al máximo su desarrollo. En la actualidad, la relación es tibia, tímida y hasta un tanto distante. Tal vez, cuando se inaugure la imponente y sofisticada sede diplomática, que se construye en la avenida Chile con 5.ª, en el centro financiero de Bogotá, se sienta más la presencia de esta gigantesca nación.
Colombia le compra a China maquinaria, automóviles, implementos para la industria agrícola, materia prima para distintas empresas y todos esos productos que abarrotan almacenes grandes y pequeños y supermercados, ya que alimentos (hasta ajos), bebidas y condimentos chinos son ahora parte de la dieta colombiana. China nos compra petróleo y una que otra cosa más. El socio comercial más grande de ellos es la Unión Europea, seguida de Estados Unidos.

Estudiantes de chino

Posada Cano pasa revista por las actividades del Instituto Confucio el año que terminó:
“La relación política, cultural y social de los dos países ha crecido desde los sesenta, cuando viajé por primera vez, en 1965. Soy un estudioso habitual de China. Todos los días aprendo algo nuevo y sorprendente de este país y de sus pobladores. El Instituto Confucio es el organismo oficial de China en Colombia, por convenio suscrito entre su ministerio de Educación y la Tadeo, con dos objetivos fundamentales: difundir la cultura y enseñar su idioma.
En el 2018 enviamos, por quinta vez, un grupo con veinte estudiantes, cinco becados, a una inmersión completa en su lengua y sus costumbres. La estadía menor fue de tres meses. Hemos establecido alianzas con varias universidades de Bogotá, con la Cámara de Comercio Colombo-China y empresarios colombianos. Más gente se prepara cada año en el instituto para hablar chino, y muchos de ellos encuentran trabajos en ese país que tiene como meta ser la potencia del mundo en el 2050.
“No hay, por ahora, en esta ciudad –en Cartagena sí– un lugar en donde se enseñe español a los chinos. El número de ciudadanos chinos que llegan a Colombia aumenta cada día”.

2019, año del cerdo

Una de sus tradiciones con mayor difusión es la bienvenida del nuevo año –que no es en diciembre como en el resto del mundo, sino en febrero– y que ellos denominan Fiesta de la Primavera. El Instituto Confucio y la Embajada china lo festejan siempre por todo lo alto, en el Gimnasio Moderno.
Este año será el 5 de febrero. Reúnen a restauradores, artesanos, comerciantes y artistas afincados en el país o que invitan para compartir sus comidas, exponer sus obras y dar a conocer su florecimiento en todos los campos.
“Es una semana completa de jolgorio –describe el autor–. Siempre en febrero, cambia el día de acuerdo con las fases de la Luna. La comida es la invitada de honor. En cada hogar cocinan sus mejores platos: invitan a los vecinos, a los compañeros de trabajo, a los parientes cercanos y a los lejanos; beben licores hechos de arroz y de cereales, bastantes fuertes. Se sientan a conversar y a hacerse bromas, que no es lo común. Los postres y los pasteles son muy apetecidos. Las puertas de las casas se adornan con dos pictogramas, que significan ‘doble felicidad’.
“Los mayores ponen dinero, en un sobre de color rojo, que entregan a los hijos y nietos, o que mandan por correo. El rojo significa abundancia. Estrenan ropa tanto exterior como interior el primer día del año. También se anota en un papel todo lo malo que cada persona quiera que se vaya de su vida. Luego queman el papel y esparcen las cenizas en el aire. Leen también el I Ching, el Libro de las mutaciones, un antiguo oráculo del que hay por lo menos 250 traducciones y es atribuido a la doctrina confuciana. De sus textos procede la dialéctica del yin y del yang”.
Los chinos prefieren casarse entre ellos. No son muy comunes las relaciones sentimentales interculturales. Sin embargo, en el Instituto Confucio se sabe del progreso de por lo menos dos noviazgos colombo-chino que presagian boda.
La filosofía que pregonó Confucio fue la del justo medio, la armonía, la compasión con los desvalidos. Los viejos son respetados, queridos. La experiencia se valora como el más rico tesoro. Los chinos vienen captando personas mayores talentosas, del mundo entero, sobre todo de Alemania, para que les transmitan su conocimiento acumulado. Rinden culto a sus ancestros. Algunos políticos han sido proscritos y ni se nombran, pero ese es otro tema.

Periodismo y literatura

Enrique Posada Cano escribió su primera nota periodística cuando tenía 16 años, publicada en El Colombiano de Medellín. Desde ese momento se prometió no abandonar la escritura y, aunque estudió economía, no ha dado su brazo a torcer. La exsenadora Migdonia Barón (q. e. p. d.), directora de El Diario, otro periódico antioqueño, le pidió que creara un suplemento universitario al que Posada Cano denominó Nuestro Tiempo, que tenía cuatro páginas y hacía con compañeros de la universidad. “Dos años maravillosos”, dice entusiasmado.
“Empecé a ejercitarme como polemista. Al que primero contradije fue a Gonzalo Arango. Escribí que el nadaísmo era una copia del surrealismo, que no tenía asideros en la realidad colombiana, que no se compadecía de lo que sucedía en el país. La ruptura fue no solo ideológica, sino personal e irreconciliable. Por esas épocas, era seguidor de la literatura de compromiso. Trabajé también en El Espectador. Fui columnista de EL TIEMPO. Para la revista Política y Algo Más, de Carlos Lleras Restrepo, hice una entrevista con el filósofo Fernando González, que recuerdo por explosiva. Él era un hombre con pensamiento agudo. González veía a Bogotá muy lejana, como otro país. Su mundo era Antioquia, Medellín”.
Y otro reportaje que no olvida fue el que le hizo a María Cano, ‘La flor del trabajo’, como la denominaron en muchas regiones del país por su activismo sindical. La última entrevista la dio ya anciana. Con ideas claras y lúcidas, de oratoria demoledora, no era la fuerte y temible dirigente que algunos describían, sino una mujer triste, nostálgica de su pasado, con voz muy suave, que quedó muy agradecida con Posada Cano. “Que la prensa la consultara era para ella una manera de revivir”.

Novelas

Del periodismo, Posada Cano brincó a la literatura. Su última novela, Los años de la intriga, presentada hace unas semanas por Enrique Serrano en la casa Carlos Lleras Restrepoo, es la historia de una familia, en buena parte la suya, mezclada con la historia del país.
“Recojo mi adolescencia a partir del asesinato de Gaitán; cómo reaccionó mi familia, qué pasó en Medellín. Me encanta monologar. Comienzo la novela tomando la voz de una mujer que da una mirada retrospectiva a su vida, y al final vuelvo otra vez a ella. Deseaba hacerle un homenaje a la mujer, a la antioqueña de manera particular”.
Enrique Posada encuentra siempre editores para sus historias. Escribe mucho y vende poco, pero no le importa porque sabe que este país es poco lector. No acaba de entregar a la imprenta uno de sus relatos cuando ya tiene otra historia.
Es un hombre muy alto, corpulento, que siempre está de buen humor y con ganas de tertuliar. Se refugia en sus escritos, a veces costumbristas, para permanecer vigente en el esquivo y exigente mundo de la escritura.
MYRIAM BAUTISTA
ESPECIAL PARA EL TIEMPO

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