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Esta es una novela sobre poetas que no leen novelas: Alejandro Zambra
El escritor habló con EL TIEMPO sobre su novela 'Poeta chileno'.
Zambra (Santiago de Chile, 1975) ha ganado, entre otros, el Premio Príncipe Claus, en Holanda, por el conjunto de su obra. Foto: Cristián Ortega Puppo /Anagrama
Una gran derrota puede ser literariamente hermosa si las pequeñas luchas se cuentan de manera magistral. Es el poder de Poeta chileno, la novela con la que Alejandro Zambra relata de forma sarcástica y profunda la vida cultural en Chile a partir de la historia de una familia malograda que nunca se concreta dentro del ideal.
El libro narra la evolución de Gonzalo y Carla, una pareja que en su juventud se entrega a un primer amor desbocado y torpe, apasionado y defectuoso, y que se corresponde más con un puñado de expectativas que con la capacidad de hacerlas realidad. Ambos se reencuentran nueve años más tarde con la intención de una revancha y la posibilidad de desprenderse de los errores, pero con un componente nuevo: Vicente, el hijo que Carla tuvo con otro hombre, y a quien le gusta la comida para gatos.
Lejos de la idílica imagen familiar de comercial televisivo, los tres, junto a su gata Oscuridad, trajinan por una vida de aprendizajes constantes y entre golpes que son lecciones, frustraciones que insisten y momentos de felicidad que resultan insuficientes. Es la tiranía de la incertidumbre y la imposibilidad de creer en lo perfecto absoluto, ante la cual Zambra teje un relato donde las dudas y los dilemas de los protagonistas terminan siendo los nuestros propios.
Como si no bastara con las vacilaciones de lo cotidiano, el autor crea unas grietas entre las cuales fluye además un relato incisivo que da cuenta de su visión sobre la poesía chilena, esa que tiene dos premios Nobel de Literatura, y que lleva a uno de los personajes a reconocer que “ser un poeta chileno es como ser un chef peruano o un futbolista brasileño o una modelo venezolana”. Es una mirada cáustica sobre la falsa creencia de que se puede vivir del arte, pues se piensa que ser poeta en Chile es una forma de existir.
Zambra nos muestra que la literatura es tan absurdamente revolucionaria como sus textos y aprovecha, además, para criticar ese mundillo que se ufana de sus libertades, pero a la vez se encona en un machismo febril. Reflexiona sobre el temor permanente de arrojarse a ese océano de creadores, burocracia, envidias y poderes en pugna, tan latinoamericanos, donde los premios acomodados y los méritos inmerecidos son moneda corriente.
La novela también expone esas otras voces nacientes, las miradas que se alzan como nueva posibilidad de comprender y relatar el mundo, la esperanza que se deposita en la genialidad de quienes trabajan sin descanso para crear la mejor de las obras o, al menos, la más destacada de su producción personal.
Al final, dice Zambra que “hay poetas chilenos que escriben sobre el fracaso y se vuelven exitosos y hay poetas chilenos que escriben sobre el fracaso y fracasan”. Entonces, cuando el autor nos recuerda que “repetir de curso es de algún modo detener el tiempo”, también hace una apuesta al otorgarles al fracaso y a las derrotas cotidianas la belleza que les corresponde. Es que el fallar y quebrarse son tan comunes, que la victoria total solo está en los libros de fantasía y no en las obras de la vida real como esta novela magistral.
En charla con EL TIEMPO, Zambra habla sobre la literatura y sus teorías propias, la vida como tamiz, los juegos narrativos y las invenciones, la voz que se cultiva, y la poesía que se disuelve en la experiencia.
Uno de los personajes de Poeta chileno plantea que la poesía es la mejor manera de transmitir la rabia. ¿Cuál es el poema que le permite comunicar esa emoción?
Justo pensaba en eso leyendo El asedio animal, la hermosa novela de tu compatriota Vanessa Londoño. Pensaba en la rabia y en la serenidad y en cómo la literatura lo permite todo, aunque nos pasemos la vida simplificándola, traicionándola. Yo no creo en el “deber ser” de una obra literaria. Más bien creo que el valor de un libro reside en su capacidad para crear una teoría propia y remover las expectativas. La literatura no viene de la literatura, incluso si habla de literatura. Tiene que pasar por la vida, quedarse un rato contigo, tal vez diluirse en la experiencia para volver a ser literatura. Me gusta la idea de que lo que lees se queda contigo una temporada antes de que vuelvas a escribirlo.
Pru, uno de los personajes, hace un conjunto de entrevistas con las que logra una radiografía de la nueva poesía chilena. ¿Esas entrevistas son reales o socarronas?
Ficcionales, pues, lo que no quiere decir que sean falsas. Me di el lujo de inventar unos personajes parecidos a mis compañeros de ruta. Y una eventual nueva o seminueva poesía chilena, también. Juego con sus juegos y con sus rostros y casi siempre con sus nombres. La más inventada es Pru, la periodista, que es quizás, con Vicente, mi personaje favorito de la novela. Me interesaba esa completa ajenidad de Pru. Me servía, también, porque hablo de mundos que conozco y darle vida –a Pru y al mundo que ella ve– suponía partir de cero, intentar verlo todo de nuevo. Inventarlo, también.
El libro es publicado por Anagrama. Foto:Archivo particular
En muchos momentos del libro se siente a Pru muy cercana al narrador, e incluso me dio la sensación de que era usted mismo. ¿Cómo nació el personaje?
Qué bien, ¡gracias! Bueno, escribir esta novela fue cultivar una voz, esa voz. Yo siento que Poeta chileno es un libro bien “conversado”. El narrador es una especie de anfitrión que interviene poco. A veces solo quiere que los invitados se lancen a hablar, así que les llena constantemente las copas de vino. Pero de repente se mete o se entromete y entonces descubrimos que es conversador, chismoso, cariñoso, mezquino, generoso, a veces despiadado... No quiere ser un humorista distante. Quiere contar los chistes y reírse también. O no reírse, pero ser el que cuenta y el que escucha. Trascender la sensación de soliloquio.
En sus textos hay capítulos con finales de opción múltiple, vemos fotografías, intromisiones suyas como autor, entre otros. ¿Cuál es su intención con estos elementos?
Oye, esta no es una pregunta para hacer en una primera cita... En cada caso la explicación sería distinta y me temo que larga y por supuesto que innecesaria. Igual, no creo que sean movidas tan inesperadas en una novela, a estas alturas. En realidad, una cosa que se me volvió crecientemente sorprendente mientras la escribía fue lo mucho que esta novela se parecía a… una novela. Creo que nunca más escribiré algo así. Pero tenía gracia. Como es una novela sobre poetas que no leen novelas y que desprecian la novela como género, siento que los personajes de mi novela jamás leerían una novela como la mía.
Gonzalo, el protagonista, no escribió el libro para cumplir su deseo de ser publicado, sino para ocultar una mentira; ¿por qué le costó tanto dar el salto final para ser poeta? ¿Le pasó a usted?
Me pasó alguna vez y me sigue pasando, porque en los últimos veinte o veinticinco años he cambiado mucho, pero sigo siendo un mal poeta. A veces pienso que todo lo que escribo parte como poema y lo voy “traduciendo” y se me pasa la mano. Traduzco tanto el poema que paso de largo hacia el cuento o hacia la novela.
Inspirado en algo que dice Vicente, otro personaje, me gustaría saber si, como narrador, ¿piensa que son los poetas y no los narradores quienes deben capturar absolutamente todos los detalles de cada experiencia viva?
Mi novela juega con esta polémica absurda entre la poesía y la prosa. Y a veces yo juego a eso también. Sí creo que la poesía está más cerca de lo religioso, de lo sagrado, aunque en el sentido más profano imaginable. Digo, los lectores de poesía tenemos nuestro César Vallejo o nuestra Emily Dickinson o nuestro Gonzalo Millán siempre en el velador, del mismo modo que otros tienen su Biblia o su Popol Vuh. La poesía surge mar adentro. Y al devolverse cobardemente a la orilla aparece o reaparece la prosa.