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‘En Bogotá convertimos las quebradas en muladares’: Azriel Bibliowicz
En su nueva novela 'Del agua al desierto', el autor explora nuestra fatal relación con el agua.
Azriel Bibliowicz es el director de la maestría de Escrituras creativas de la Universidad Nacional. Foto: Milton Díaz/ EL TIEMPO
Para muchas culturas y religiones la humanidad germinó en el agua y se desarrolló alrededor de ella. Durante mucho tiempo fue, además de una necesidad profunda, aquello que para bien o para mal articuló diversos credos y dio movimiento a la vida. En 'Del agua al desierto', la nueva novela de Azriel Bibliowicz, este líquido se convierte en una especie de filamento narrativo, elemento que depura y a la vez se deteriora por la mano devastadora de quienes habitan las ciudades.
A través de Zue, una sabedora y lideresa muisca, David, un profesor de literatura, empieza a ahondar en los efectos de la especulación con la tierra, la destrucción de los espacios que alguna vez fueron sagrados, la primacía del cemento y el asfalto, y la manera en que el desprecio por el agua ha secado fuentes hídricas que hoy son apenas mitos, fotografías y recuerdos. En su descubrimiento de las culturas ancestrales del altiplano, el protagonista encuentra correlatos con la religión judía y los sabios dioses muiscas.
Bibliowicz, fundador y director de la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia, posa hoy su mirada sobre la otra Bogotá, esa donde ríos, quebradas y lagos fueron territorio espiritual, lugar de congregación o para construir una ciudad. Para los muiscas, dice Bibliowicz, la naturaleza es un tejido y en el judaísmo el agua y la naturaleza son esenciales en los rituales de purificación. Todo ese conocimiento se encuentra en las aguas de esta novela.
'Del agua al desierto' es publicado por Tusquets. Foto:archivo particular
¿Cómo nos relacionamos hoy los bogotanos con el agua?
Creo que continuamos con la misma inconsciencia y desprecio. Basta ir a los humedales en el occidente de la ciudad para ver cómo se encuentran llenos de buchón y lenteja de agua, y cómo las pobres tinguas con sus bellos pechos azules, tienen que caminar sobre las basuras que se botan a diario. Las aguas de los humedales y las quebradas, salvo contados casos, son tratadas como basureros y alcantarillas. Ademas, los últimos alcaldes han llenado los humedales de cemento y obras monstruosas. Es lamentable ver cómo el acueducto, al que le corresponde proteger las aguas de la ciudad, históricamente se ha hecho el de la vista gorda frente a su desaparición.
¿Cuál fue el descubrimiento más interesante en esta exploración que hizo sobre la cultura muisca?
Los muiscas tenían una religión del agua; se nacía en el agua y se regresaba a ella. Los dioses muiscas habitaban en los lagos, como nos lo cuenta el mito de Bachué; se hacían tributos y ofrendas en sus aguas. Con la venida de los evangelizadores se les prohibió a los nativos entrar en los lagos, bañarse en ellos y deleitarse con el agua porque, de acuerdo con estos curas, ahí habitaban los ‘demonios’. Sus dioses los volvieron demonios. Desde la época de los romanos, la Iglesia vio con desprecio el baño como una acción pagana y luego judáica. El famoso ‘olor a santidad’ no era otra cosa que el hedor de los evangelistas que no se bañaban. Y con la Conquista, en una violenta agresión cultural, les impusieron a los nativos una religión del desierto sobre una del agua.
¿Cómo suele ser su proceso para construir los personajes femeninos? En este caso ¿cómo nacieron Zue, Teresa, Cecilia, Raquel?
Creo que a partir de la observación, las lecturas y la investigación. Los personajes se construyen observando al otro, leyendo y estudiando a personajes literarios y con los que nos relacionamos, que nos sirven de modelo. Los personajes de las novelas, sean masculinos o femeninos, hay que construirlos con cuidado porque uno los quiere vitales, complejos, misteriosos, contradictorios, con miedos, y alegrías, como somos los seres humanos.
¿Qué tanto hay de poesía y de poético en el agua y en sus propias narraciones sobre ella?
El agua, por su naturaleza, resulta profundamente poética, y ha sido tema de grandes poetas y escritores como Jorge Luis Borges, quien nos recuerda: “Somos el agua y no el diamante duro, la que se pierde, no la que reposa”. La poesía invoca nuestra fragilidad y la del agua. En Del Agua al Desierto traje a colación un hecho que considero poético, y es que las mujeres muiscas iban a los lagos a tener sus bebés para que el agua terminara por ser el gran partero de los nativos, lo cual no deja de ser un hecho idílico. Ellas se sumergían hasta la cintura en las frías aguas de los lagos, dormían sus extremidades y los bebés nacían sin dolor. Con una yerba filuda, propia de sus orillas, se separaba al niño de su cordón umbilical; lo bañaban en las límpidas aguas y se lo dedicaban a Sie, la diosa del agua. El respeto al agua es vital si queremos continuar soñando.
En la novela aparece, entre otros, Pitágoras con su odio por las contradicciones. ¿Cuál es para usted la mayor contradicción en este país?
Yo diría que la mayor contradicción de este país es, como la señalan muchos extranjeros cuando se sorprenden al verlas, la increíble amabilidad y generosidad de la gente y que, sin embargo, a pesar de lo afables y corteses que somos, no dejamos de ser el país mas violento del mundo. Creo que es la inexplicable contradicción que nos envuelve.
¿Existen puntos de diálogo entre las comunidades muisca y judía?
Una cosa es que existan similitudes, como lo relato en la novela, porque ambas culturas conservan comportamientos tribales y solidaridades, lo que no significa necesariamente que haya un diálogo entre ellas. Tampoco las hay necesariamente entre las diferentes comunidades aborígenes. Sería interesante si se estableciera un diálogo, quizás aprenderíamos mucho los unos de los otros.
Azriel Bibliowicz, escritor. Foto:Milton Díaz/ EL TIEMPO
De los espacios de agua de la Bogotá ¿Cuál es el que más le gusta?
Los humedales y las quebradas, que a diario se continúan maltratando. Bogotá pudo haber sido una de las ciudades más bellas del mundo si hubiésemos hecho parques en las rondas de las quebradas. Pero, no… Convertimos sus aguas en muladares, como sucedió con el río San Francisco y el San Agustín, que hoy en día nadie sabe por dónde corren.
Su novela hace pensar en Anne Beate Hovind, una planeadora urbana noruega que destaca la naturaleza como aspecto esencial para el desarrollo. ¿Cuál es el gran problema que debemos enfrentar hoy al respecto?
Ante todo comprender que la naturaleza es vulnerable. En Bogotá no hemos sido conscientes de ese simple hecho. Lo que se ha destruido no es fácil de recuperar. No encuentro otro camino individual que el de sembrar árboles, reforestar. Si cada uno de nosotros siembra un árbol cada semestre o cada año, la ciudad se transformaría. Mire que entre de los lugares mas bellos de Bogotá están los cerros orientales, con sus preciosos bosques, pero parecen mordidos, devorados por esos monstruos gigantes que llamamos canteras. Los cerros orientales no eran así hace ochenta años; eran unos peladeros como los vemos en las fotos de la época. Pero la voluntad y claridad de un gerente del acueducto lograron el milagro. Esta es una ciudad con muy pocos árboles comparada con otras del mundo.
Usted trae al recuerdo al filósofo Jacques Rancière cuando afirma que la novela tiene “la obligación de repoetizar” el mundo. ¿Cómo repoetiza usted este mundo complejo de la escasez de agua?
Creo que es nuestro deber como escritores mostrar su fragilidad y entender su escasez, pues si no la cuidamos, moriremos todos. El drama de nuestros días es vivir bajo la ilusión de su abundancia y no comprender que los lagos en el mundo se están secando, que el calentamiento global es una realidad. Elías Canneti nos recuerda que fue con palabras, empleadas de manera consciente y abusiva, las que nos condujeron a las tragedias que hemos vivido históricamente. Y si eso lo pueden provocar las palabras, ¿por qué no pueden impedir otro tanto? Por eso mismo nos dice que debemos repoetizar la realidad, y como escritores, ser custodios de las metamorfosis.
Como profesor de escritura creativa, ¿qué es lo más valioso que ha aprendido de sus estudiantes?
Si hay algo invaluable de los estudiantes es su deseo, sus ganas de aprender, y como profesor no se deben desperdiciar esas apetencias. Pero las ganas se tienen que cultivar con rigor y lecturas. El papel de uno como profesor es abrir puertas, pero son ellos los que las tienen que cruzar. Lo único que he hecho a lo largo de mi vida como profesor es compartir con mis estudiantes los libros que me apasionan y que han cambiado mi vida, con la esperanza de que quizás también a ellos les sirva. En el mundo de la escritura hay dos divinidades griegas a las cuales uno como escritor se debe consagrar: Teleo y Meleo. Hay que leer a los otros y aprender a leer lo que uno escribe de manera crítica. Y reescribir, siempre reescribir, o como decía el poeta W. B. Yeats: corrijo, borro, tacho, busco… En otras palabras, todo escritor rehace y se rehace a lo largo del proceso de la escritura.