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Noticia
Beyoncé reivindica el ‘black country’
En su último álbum,‘Cowboy Carter’, la artista hace referencia a hitos musicales y sociales que demuestran la influencia de la población afroamericana en este género.
Beyoncé estrena su nuevo disco 'Cowboy Carter' Foto: AFP
¿Quién es el primer vaquero al que usted recuerda? ¿John Wayne? ¿Charles Bronson? ¿De pronto Lee Van Cleef o Clint Eastwood en el espagueti del oeste de Sergio Leone? Cualquiera que sea la respuesta, estoy convencido de que el primer vaquero que usted recuerda es blanco y es hombre.
Cowboy Carter de Beyoncé rompe la tradición del estereotipo blanco y patriarcal del entretenimiento occidental por primera vez en más de cien años. Según el Instituto Smithsoniano,1 de cada 4 vaqueros en el lejano oeste era afro. Por esta razón el fenómeno del “black country” no es nuevo, pero sí ha sido invisible durante mucho tiempo. Cowboy Carter está construido de principio a fin para reubicarlo como un producto directo de las músicas y tradiciones africanas en el paisaje cultural estadounidense.
Con el lanzamiento de su octavo nuevo álbum, la señora Knowles se convierte en la primera mujer afro en llegar al número 1 en 9 listas de popularidad con un disco cargado de influencias de un género musical que siempre ha sido visto como un producto cultural exclusivo de poblaciones blancas. Pero gracias al exhaustivo rigor artístico que habita en este álbum, se establece de manera indiscutible que los afroestadounidenses fueron clave en la creación del oeste norteamericano y, por lo tanto, de su legado musical.
Mientras canciones de folk como Fast Car de Tracy Chapman regresan por medio del country a ocupar grandes lugares en la conciencia colectiva moderna y Old Town Road de LilNasX se toma la imaginación infantil a través de TikTok, Knowles ahonda en los instrumentos, las vertientes y los artistas de ayer y de hoy, esenciales pero borrados por las horrendas y sanguinolentas manchas del racismo.
Cowboy Carter de Beyoncé es simbólico desde la portada hasta la última nota de Amen, un himno póstumo con el que cierra y abre esta realización discográfica. Producidas por el genial Jon Batiste, ganador del premio Grammy a álbum del año por su majestuoso We Are, Knowles canta en Ameriican requiem sus molestias con los diferentes poderes que controlan el destino musical: Nashville y los Grammy. De los Grammy sabemos ya su queja, expresada por su esposo en la ceremonia de este año: “a esta joven dama nunca le han dado su premio a álbum del año”, manifestó Jay Z el pasado 5 de marzo. “A mí me dicen que soy muy country para el pop y muy pop para el country”, se queja Beyoncé en la letra de Ameriican requiem, mientras Batiste inyecta gospel, alegría y bluegrassa la canción con un coro evangélico que abre con pompa fúnebre. “Adiós a los malos amigos”, canta Beyoncé, espantando malos espíritus y abriendo trocha para un viaje por todos los subgéneros que el country.
Un himno de paz
Beyoncé parece acumular bendiciones de grandeza a cada minuto que pasa en Cowboy Carter. La segunda de ellas es la de Sir Paul McCartney, cuya canción Blackbird renace en todo su esplendor activista y político. Sampleada de la versión original de los Beatles y acompañada de un coro ensamblado por algunas de las artistas negras de country más importantes de Nashville, Knowles vuelve a capturar la conmoción que inspiró a McCartney a escribir la preciosa balada, sacudido emocionalmente por el movimiento de los derechos civiles. Un arreglo original de Bach para laúd convertido en una de las más preciosas joyas acústicas del rock de la historia es también el homenaje de los Beatles a los 9 estudiantes de Little Rock, Arkansas que derribaron, como lo hace Beyoncé nuevamente con su versión de Blackbiird en Cowboy Carter, las barreras raciales impuestas en las universidades del sur estadounidense. El resultado es un himno de paz fortalecido por la resiliencia de la voz de la artista.
Sin embargo, hay muchos momentos en este nuevo disco tan conmovedores como Blackbiird esparcidos por doquier. 27 canciones y un centenar de artistas y productores como Pharrell Williams, Post Malone, Miley Cyrus y Nile Rodgers, entre muchos otros, seguirán encaminando la escucha hacia el sur estadounidense con un propósito histórico y artístico como pocos en el comienzo del siglo. Cowboy Carter es, entonces desde el título, un homenaje al espíritu colaborativo entre afros y blancos que superaba al segregacionismo y sentaba las bases del pop moderno. Beyoncé, fotografiada magistralmente por Blair Caldwell, aparece uniformada al estilo de los rodeos texanos, sentada como lo dictan los manuales de etiqueta de los años veinte sobre un caballo Lipizzano. El Lipizzano, reconocido por tener la piel negra o café que se transforma con el tiempo en blanco, no puede ser más simbólica del propósito artístico del disco.
Luego de homenajear el papel de las minorías LGBTQIA de color en los Estados Unidos a través de su álbum Renaissance, Beyoncé y sus colaboradores le brindan al oyente de Cowboy Carter un preciado tesoro del impacto profundo de África en las músicas modernas a géneros como el country, el bluegrass, el blues, el Zydeco y el folk.
La señora Knowles, cuyo apellido compuesto de casada es Knowles-Carter (el apellido de su esposo, el magnate del Hip Hop y rapero de Brooklyn Más conocido como Jay Z), aprovecha la unión de una nueva dinastía de poder afroestadounidense para bautizar el disco en honor a la familia Carter, una de las más grandes y poderosas herencias de la música folclórica norteamericana. Los Carter, cuyo cancionero incluye preciosas canciones como Keep on the sunny side, contaron con el músico afro Lesley Riddle para que los ayudara a construir las bases del country moderno.
Como es usual y lo hemos visto y escuchado durante más de cien años, los Carter son famosos, pero Mr. Riddle no, simplemente porque los Carter eran blancos. Así que en Cowboy Carter el poder del country pasa de manos, de una casa Carter a otra. Aunque muy poca gente atará los cabos entre el título del álbum y el famoso trío de country y a su mentor, Beyoncé tiene en el disco a la pionera negra del country: la señora Linda Martell, la primera afroestadounidense en ingresar a las listas de Billboard con una canción del género, sin alcanzar demasiado éxito.
Martell está presente no solo como pionera de la causa country: también recita unas cuantas palabras en el disco, entre las que se destaca la muy divertida frase: “ah, los géneros musicales son un concepto muy divertido: en teoría son simples de entender. En realidad, algunos pueden sentirse limitados”.
La presencia de Linda Martell es estratégica, como todo lo que sucede en Cowboy Carter. Ya que aparece justo en el momento en que los colaboradores más urbanos de Beyoncé se toman el resto del repertorio: figuras como Shaboozey y Pharrell Williams le dan un giro moderno a la visión de Knowles pasada la mitad del disco, cuando este se ponga y Beyoncé se despache a rapear con fluidez, destreza y velocidad en canciones como Spaghettii o Buckiin, un puente muy bien extendido entre el salvaje oeste y la calle con asombrosa facilidad.
Pero iría en contra del propósito de unificación del disco el no tener validadores blancos, inmiscuidos desde siempre en la industria de Nashville, dentro de Cowboy Carter. Por esta razón las participaciones de Dolly Parton y Willie Nelson son esenciales para entender la causa del álbum. Parton, por su parte, le presta a Beyoncé su canción más grande luego de I Will Always Love You: la famosa y plañidera Jolene. Knowles le cambia la letra al clásico de country: en vez de rogar que no le quiten su hombre, Beyoncé amenaza a la infame amante, con el aval travieso de la legendaria Parton. “Yo también tuve que lidiar con una de esas hace mucho tiempo, solo que la que me tocó era rubia”, cuenta entre risas al comienzo de la versión de Beyoncé la señora Parton.
La igualdad hecha disco
No hay una sola cosa gratuita en Cowboy Carter. Todo significa algo. Todo hace parte de una lucha por la igualdad hecha disco. Destaca la participación de Willie Nelson, un aliado blanco más, contratado en el octavo álbum para hacer las veces de discjockey de la emisora de AMKNTRY FM (las letras de identificación se leen ‘Country’). Mr. Nelson, un reconocido forajido de la industria de Nashville por haber hecho pública desde relativamente temprano en su carrera su posición en pro de la legalización de la marihuana, aparece en el disco luego de una seguidilla de grandes clásicos del R&B, el blues y el rock and roll: Son House, Sister Rosetta Tharpe, Chuck Berry, entre otros.
Es imposible no pensar que, dentro de toda la simbología del álbum, la ‘C’ de country ha sido reemplazada por la ‘K’, y que dichos ecos de músicas del pasado que le pertenecieron siempre a los afros, suenan en ese profundo sur estadounidense en el que operaba el Ku Klux Klan, la horrible organización terrorista segregacionista del sur de los Estados Unidos, cuya participación en linchamientos infames como los de Emmett Till o masacres como la de Tulsa, Oklahoma, contribuyeron con crueldad e ignorancia a la erradicación de los derechos civiles de las poblaciones afro y sentaron las bases de la apropiación cultural a la que se vieron sujetas sus tradiciones más preciosas, incluyendo entre éstas, el country.
“Para la siguiente canción”, dice Nelson con su maravilloso y famoso sentido del humor, “quiero que se relaje, inhale, y se deje transportar por la siguiente canción a ese lugar que tanto le gusta. Y si no quiere, vaya consígase una rocola entonces”.
La siguiente canción es, por supuesto, Texas Hold’em, una pieza de promoción del álbum muy controversial bautizada así en honor a un reconocido juego de cartas. Hold’em, que en un principio no fue sonada por la radio country porque era “muy pop”, inicia con un banjo que nadie se imaginó jamás que estaría en el repertorio de una artista de R&B como Beyoncé Knowles. “Esto No Es Texas, y esto no es un asalto”, canta afinadísima Mrs Knowles, mientras un poderoso tambor típico de un bluegrass retumba en el esternón que provoca canto, baile y redención. En resumen: una obra de arte masiva en sí misma.
Texas Hold’em está tan bien hecha, y respeta tanto las reglas del sonido campesino gringo que no le falta nada: el silbido acompañado del violincito (del famoso fiddle), y con él, a lo largo y ancho de Cowboy Carter, la promesa de que juntos sobreviviremos las tormentas, a las sequías, con algo de whisky, con unos cuantos besos, bailando juntos, acompañados o solos, sin miedo a bailar los verdaderos prohibidos, los que se prohibían entre blancos y negros, un enorme muro social derrumbado por el arte, por la curiosidad, por el respeto a la tradición en pleno 2024. Es IMPOSIBLE que no le den el Grammy A Beyoncé Knowles.‘Cowboy Carter’ es el álbum del año.
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Alejandro Marín Foto:Cortesía de Alejandro Marín
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