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Daniel Samper Ospina regresa con su pluma afilada en el libro 'Circombia'
Lo invitamos a leer una de las divertidas parodias políticas que reúne en esta novedad.
El periodista Daniel Samper Ospina ddecidió abrir un canal en 2016 tras vivir en carne propia el impacto del fenómeno youtuber durante la Feria del Libro de ese año que colapsó por la visita de youtubers como el chileno German Garmendia o el colombiano Juan Pablo Jaramillo.
Lo que empezó como una burla a los retos virales, los tags y otros formatos de entretenimiento utilizados por los youtubers se convirtió en una herramienta que le ha permitido triplicar el alcance que, según él, lograba como periodista de medio tradicional. “Pude traducir mi contenido al formato audiovisual de videos de bajo costo que es el formato que está reinando”, Foto: Santiago Matta/ EL TIEMPO
Desde la misma presentación de su nuevo libro 'Circombia', el periodista bogotano ya le muestra a los lectores el tono picante de su pluma y de lo que serán las crónicas, en clave de parodia política, que reúne en esta edición.
Samper Ospina se puso su vestido de director de Circo para presentar los personajes que deambularán por las páginas de su libro:
"Damas y caballeros: ¡bienvenidos a Circombia! El único lugar del mundo en el que es posible encontrar candidaturas políticas que duran solo setenta y dos horas, presidentes que hablan con estatuas, políticos que hacen contorsiones, contorsionistas que hacen política y muchas otras atracciones que sorprenderán a toda la familia (incluyendo a Nicolás y al otro Nicolás). Diviértanse con nuestro espectáculo de elefantes, con nuestros micos amaestrados, con nuestros osos peludos; asómbrense con el número del hombre bala, porque plomo es lo que hay, y repasen el show de nuestros mejores payasos, del cuatrenio anterior hasta el actual gobierno, en la carpa de este circo en la que caben magos y equilibristas de todos los partidos políticos, como nuestra estrella de hoy: ¡directamente desde Ciénaga de Oro, Gustavo Petro!
¡Compren ya sus boletas que, al igual que el país, están por agotarse! ¡Solo se acepta dinero en efectivo entregado en maletas! ¡Apenas diez mil billones por entrada! ¡Todo niño paga!".
Cosas que me deprimen de Polombia
El libro de Samper Ospina es de Editorial Aguiar. Foto:archivo particular
20 de marzo de 2022
Mi esposa me encontró tirado en el piso, sin poderme mo ver, como si fuera víctima de lo que Íngrid llamaría una gran depresión:
—¡No me digas que otra vez te caíste! Te advertí que no te quedaban esos Crocs… —me regañó preventivamente, como a veces lo hace.
—Cuál accidente ni qué ocho cuartos —la corregí como si hablá ramos de política internacional—: es que acabo de ver el resultado de las elecciones del domingo y ahora me siento con menos energía que Fajardo en un debate… Cuando iba a debates —le confesé.
Y era cierto: para el momento ya me había enterado de los datos bá sicos de la jornada electoral: el pastor Saade no alcanzó a dar la sorpresa, como muchos apostábamos; el papel del centro fue apenas compara ble con el de Santa Fe en el último clásico; por la coalición de la derecha ganó Fico Gutiérrez, un hombre que —en el mejor de los casos— tiene pinta y carisma de dueño de restaurante campestre, antes que de alto dignatario: siempre lo imagino como si fuera la variante paisa de Andrés Jaramillo y recibiera a importantes comensales con su camisa blanca abierta a tres botones, bluyines a la moda y delantal de cuero.
—¿Qué másh, papá? ¿Te pongo en la mesha de siempre?
—Proceda, doctor Fico, que usted hace las cosas bien hechas.
Para no hablar de los datos que arrojaban las listas legislativas. Un youtuber le ganó en votos al exjefe negociador de paz Humberto de la Calle; Alex Flórez pasó de maltratar a una mujer a ocupar una curul en el Senado; perdimos a César Lorduy, con lo cual el único corte capilar al estilo totuma de la política nacional es el de Pachito Santos. Y, para más delirios electorales, el gran perdedor de la jornada fue Óscar Iván Zuluaga, que ni siquiera estaba en el tarjetón: decidió darse de baja a sí mismo antes de que el saldo de su campaña fuera peor; en este punto, en cambio, todavía puede presentarse como ganador: ganó, en concre to, unos tenis rojos. Y un sombrero guajiro de paja.
Sobre los vidrios de Bogotá resbalaban las gotas grises de un lunes de lluvia y yo procuraba en vano darme ánimos. Los petristas cantaban fraude. El centro se diluía. Barrieron el Partido Liberal de César Gaviria y el Conservador de Omar Yepes. Se hundió Danielita, la de Padres e hijos, lo cual significa que se había lanzado. Y el ingeniero Rodolfo per dió vigencia por no haber participado en ningún tarjetón: su estrategia mediática consistió en viajar con la esposa a conocer al papa en un en cuentro que duró lo mismo que el de Álvaro Uribe y Andrés Pastrana con Donald Trump.
—Mija: compre vestido que conseguí audiencia con el papa —le dijo el candidato a su mujer cuando logró la cita—. Yo me voy a poner nue vos implantes; la ocasión lo amerita.
Pero el encuentro resultó ser una saludadita de pasillo. El sueño de estar una hora con su santidad, y comentar con él las cosas de su edad, fue tan efímero como el nombramiento de Paola Ochoa como fórmula.
Por si faltaran noticias preocupantes, el candidato puntero —es un decir— confesó en entrevista con Juanpis González que duerme desnudo, esto es, que se democratiza la piyama para dormir, y la bam boleante imagen comenzó a perseguirme como —según algunos— lo hará el Gobierno humano con los periodistas que lo critiquen. “¿Suce derá?”, me preguntaba en el piso, mientras sentía la palpitación en las sienes. “Si hago chistes contra Petro presidente, ¿alguno de sus hom bres de confianza —barbado y pechador, por ejemplo— ordenará, di gamos, que me obliguen a lavar baños públicos?”.
—¡Vayámonos del país! —le dije de golpe a la mujer que me expro pió el corazón—. O al menos cómprame guantes de caucho y Clorox…
—Levántate del corredor que van a llegar las niñas y ahí estorbas el paso —me recriminó.
—¿El paso a segunda vuelta?
—¿De qué me hablas, viejo? —respondió.
Los días transcurrieron y ya era jueves y para entonces yo había poblado del todo el corredor y lo habitaba como si fuera mi cambu che: el deprimente cambuche de un elector depresivo al que Íngrid Betancourt, en cualquier momento, acusaría ante la palestra pública. Había acomodado en mi rincón del piso cobijas, termos, sánduches, un radiecito. No pensaba abandonar el suelo ni aquel estado de semi muerte hasta que me dijeran que la jornada electoral había sido un mal sueño.
Y fue mi propia esposa, precisamente, la que me lo dijo.
—Por ahí comentaron en las noticias que están cambiando los re sultados porque algo pasó con unos quinientos mil votos.
Lo cual significaba, efectivamente, que las elecciones que me ha bían tirado en el piso no habían sucedido, al menos no en la vida real; quizás apenas en la cabeza de Álex Vega.
Me incorporé entonces porque el reconteo empezó a arrojar resul tados insólitos. El petrismo, que a comienzos de la semana cantaba fraude, engordaba su lista de curules mientras la derecha, al ritmo de los nuevos resultados, denunciaba robo: era la petrificación del uri bismo, la súbita jenniferariassización de las arengas de la izquierda: ahora era Uribe el que hacía suyas las palabras de que no acatará los resultados o, peor aún, de que solo los acatará si son a su favor. De lo contrario prefiere un golpe de Estado.
Es una semana en Polombia. En la fiesta de celebración de su cu rul, Polo Polo se enteraba de que la perdía, lo mismo que León Fredy Muñoz. Y en medio de ese delirio de informaciones nuevas, supuse en tonces que yo mismo podía recibir sorprendentes resultados positivos: que el reconteo podía indicar que Alejandro Gaviria le había ganado a Fajardo, por ejemplo, o siquiera al margen de error. Y que, en la medida en que avanzara el ejercicio, aparecerían felices votos por doquier: vo tos para que mi primo Miguel obtuviera curul; para que mi tío Ernesto hubiera ganado en el 94 con el doble de votos; para que Serpa hubiera derrotado a Pastrana en el 98; el Sí al No en el plebiscito de 2016; Carlos Gaviria a Uribe en el 2002; Gerardo Molina a Betancur en el 82; y Óscar Naranjo a Sara Uribe en la edición 2012 de Protagonistas de novela.
El circo de Polombia, pues, jugaba a mi favor. Quizás el registra dor podía sorprenderme con buenas noticias. A lo mejor todo se trató de una confusión producto del mandamiento de Petro a los votantes de recibir los cincuenta mil pesos del voto a los partidos tradicionales, pero votar por él: ¿no sabían si esos votos contaban para el comprador o para el estafador, al final? ¿No deberían entregar recibo por cada voto comprado, para mayor claridad? ¿La mala votación de Uribe puede ser porque su gente no alcanzó a votar antes de que la metieran presa, como antes clamaba?
Ante las convulsiones de las nuevas noticias, resurgió mi esperanza. Sí: con este precedente, las elecciones presidenciales serán violentas y brutales y pueden llevarnos a otra guerra interna. Pero en cualquier momento el reconteo seguirá arrojando datos felices para que ganen mis candidatos o, por qué no pensar en grande, le devuelvan a Santa Fe la estrella de 2018.
Con el ánimo recompuesto, me levanté del suelo y lavé el baño. Y el sábado invité a toda la familia a almorzar a un restaurante campestre, donde Fico Gutiérrez nos tenía reservada una mesa. Aunque no de vo tación.