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Eduardo Escobar revisita su poesía

El poeta antioqueño y columnista publica 'Insistencia en el error - Antología personal'.

Escobar (Envigado, Antioquia, 1943) es cofundador del movimiento literario nadaista. Es también ensayista, cuentista y periodista.

Escobar (Envigado, Antioquia, 1943) es cofundador del movimiento literario nadaista. Es también ensayista, cuentista y periodista. Foto: Nestor Gómez/EL TIEMPO

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Insistencia en el error - Antología personal reúne los mejores poemas de Eduardo Escobar (Envigado, 1943). Aquellos que, con el tiempo, los lectores siguen recordando, que se han antologado y reeditado, que se siguen estudiando y citando; en fin, los que siguen resistiendo vivos como poesía.
Eduardo Escobar seleccionó y ordenó los poemas en una bella edición de Sílaba Editores; algunos con pequeñas variaciones y sutiles reescrituras; como quien sigue puliendo aquí y allá una palabra, un giro. Este es uno de esos libros que conforma parte de la obra de un escritor de verdadera vocación y esencia creadora.
Uno de los comentarios que más celebro sobre la poesía de Escobar está en la contracarátula de su libro Cuac (1970). Lo firma Amílcar Osorio (Santa Rosa de Cabal, 1940 - Jericó, 1985). Y con la juventud de ambos, y la resonancia del nadaísmo que los cubre como aura vigente de vanguardia, hay ya una certeza poética que se nombra; y que con la suma de la obra misma permanece fresca. Dice Osorio que “entender un poema de Eduardo Escobar significaría (…) ordenarlo dentro de un mundo racional para el que su poema no ha sido escrito; su poema ha sido escrito para mañana, para el que intuye, no para el que entiende”.
Lo que sugiere Osorio es que ese mundo racional, que clasifica y jerarquiza, reduce la comprensión y disfrute; ya que, más bien, el mismo poema es generoso y provocador de formas de lectura y asociaciones más plurales. En este caso, intuiciones, emociones, sentimientos, miedos y deseos con los que aprehendemos el poema.
La vida que fluye en los poemas de Escobar es la cotidianidad: relato de los días y de la rutina cercana, de las circunstancias comunes que compartimos, y para mí eso es un enorme mérito; no es esta una poesía que nos habla desde las alturas, que impreca o sermonea; al contrario, nos conmina de frente, y nos entrega, como dádiva, los brillos de su belleza y de su elocuencia, muchas veces dolorosa por lo punzante y reveladora, como en esos tres poemas antológicos: Las personas decentes, Declaración del espejo y Vida privada de mi sombra.
Estamos frente a un escritor mayor de la literatura colombiana contemporánea. Esta antología es presencia de vitalidad expansiva, y de una escritura que sigue cosechando lo sentido e intuido. Ese es el corazón de su “alegría solitaria”, su insistencia en el acierto y el error. Pero no es el error del lamento incesante, de la grieta insalvable, de la impotencia amarga o de la simulación resignada… Creo que se trata, más bien, de una postura ética y poética que elogia el error, pero como errancia, como una acción creadora imperecedera, que renunció llegar al fin para permanecer en el camino; pues, justo porque no acaba, permite terquedad en la “insistencia”; en el cultivo diario del oficio, es decir, en la palabra habitada una y otra vez, hasta que en ese ruego del artesano, poco a poco, ella va mostrando, va liberando, su brillo, su libertad. De modo que, al final de cuentas, no queda más biografía que la misma obra: una antología poética como esta es también una antología de la vida.
FELIPE RESTREPO DAVID
Especial para EL TIEMPO

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