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Análisis

Gabriel Rolón, psicoanalista: 'Hay que renunciar a la búsqueda de una felicidad eterna'

El argentino, conocido por libros como El duelo o Historias de diván, ofrece en su nueva obra una reflexión sobre este sentimiento ‘más allá de la ilusión'.

Gabriel Rolón, nacido en 1961, es autor de más de diez libros. El psicoanalista estuvo en Bogotá y ofreció una charla sobre su más reciente publicación

Gabriel Rolón, nacido en 1961, es autor de más de diez libros. El psicoanalista estuvo en Bogotá y ofreció una charla sobre su más reciente publicación Foto: Cortesía Editorial Planeta

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Gabriel Rolón está más acostumbrado a hacer preguntas que a dar respuestas. Por eso, cuando un amigo le dijo que sería bueno que escribiera un libro sobre la felicidad, la primera reacción del psicoanalista argentino fue decir que no. Ya tenía experiencia como escritor —con libros que se han convertido en best-sellers, como El duelo— y también muchas historias acumuladas en su consultorio, sentado detrás del diván. Pero el tema que le proponía su amigo era un reto mayor. 
“Un analista está familiarizado con la angustia, con el deseo, no con la felicidad”, le dijo Rolón. Sin embargo, la idea le quedó sonando en la cabeza. Y al final nació La felicidad. Más allá de la ilusión, un ensayo en el que reflexiona sobre el tema acompañado no solo de grandes en su campo —como Freud o Lacan—, sino en el que también aparecen Borges, Gardel o Serrat. Una mirada interesante a una de las eternas obsesiones humanas: cómo ser feliz.

Dice que solemos pensar la felicidad de una manera muy ingenua y que esa sería una de las primeras cosas por cambiar...

Porque así la volvemos inalcanzable. Al idealizar las cosas, las convertimos en imposibles. Es como buscar el amor perfecto: si quieres que alguien llegue y te complete y cumpla con todo lo que deseas, va a ser muy difícil que construyas una relación. Con la felicidad pasa lo mismo. Incluso creo que, inconscientemente, utilizamos esa idealización como excusa para no pelear por la felicidad que sí es posible. 

Está también la idea recurrente de que la felicidad la tuvimos en el pasado o la tendremos en el futuro, pero no se atiende el presente...

Al idealizar el pasado, al decir “qué feliz fui cuando yo era niño”, intento embellecer algo para que mi vida tenga un sentido. Pero tal vez mi padre no fue tan comprensivo como lo recuerdo, ni aquel amor fue tan apasionado. Lo transformo, lo edito, le pongo un filtro para disimular sus imperfecciones porque necesito tener un lugar donde sentir que alguna vez fui feliz. Y es posible que hayamos sido felices en la infancia, no niego eso. Lo que digo es que no fue una felicidad perfecta. Y si fuiste feliz, qué hermoso. Pero fuiste. El desafío es serlo ahora. Una persona empieza a morir cuando busca siempre la felicidad en el pasado. Lo otro que hacemos es tirarla para adelante: “Seré feliz cuando me enamore, cuando me gradúe, cuando compre una casa, cuando tenga un hijo...”. Vamos teniendo señuelos que después, cuando llegan, demuestran que no era lo que buscábamos. Ubicar la felicidad en el pasado o en el futuro es un mecanismo de defensa para no enfrentar los desafíos del presente. La única posibilidad de ser feliz es ahora.  

El aquí y el ahora del budismo. De hecho, usted dice en su libro que estamos más cerca de la pasión de Cristo que de la calma de Buda...

Somos una cultura apasionada. Estamos más cerca de la pasión de Cristo y, como sabemos, la pasión tiene un pie en la vida y otro en la muerte. Hay una parte de nosotros que tiene deseos de construir y otra que le encanta quedarse en la cama, triste, sufriendo por el amor perdido. Las dos fuerzas habitan en nosotros. Los psicoanalistas las llamamos pulsión de vida y pulsión de muerte. Pero toda persona, aunque no conozca de psicoanálisis, reconocerá esos momentos en los que está disfrutando de hacerse mal.

¿Qué opina de frases que son tan repetidas como la que dice: ‘la felicidad depende de ti’?

PORTADA_LA-FELICIDAD_GABRIEL-ROLON

PORTADA_LA-FELICIDAD_GABRIEL-ROLON Foto:Cortesía

Me caen mal esos discursos que apuntan a un pensamiento mágico. Esa frase esconde otra, muy cruel, y es que ‘la felicidad solo depende de ti’. Estoy de acuerdo en que en buena parte tiene que ver con cada uno. Pero es mentira que dependa de nosotros exclusivamente. Es mentira que podamos ser felices en medio de una tragedia. No me pidas que en un terremoto con miles de muertos en mi ciudad sea del todo feliz. Eso sería un acto de egoísmo supremo. Toda persona es recorrida por tres tipos de estímulos: su cuerpo, su historia personal y la cultura que la rodea. La felicidad depende de lo que podamos hacer con todo eso. Tenemos que construir una felicidad a pesar de aquello que nos falta.

Y con la aceptación de que no es posible controlarlo todo...

Claro. Con la realidad que nos toca, podemos tirar a deprimirnos o intentar hacer algo. Lo que no podemos negar es que la vida juega su azar y que tenemos que responder a lo inesperado.

¿Estamos en un momento en el que reina una suerte de mandato de ser felices? 

Ese mandato ni siquiera es para que seamos felices, es para que disfrutemos. Que no es lo mismo. Y ese empuje permanente al disfrute esconde un empuje permanente al consumo. Disfruta, date un gusto; cambia el celular, te lo mereces, date un gusto... Y fíjate que el “date un gusto” siempre implica gastar plata. Esa búsqueda desenfrenada del disfrute es muy perniciosa porque lleva más a la euforia y a la manía que a la felicidad. La felicidad requiere cierta calma. Necesita espacio, reconocimiento de ese momento en el que uno se permite estar, en presente. 

Esa euforia nos invade también a través de las redes sociales. Usted dice que nos estamos fanatizando con nosotros mismos...

El ser humano, desde que nace, necesita reconocimiento. Que te reconozca tu maestro, en tu profesión, que te quieran tus amigos, tu pareja. Está bien asumirlo. Pero las redes sociales han desmesurado esa necesidad. Ya no se trata de buscar el reconocimiento de mi pareja o el de mis hijos, sino que ‘Nico362’ —por poner un alias cualquiera— me diga que soy un genio y que mi libro no es una porquería, porque entonces me angustio. ¿En serio me voy a angustiar por lo que me diga ‘Nico362’, que no sé ni quién ni si existe? ¿De verdad estoy obligado a sacar una foto de cada cosa que hago? Hoy vivimos una canonización de la imagen. El otro día leí un estudio sobre personas que se habían suicidado y decía que el ultimo posteo de la mayoría de ellos era uno donde estaban felices. Y era mentira que estaban felices. Pero se supone que hay que mostrarse así. Estamos en problemas en esta era. 

Porque además muchos están viviendo solo hacia afuera...

Sí, y esa necesidad de reconocimiento nos hace más vulnerables. Varios pacientes míos son personalidades muy famosas, gente que está muy expuesta a eso. Me llama la atención cómo personas que han alcanzado el triunfo legítimamente son tan indefensas ante el hecho de que venga un desconocido y les haga una crítica en las redes. Se comen tremendas depresiones por cómo los ven. Hay que tener cuidado con qué exponemos de nosotros mismos. En la vida no todo está para ser mostrado. Primero, porque te vas a perder momentos hermosos por solo fotografiarlos para luego exhibirlos. Segundo, porque abres una puerta que después es muy difícil de cerrar.

Usted cita al filósofo Byung-Chul Han y su tesis de que la sociedad moderna ha desarrollado una fobia al dolor. Ese es otro obstáculo para ir hacia la felicidad: considerar que se puede vivir sin que algo duela...

No se puede vivir sin dolor. En este mundo hay guerras, hay hambre, violencia, desamor. En este mundo envejecemos, la gente que queremos se muere. En este mundo no se alcanzan todos los sueños. La vida está llena de motivos por los cuales vamos a sentir dolor. Y hay que tener en cuenta que es un dolor vital, no es el sufrimiento al que uno se entrega. Lo que registramos como dolor, técnicamente, es el esfuerzo que nuestra psiquis está haciendo para reponerse de un hecho que la ha dañado. Por ejemplo, te abandona un amor. Ahí el dolor es la pelea que tu psiquis está dando para volverte a poner de pie. Lo mismo con la pérdida de un ser querido o de un trabajo. Ese dolor da cuenta de que estamos viviendo. No hablo de entregarnos al sufrimiento del masoquista, pero no podemos salir corriendo ante la posibilidad del dolor.

¿Se está perdiendo la capacidad de enfrentar la frustración, de “adecuar lo deseado a lo posible”, como plantea en su libro?

Vivimos en una era muy exitista. Estamos más a merced de la opinión de los demás. La frustración de no alcanzar algo que creemos que merecemos genera mucho enojo, y uno no puede ser feliz cuando está enojado. Pero hay que entender que la vida no sabe de merecimientos. Es mentira que siempre gana el mejor. Nos la pasamos pensando qué creemos merecer, qué nos dan, qué no nos dan... Gran parte de la posibilidad de ser felices está en dejar de evaluar todo el tiempo. 

Y reconocer que la felicidad es pasajera y no por eso menos valiosa. La idea que recoge de Freud: que la transitoriedad de lo bello no tiene por qué empañar el regocijo.

De lo contrario no podrías disfrutar de un almuerzo con tu mamá, porque sabes que se va a morir. Lo siento: nuestros padres son transitorios. Nosotros también lo somos. Yo no voy a dejar de disfrutar de un momento de pasión con mi pareja por pensar que esa relación a lo mejor se va a terminar. Bueno, si se termina, entonces ya veré qué hacer. Las cosas en la vida no estás hechas para durar siempre. Hay que renunciar a la búsqueda de una felicidad eterna. 

¿Cuál es la felicidad posible? Usted plantea que siempre será incompleta, incómoda.

No creo en la felicidad como un lugar perfecto donde nada me duele, nada me falta, no tengo ninguna herida, todo es maravilloso. Esa felicidad completa no la voy a tener nunca. No existe. Lo que sí existe es una felicidad capaz de alojar mis faltas. Déjame con las felicidades capaces de acoger mis tristezas, mis ausencias, mis heridas. Aceptemos que, como nosotros, es imperfecta. Esa es la felicidad que yo puedo armar. Por eso resulta tan difícil definirla: porque hay tantas felicidades como seres humanos que la buscan.
MARÍA PAULINA ORTIZ
Cronista de EL TIEMPO

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