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El día en que Victor Hugo rescató a Notre Dame

En 1831, publicó ‘Nuestra señora de París’, novela que impulsó el rescate de la catedral parisina.

Ilustraciones de Notre Dame acompañaron la publicación original de la novela de Victor Hugo.

Ilustraciones de Notre Dame acompañaron la publicación original de la novela de Victor Hugo. Foto: Daniel Leal-Olivas / AFP

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Llueve en París y en torno al Arco de Triunfo se reúne una multitud. Toda la noche, un grupo de soldados a caballo resguarda el lugar. Son honores: ahí está el ataúd de Victor Hugo, que ha muerto a los 83 años. Falleció la madrugada del 22 de mayo de 1885 y en Francia se desató la conmoción: el autor de ‘Los miserables’ era un enorme escritor, pero había sido también un intelectual y un político que modeló la vida pública sa en ese turbulento siglo en que se forjó a fuego la democracia moderna.
Que unos dos millones de personas acompañaran el cortejo por las calles probó su popularidad. Que las autoridades permitieran por primera vez que los restos de un escritor descansaran en el exclusivo Panteón de París confirmó las sospechas: Victor Hugo era parte de la historia.
Historia vieja dirán algunos. Un clásico. Una estatua de la cultura sa. Pero, esta semana, Victor Hugo se volvió insospechadamente contemporáneo y contingente: mientras ardía la catedral de Notre Dame, empezaron a circular algunos extractos de su novela ‘Nuestra señora de París’ en los que Hugo describía la iglesia con enorme iración y se lamentaba porque, en esos días, la amenazaban el deterioro y el desprecio de la estética hegemónica.
El libro era la historia del jorobado Quasimodo y, en la cultura popular, Disney mediante, se impuso que aquel era su inequívoco foco. Pero el foco era la iglesia: 188 años antes del incendio del lunes pasado, Hugo ya había relevado su importancia. Él fue el primero en salvarla.
Publicada en 1831, cuando Hugo tenía 27 años, ‘Nuestra señora de París’ fue un libro escrito para influir en el devenir de la ciudad. Situada cuatro siglos antes, en 1482, la novela aludía a un París casi mitológico, donde el cruce de culturas del medievo llegaba a su máximo esplendor en Notre Dame. Por supuesto, era un esplendor ya perdido en los tiempos de Hugo; él quería recuperarlo.
Es probable que nunca fuera más explícito en su mensaje que en esta novela, pero Hugo siempre tuvo en el horizonte de su escritura impactar en la realidad que vivía hasta transformarla. Lo hizo con ‘Los miserables’, una novela de aventuras arrebatadora, pero también un alegato contra la miseria, y que estuviera ambientada durante la insurrección antimonárquica de París de 1832 no fue para nada casualidad.
Nacido cuando las cenizas de la Revolución sa aún ardían, en 1802, Hugo fue un precoz escritor que evolucionó hasta convertirse en un referente político. Mientras escribía una obra inmensamente popular, pasó de apoyar la monarquía a defender los valores democráticos.
Según Jorge Edwards, la trayectoria del autor de ‘Los miserables’ es la de su país. Y más aún: “El cambio político de la sociedad sa del siglo XIX siguió un camino paralelo a su evolución personal y en alguna medida fue provocado y preparado por él”, escribió Edwards hace unos años.
Y siguió: “En otras palabras, Victor Hugo, con Diderot, con Montesquieu y Voltaire, con tantos otros, fue uno de los creadores de la Francia y de la Europa que conocemos ahora, con su sentido de las libertades y de la justicia. El lema de ‘Libertad, igualdad, fraternidad’ dejó de ser, en parte, una consigna hueca”.
Victor Hugo, con Diderot, con Montesquieu y Voltaire, con tantos otros, fue uno de los creadores de la Francia y de la Europa que conocemos ahora, con su sentido de las libertades y de la justicia

Salvar una iglesia

“Victor Hugo era un loco que se creía Victor Hugo”, llegó a decir Jean Cocteau entrado el siglo XX, cuando las vanguardias miraban con algún desdén a ese escritor total, demasiado monumental. Pero la descripción no era del todo equivocada: autor de novelas, decenas de obras de teatro, poemarios, innumerables discursos políticos, diarios y panfletos, en cálculos de Mario Vargas Llosa se necesitarían 10 años de vida para leer toda su producción. Una década ininterrumpida de lecturas.
Hugo, por cierto, extendió su ambición a todos los ámbitos: su apetito sexual está tan bien documentado como su voluntad intelectual: amigo de Balzac, Flaubert, Dumas, fue uno de los líderes del romanticismo y, a la vez, un defensor de los valores culturales de la historia. En parte, esta fue la que lo llevó a escribir la novela ‘Nuestra Señora de París’.
Hacia fines de la década de 1830, Hugo empezó a pregonar sobre el deterioro que afectaba las construcciones medievales de la capital sa y fijó su mirada en Notre Dame, una construcción que surgió en el despunte del gótico y que los renacentistas despreciaban. En su mirada, la iglesia era el eco de una historia de la cultura europea, que en sus choques culturales fue configurando un estilo particular.
Sus enemigos los tenían bien identificados: “Una multitud de arquitectos colegiados, patentados, jurados y juramentados que degradan a conciencia y con mal gusto el arte sustituyendo, a la mayor gloria del Partenón, los encajes góticos de la Edad Media. Es la sacudida del aíslo al león que agoniza”.
La acusación podría venir de los panfletos que Hugo escribió defendiendo la iglesia, pero aparece en una de las digresiones de ‘Nuestra Señora de París’. Si bien Hugo ya tenía libros publicados, hasta antes de la novela no había explotado como autor.
Siguiendo la propuesta de Gosselin, su editor decidió darles un marco narrativo a sus preocupaciones patrimoniales y escribió rapidísimo: se dice que demoró seis meses en terminarlo. Se dice que quedó agotado. No es para menos: no solo se trata de un texto voluminoso, sino que además, su ambición es total: las desdichas y fantasías del jorobado Quasimodo y la gitana Esmeralda son el eje de un muestrario general del París de la época, por el que se cruzan pobres y nobles, como también la ciudad completa, desde sus alcantarillas a los palacios.
Según cuenta Hugo en una pequeña introducción, fue una palabra en griego (‘Ananké’, la diosa romana de lo inevitable) esculpida en una de las paredes de la iglesia lo que lo llevó a imaginar la novela.
“El hombre que grabó aquella palabra en aquella pared hace siglos que se ha desvanecido, así como la palabra ha sido borrada del muro de la iglesia y quizás, como la iglesia misma, desaparezca pronto de la faz de la Tierra. Basándose en esa palabra, se ha escrito este libro”, dice, y luego, al iniciar la narración, deja claro que se tratará de un relato histórico en el que París y sus ciudadanos serán protagonistas.
“Hace hoy trescientos cuarenta y ocho años, seis meses y diecinueve días que los parisinos se despertaron al ruido de todas las campanas repicando a todo repicar en el triple recinto de la Cité, de la Universidad y de la Ville”, empieza el libro.
Luego de echar a andar la trama, Hugo se toma la palabra y dedica unas cincuenta páginas a la arquitectura de París. Es toda una clase. Se sitúa en las torres de Notre Dame y describe con caudales de información cómo era la ciudad en el 1432, pero también cómo fue construida a lo largo de los siglos.
Llega a una conclusión: “El París del siglo XV no era únicamente una bella ciudad; era una ciudad homogénea, un producto arquitectónico e histórico de la Edad Media, una crónica escrita en piedra. Era una ciudad no formada más que por dos capas: la capa románica y la capa gótica”, y luego dispara contra los cambios venideros: “El Renacimiento no fue imparcial; no se contentó solo con edificar sino que quiso también derribar, aunque también es verdad que el Renacimiento necesitaba espacio (...) El París actual carece de fisonomía general; no es más que una colección de ejemplares de varios siglos de la que han desaparecido los más bellos”.
Victor Hugo era la personificación de la República, un símbolo de su sociedad y de su siglo
Su caudalosa narración de las transformaciones de la ciudad se centra, finalmente, en Notre Dame, que es donde reside el jorobado Quasimodo. Hugo es durísimo: “Todavía hoy, la iglesia de Nuestra Señora de París continúa siendo un sublime y majestuoso monumento, pero por majestuoso que se haya conservado con el tiempo, no puede uno por menos de indignarse ante las degradaciones y mutilaciones de todo tipo que los hombres y el paso de los años han infligido a este venerable monumento, sin el menor respeto hacia Carlomagno, que colocó su primera piedra, ni aun hacia Felipe Augusto, que colocó la última”, sostiene, culpando al paso del tiempo, las revoluciones, pero sobre todo a “los hombres, los arquitectos, los artistas de nuestros días” que movidos por la moda “han atacado al esqueleto mismo del arte del edificio”.
Una vez publicada, ‘Nuestra Señora de París’ se convirtió en un éxito masivo e hizo de Victor Hugo una figura pública. Tres años después de su publicación, el poeta Théophile Gautier decía que era la novela más popular de la época” y vaticinaba que el libro seguiría siendo la obra “más bella” de Hugo. Pero el escritor no tenía techo y, más allá de lo literario, la novela cristalizó un momento cultural en Francia de revalorización de la arquitectura gótica y redescubrió la catedral de Notre Dame.
Los lectores de la novela regresaron a la iglesia, y las autoridades sas encargaron restaurarla. En ese impulso, el arquitecto Eugene Viollet-le-Duc lideró un trabajo que incluso la reformó: se le construyó la torre aguja de 96 metros de altura, que, como todo el mundo pudo ver en pantallas en vivo y en directo, se vino abajo durante el incendio del 15 de abril de 2019.
La novela y la restauración de Notre Dame le otorgaron un impulso definitivo al neogótico, que se convirtió en la moda arquitectónica y literaria del romanticismo durante el siglo XIX, recuperándose con ello parte del viejo espíritu medieval de París. Lo que vino para Hugo tras ‘Nuestra Señora de París’ fue pura agitación. Años literarios que se convirtieron decididamente en políticos: tras apoyar el camino al poder de Napoleón III, Hugo retrocede ante el vuelco monárquico de la autoridad y en 1851 se exilia, prometiendo regresar solo cuando regrese también la libertad.
Más allá de lo literario, la novela cristalizó un momento cultural en Francia de revalorización de la arquitectura gótica y redescubrió la catedral de Notre Dame. “Victor Hugo era la personificación de la República, un símbolo de su sociedad y de su siglo”, dijo Mario Vargas Llosa. El París de ‘Los Miserables’ es el modelo de las fantasías futuras sobre la ciudad.
ROBERTO CAREAGA C.
EL MERCURIO (Chile) - GDA

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