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‘El reconocimiento del otro’ debe ser el nuevo eje en Latinoamérica

Este es un fragmento en exclusiva del nuevo libro del expresidente Ernesto Samper Pizano. 

En su libro, Samper habla sobre el estallido social en la región a partir de 2019. La foto muestra una marcha en favor de los líderes sociales en Colombia.

En su libro, Samper habla sobre el estallido social en la región a partir de 2019. La foto muestra una marcha en favor de los líderes sociales en Colombia. Foto: Jaime Moreno. Archivo EL TIEMPO

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EL TIEMPO publica, en exclusiva, un fragmento del nuevo libro escrito por el expresidente Ernesto Samper Pizano llamado 'El grito latinoamericano'. Una visión de los movimientos sociales en América Latina como motor de cambio a partir del reconocimiento y la reafirmación de nuestra identidad.
“Grito: Voz muy esforzada y levantada. Manifestación vehemente de un sentimiento general. Chirrido de los hielos de los mares glaciares al ir a quebrarse por estar sometidos a presiones” ‘Diccionario de la Lengua Española’.
América Latina ha sido escenario, a partir de 2019, de un estallido de movimientos que, apoyados en las redes sociales, han producido una “primavera latinoamericana” similar a aquella árabe de hace unos años. Se trata de un grito o un despertar de la conciencia colectiva alrededor de una serie de reivindicaciones sociales y culturales que implican serios cuestionamientos a los sistemas políticos actuales y su capacidad para tramitar las aspiraciones colectivas de cambio en la región. Aunque el ‘movimientismo’, como tal y los conflictos sociales que lo estimulan no constituye un fenómeno nuevo en el hemisferio y su historia está vinculada a una dinámica muy propia de la región para resolver sus desencuentros, esta nueva ola de protestas sociales tiene unas características propias que obligan a considerarlo como la expresión ‘sui generis’ de una época distinta a las anteriores. El grito que hoy estamos escuchando tiene que ver con la necesidad sentida que tienen los jóvenes de construir una nueva ciudadanía, progresar, no devolverse socialmente, obtener el reconocimiento de unos reclamos identitarios y ampliar los espacios hoy cerrados para su participación política. El propósito de este libro consiste en ahondar en algunas de esas reivindicaciones legítimas.
El movimientismo social en América Latina es una dinámica participativa de la sociedad que se plantea, en medio de un escenario global de opinión, como alternativa de inclusión social, cambio en las instituciones tradicionales de representación política y afirmación de unos valores de identidad relacionados con un futuro que se impone en tiempo presente. Desde la formación de las repúblicas y antes de su independencia, los movimientos sociales han desempeñado importante papel como actores con capacidad de movilización política. Primero fue el reclamo por el derecho a la tierra, aún vigente de los pueblos originarios que sumaban 100 millones de personas cuando empezó la conquista y hoy son 45 millones. En su apogeo llegaron a ser 538 millones. En el amanecer de la Independencia, a lo largo del siglo XVIII, los movimientos comuneros se opusieron a los impuestos confiscatorios de España para financiar las guerras borbónicas. Muy poco tiempo después, ellos promovieron la revuelta antiesclavista que terminaría por prosperar en Haití al finalizar el mismo siglo. Y, ya entrada la época republicana, levantaron las banderas de las causas agrarias en sintonía con lo alcanzado durante la Revolución Bolchevique de 1917. Mientras en la Europa colonialista los conflictos nacían de confrontaciones étnicas, religiosas e ideológicas, en América Latina florecían en defensa de reivindicaciones asociadas con la tierra, el agua y la superación de lastres coloniales como las encomiendas, los bienes de manos muertas y los estancos monopólicos del tabaco. A diferencia de Europa, en esta parte del mundo los movimientos sociales cumplieron, además de sus propósitos reivindicativos, un papel de reafirmación de la identidad en la medida en que actuaron, en los términos de Poulantzas, como grupos “en sí mismos” que buscaban ser reconocidos como grupos “para sí mismos”. Desde entonces y hasta hoy, dicho reclamo de identidad por parte de los actores sociales se plantea en contra de “un otro distinto”. Se trata de una afirmación por negación.
Convertir este proceso de afirmación por negación en una identificación positiva dentro de una diversidad itida podría ser la base para construir en la región una nueva agenda progresista en contra de una hegemonía alternativa. La búsqueda de reconocimiento, como parte de un proceso de construcción de ciudadanía, distingue también los movimientos sociales latinoamericanos de otros en el mundo. Si, como sostenía Hegel, América Latina, a diferencia de Europa, es “más geografía que historia”, no es de extrañar que estas luchas sociales se hubieran concentrado desde el comienzo de la formación de la institucionalidad republicana en la reafirmación de una identidad propia surgida de la relación con el agua, la tierra y la naturaleza. Se trataría del mismo grito que hoy renace cuando los jóvenes reclaman medidas frente al calentamiento global, la preservación de la biodiversidad, la protección de las especies animales en riesgo de extinción o los excesos de la manipulación genética y la innovación informática. Son los mismos reclamos de vida de hace doscientos años. Se trata de una legítima preocupación de las nuevas generaciones por el mundo despedazado y sin rumbo que les estamos dejando. Es un panorama que ofrece millones de personas hambrientas, especies animales en vía de extinción, amenazas de guerras nucleares, manipulaciones genéticas de embriones humanos y semillas vegetales, escándalos de corrupción pública y privada que acabaron con la idea misma del Estado como servicio público, robots que envían trabajadores a sus casas convertidos en desempleados irrelevantes, escasez de agua potable, glaciares derretidos, estupefacientes sintéticos y armas, muchas armas, empezando por las nucleares y terminando con las químicas sofisticadas. Todo un memorial de cargos por la anticipación de un futuro que en muy pocos años será un presente catastrófico y, lamentablemente, inevitable.
El otro ingrediente novedoso en esta nueva ola de protestas sociales tiene que ver con el papel de las redes sociales con su tremendo poder convocante, en abierto contraste con la incapacidad de los sistemas políticos tradicionales para representar a los ciudadanos. Las redes son canal y mensaje al mismo tiempo y actúan como transmisores de indignación y de esperanza. En tiempo real, los indignados del mundo comparten sus reclamos y exigencias a través de estas sin barreras geográficas que lo impidan con un costo mínimo. En cuestión de minutos sus demandas locales se globalizan y los temas globales se localizan. Por este fenómeno, el año pasado millones de mujeres jóvenes en París repitieron las consignas antimachistas de las mujeres chilenas, el mundo entero compartió la angustia por el incendio que amenazaba seriamente la biodiversidad amazónica o los bosques australianos. Gracias a la labor de activistas digitales, millones denunciaron la ejecución de líderes sociales que defendían la paz en Colombia. Por cuenta de estas redes los actores sociales del mundo entendieron que no estaban solos en su lucha contra el fenómeno global de la proletarización de una clase media amenazada hoy en sus posibilidades de movilidad educativa, a la salud, transporte público, retribución salarial y pensiones justas. Según el Fondo Monetario Internacional, la clase media mundial, en muy pocos años, ha pasado de representar el 58 % de la población mundial al 47 %. La proletarización de la clase media es la más cruel demostración de que el progreso se estancó y estamos retrocediendo. Por ello, a través de esas mismas redes sociales, millones de jóvenes del planeta se enteraron de que los esfuerzos realizados en América Latina durante los primeros años de este siglo para sacar a más de 180 millones de personas de la condición de pobreza absoluta, se están perdiendo por el regreso de treinta millones de ellos a su antigua condición de excluidos del planeta. Entendieron –porque también lo están sufriendo– que las normas sobre “flexibilización laboral” aplicadas como parte de la receta neoliberal de los últimos años no solamente no generaron más empleos, sino que ampliaron el numero de los trabajadores condenados al “baile de los que sobran”. Es decir, el sector informal de la economía latinoamericana que cada vez se robustece más. A través de las mismas redes, millones de jóvenes también constataron, solidariamente, que la educación latinoamericana dejó de ser un factor de movilidad social porque en nuestra región cada día se estudia más para ganar menos y quedar en el mercado laboral más abajo. La exclusión, como expresión agresiva de la desigualdad, está creciendo según lo demuestra casuísticamente el aumento del precio del transporte público en Chile, el anuncio del desmonte de las pensiones en Colombia o el incremento de las cotizaciones sociales a la seguridad social en Nicaragua. Estos hechos excluyentes son los que denuncia el grito latinoamericano que también exige, como todos los jóvenes del mundo, su derecho a la vida, la dignidad y la felicidad.
En síntesis, los movimientos sociales latinoamericanos, como todos los del mundo, luchan hoy por su reconocimiento, la reivindicación de intereses sociales y la resignificación del futuro de la vida planetaria. Ello explica que su interés primario consista en que los actores políticos los reconozcan como interlocutores del cambio. El ‘reconocimiento del otro’ debe ser el principio de un nuevo proyecto alternativo de cambio en América Latina, pues la negación ha sido fuente de procesos conflictivos que han terminado en violencia. Esta incomprensión del otro, y la negativa a dialogar con él, explica el exceso desproporcionado de fuerza con que han respondido los gobiernos de la región, especialmente los de derecha, a las protestas y marchas del reciente grito latinoamericano. En algunos países, como Chile y Bolivia, el rechazo a la interlocución o la incomprensión de sus alcances ha conseguido resucitar el fantasma de la represión de las épocas de las dictaduras militares que parecían cosa del pasado o, como en el caso de Colombia, asomar de nuevo el país a las épocas dolorosas del conflicto armado que estábamos empezando a superar.
El propósito reivindicativo de la protesta seguirá siendo su razón social. Aunque es cierto que hoy estamos mejor que ayer en calidad de vida, también lo es que, como ya decíamos, estamos empezando a retroceder en términos sociales. Ese sentimiento profundo del retroceso tiene a los jóvenes en la calle. Tenemos que leer correctamente lo que se esconde detrás de sus demandas, que pueden resultar menos coherentes comparadas con los procesos tradicionales de negociación en los que el Estado tramitaba pliegos de peticiones que les presentaban unas minorías organizadas alrededor de intereses sectoriales. Cuando, precisamente, el valor intrínseco del grito es que reúne muchas voluntades individuales alrededor de un común denominador, que es el cambio. Esta negociación no puede surtirse en el espacio cerrado de los conciliábulos oficiales sino en el espacio público creado por las redes, colocando todo sobre la mesa y reconociendo a los voceros de las marchas como parte de una diversidad alternativa que, hasta hoy, no estaba representada.
ERNESTO SAMPER PIZANO*
Para EL TIEMPO
* Expresidente de Colombia

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