El mundo de las letras y la cultura en Colombia se viste de luto ante la partida de Felipe Ossa, una figura inapelable y un faro luminoso para los libreros del país. Conocido como el decano de los libreros, Ossa no solo vendía libros, sino que cultivaba sueños y alimentaba la imaginación de generaciones enteras.
Su presencia en el emblemático Pasaje de la Avenida Jiménez, un rincón mágico donde las palabras cobran vida, convirtió su librería en un santuario para los amantes de la lectura. Durante décadas, Felipe Ossa fue más que un comerciante; fue un custodio del saber, un narrador de historias y un defensor apasionado del a la cultura. Su legado perdurará en cada libro que toquen sus estanterías y en cada lector que encuentre refugio entre sus páginas.
Es el decano de los libreros colombianos. Durante casi 60 años estuvo vinculado a la Librería Nacional, una de las más importantes del país. Nació en Bogotá, pero se crio en Buga (Valle del Cauca), donde aprendió a leer de la mano de los cómics e historietas a los cinco años.
Recibo con dolor la muerte de mi gran amigo Felipe Ossa. Fue un gran intelectual, librero, amante de la cultura y por años el gerente general de la Librería Nacional. Compartí su amistad con mi padre y pasar tiempo con Felipe fue siempre una aventura de conocimiento y de… pic.twitter.com/oMHUwHxBxm
— Iván Duque 🇨🇴 (@IvanDuque)
July 22, 2024 " onerror="continue" />
Recordamos una entrevista de María Isabel Rueda a Felipe Ossa
¿Cómo nace un librero? ¿Qué es lo que caracteriza fundamentalmente ese oficio?
Por encima de todo, un gran amor por el libro. Una enorme curiosidad, un anhelo de leer, de gustarle muchísimo la lectura, casi como un vicio, y, obviamente, la vocación de trasmitir lo que uno conoce, de servir de vínculo, de puente, entre el autor y el lector, que es el fin de todo. Uno tiene que saber sugerir, recomendar, convertirse más en un consejero, casi espiritual, como eran los sacerdotes antes.
O sea, una persona llega a su librería y entonces usted…
Y lo recibo con ese feeling, con ese tacto, para saber qué le recomiendo, qué le puede gustar o qué lo puede aliviar, de pronto, de una pena o de una angustia… Es una relación que se va formando con el tiempo y uno se va volviendo también confidente de los clientes. Y a través de esa confidencia, amigo.
¿En qué momento de su vida empieza formalmente la actividad de librero? Porque una cosa es querer los libros, ser gran lector, pero otra muy distinta, volverse el consejero de la gente que busca un libro.
Mi papá era librero y librófilo, o sea, un coleccionista desaforado de libros y un lector extraordinario. Entonces lo que quise ser en la vida fue lector. Nunca tuve ambición de tener otra profesión distinta a la de lector. O lo que se llamaba antes en Inglaterra, un “gentil hombre de letras”.
Bonito, sí…
Muy lindo, pero, como dicen los argentinos, no me alcanzaba el cuero (risas). Entonces lo único que se me ocurrió, por pura necesidad de trabajo, fue entrar a la Librería Nacional, que hacía unos años se había abierto…
¿De quién era la Librería Nacional?
Siempre fue del fundador, Jesús María Ordóñez, muy santandereano, por cierto, pero que se había formado como librero nada menos que en Cuba, en la famosa librería La Moderna Poesía, que todavía inclusive existe; luego llegó a Barranquilla y allí fundó la librería, y luego fundó la de Cali, y fue cuando yo entré a trabajar allí a los 18 años. Le confieso que yo consideraba eso del trabajo una verdadera esclavitud.
Pero con él, gran maestro, era un magnífico librero, me fui encariñando con la librería y se me fue metiendo esta profesión de librero, que no la tenía pensada para mí. Y ya no quise salir de ahí nunca más. No he tenido sino este trabajo en mi vida. Me fui aficionando a la pasión y al fervor del librero. Y cuando menos pensé, había encontrado el trabajo de mi vida.
La Librería Nacional es gran pionera de muchas cosas…
Principiando en Barranquilla, pero luego en Cali, marcó toda una época, e influyó en la vida cultural de las ciudades de una manera extraordinaria, porque, como usted dice, fue pionera en muchas cosas: el autoservicio, la cafetería dentro de las librerías, las revistas, absolutamente todas las revistas las vendía la Librería Nacional. Y, además, el señor Ordóñez era un mecenas de la cultura; él ayudó a los nadaístas, ayudaba a poetas, a escritores, patrocinábamos el festival de arte.
Y además eran los maravillosos años sesenta, y el boom de la literatura latinoamericana. Vivir todo eso fue una experiencia absolutamente maravillosa. A la Nacional de Cali iba toda la sociedad caleña: ricos, pobres, estudiantes, profesores, revolucionarios, todo el mundo. Fue una época muy linda y de muchas enseñanzas.
REDACCIÓN CULTURA
*Con apartes de una entrevista de María Isabel Rueda.