Le interesaba el origen del lenguaje humano, el mito de la torre de Babel y su significado para la humanidad; los problemas de la traducción y el hablar muchos idiomas. Le preocupaba también defender el ‘Canon occidental’, junto con otro erudito literario, Harold Bloom (fallecido en 2019); el devenir de las artes –sin las grandes creaciones, la cultura se hará más pobre, decía– y la situación de la educación, la que consideraba que no estaba cumpliendo con su deber de enseñar la cultura a los alumnos.
George Steiner, fallecido el lunes a los 90 años, en su casa de Cambridge (Reino Unido), asombraba por su conocimiento multifacético: hablaba francés, alemán, inglés e italiano, además de griego, latín y hebreo. Sus reflexiones abarcaban un espectro que iba desde la religión a la música, la pintura y la historia.
En su larga carrera destacó como crítico literario y ensayista, además de académico en la Universidad de Cambridge. Nacido en Francia en 1929, de padres judíos austríacos, Steiner emigró con su familia a Estados Unidos en 1940, donde terminó sus estudios. Allí fue a la Universidad de Chicago y cursó posgrados en Harvard y Oxford.
“El gran, el sutil, el exigente George Steiner deja una vertiginosa obra de erudición iconoclasta, atormentada por la monstruosidad engendrada por la gran cultura europea”, comentó el escritor francés Jacques Attali en Twitter, rindiendo homenaje a su amigo.
Con la muerte de George Steiner, perdemos a un gran pensador. Su inmensa erudición literaria daba felicidad a todos los que lo leían o escuchaban
El ministro de Educación francés, Jean-Michel Blanquer, lo despidió con estas palabras: “Con la muerte de George Steiner, perdemos a un gran pensador. Su inmensa erudición literaria daba felicidad a todos los que lo leían o escuchaban”.
Según Pedro Gandolfo, crítico de El Mercurio, “con su fallecimiento desaparece uno de los últimos sabios europeos, que mantuvo y desarrolló un pensamiento que procuraba desplazarse dentro de la unidad mayor que abarcaba el cosmos cultural judeogriego, desde sus primeras fuentes hasta la contemporaneidad”.
Fue el crítico literario –controversial– de The New Yorker entre 1966 y 1997. No obstante, a su muerte The New York Times anotó la paradoja de que “... los iradores de Steiner encontraban su erudición y sus argumentos brillantes. Sus detractores lo encontraban grandilocuente, pretencioso y a menudo inexacto”.
“Era incisivo, provocador; se salía de los márgenes de la corrección académica. Era polémico. Impresionante ver cómo se movía entre los grandes genios literarios y las figuras filosóficas. Escribió sobre Heidegger y dominaba a Wittgenstein. Su prosa era brillante y exquisita. Nos ha dejado grandes libros, pero a mí el que más me llamó la atención y el que más repercusión tiene como una crítica al deconstruccionismo es Presencias reales”, agrega el filósofo Jorge Peña.
En una detallada entrevista dada a Borja Hermoso, de La Nación, le confió: “¿Sabes por qué soy tan poco popular entre mis colegas académicos? Siendo joven ya dije que había una diferencia abismal entre el creador y el profesor, o editor, o crítico. Y a los colegas no les gusta escucharlo”. Y le explicó que él “quería ser El Cartero entre ellos, quiero que me llamen El Cartero, como ese personaje maravilloso en la película sobre Neruda. Es un trabajo muy hermoso ser profesor, ser el que entrega las cartas, aunque no las escriba (...) Mis colegas detestan escuchar eso”.
Steiner nació en París en el seno de una familia judía el 23 de abril de 1929, y tras una educación en francés, inglés y alemán, emigró con sus padres primero a Francia en 1924 y después a Nueva York en 1940, por el auge del antisemitismo.
Tras titularse en la Universidad de Chicago en 1948 y recibir un máster en la Universidad de Harvard en 1950, Steiner se unió a la revista The Economist como editor en 1952, donde permaneció hasta 1956, luego de lo cual se doctoró en la Universidad de Oxford (Reino Unido). A lo largo de su vida, trabajó como profesor en las universidades de Ginebra, Nueva York y Harvard
Entre los premios que recibió están el Príncipe de Asturias de la Comunicación, en 2001, y la Legión de Honor en 1984. Escribió ensayos sobre variados temas: ‘Tolstoi or Dostoievski’ (1959), ‘After Babel: aspect of languages and translation’ (1975), ‘Errata: An Examined Life’ (1998, sus memorias), ‘Grammar of Creation’ (2001). Su último libro fue Un long samedi. Entretiens, una entrevista con la filóloga sa Laure Adler (2016).
Así era el hombre que dijo querer ser recordado “... como un buen maestro de lectura”, pues siempre tuvo la noción de la lectura como un llamado moral, que debía “comprometernos con una visión y comprometer nuestra humanidad”.
GDA*
*Con información de 'El País', de España; 'El Mercurio', de Chile; 'La Nación, de Argentina, y agencias AFP Y EFE